Dimensión internacionalista y estratégica del Primero de Mayo

Tradicionalmente, la historiografía sindical presenta el Primero de Mayo como el resultado de las batallas por la reducción de la jornada de trabajo de los obreros de Chicago y su final trágico, con los asesinatos de manifestantes y las injustas condenas penales contra los principales dirigentes de estas protestas. Pero en realidad, el establecimiento del Primero de Mayo como Día del Trabajo o Día Internacional de Lucha de los Trabajadores, fue determinado por un proceso más amplio que no se circunscribe únicamente a los acontecimientos que vivió la clase obrera de Estados Unidos en 1886, sino al acumulado histórico y al ascenso del accionar organizado de los trabajadores en el fragor de la lucha de clases a nivel internacional.

Por cierto, la tradición sindical ha olvidado que los momentos más dramáticos de aquellas heroicas jornadas de Chicago, en realidad no se vivieron el primer día del mes ─cuando estalló la huelga general por el establecimiento de la jornada de trabajo de ocho horas─, sino que fue el 4 de mayo, durante un masivo mitin en la Plaza Haymarket, cuando se produjeron los conocidos hechos sangrientos, provocados por agentes de la burguesía para justificar la feroz represión policial.

De ninguna manera restamos importancia a esos episodios inolvidables protagonizados por los trabajadores estadounidenses pues son parte del acervo del movimiento obrero mundial y efectivamente contribuyeron a la conquista de la jornada de ocho horas. Pero sí consideramos necesario identificar la dimensión estratégica e internacionalista del Primero de Mayo, que trasciende lo anecdótico y lo circunstancial-nacional.

La lucha por la reducción de la jornada de trabajo ha sido una reivindicación fundamental de los trabajadores en todo el mundo desde los albores del modo de producción capitalista, cuando se impusieron jornadas de trabajo de hasta 18 horas continuas, en correspondencia con las exigencias de altos niveles de productividad del capital y la desmedida avaricia de los patronos; condenando a los trabajadores (incluyendo mujeres y niños) a una vida miserable y a la imposibilidad de recuperar fuerzas.

Por supuesto, eso llevó a que las primeras acciones colectivas de la clase obrera fueran por la reducción de la jornada sin menoscabo del salario. En Inglaterra estallan huelgas desde las primeras décadas del siglo XIX por la reducción a 10 u ocho horas de trabajo.

La clase obrera inglesa, ya con el activismo de los trade unions, fijó una fecha para la puesta en vigor de las ocho horas de trabajo: el 1° de marzo de 1834, que sería el inicio de una huelga general. El plan no pudo concretarse, pero se registra por primera vez en la historia del movimiento obrero la determinación de una fecha y un plan de huelgas por la reducción de la jornada. Finalmente, luego de numerosas movilizaciones, se logró en ese país la aprobación de una insuficiente pero importante ley de reducción parcial y progresiva de la jornada de trabajo (hasta por 10 horas), que entró en vigencia precisamente el 1° de mayo de 1848.

Por su parte, en Francia no se hicieron esperar las huelgas y movilizaciones obreras por la reducción de la jornada, lográndose también leyes y decretos al respecto, con la lógica resistencia de los patronos, quienes finalmente lograron su derogación, sin que existiera una fuerza proletaria capaz de imponerla.

Pero fue la Asociación Internacional de Trabajadores (la Primera Internacional), surgida en 1864 ─con Karl Marx como líder teórico fundamental─ que eleva la cuestión de la reducción de la jornada de trabajo a reivindicación internacional de la clase obrera y en su Primer Congreso (Ginebra,1866) adopta la resolución de la lucha por la jornada de ocho horas de trabajo como «el primer paso» hacia la emancipación obrera. El III Congreso de la Internacional (Bruselas,1868) reafirmó esa posición, orientando a sus seccionales nacionales pasar a la acción por su conquista.

En Estados Unidos, desde los primeros años de la actividad industrial capitalista, se puso de manifiesto la agitación por la reducción de la jornada de trabajo y se registran huelgas con ese objetivo a partir de 1827. En el primer congreso de sindicatos industriales, efectuado en Nueva York en octubre de 1845, se plantea la cuestión de la reducción legal de la jornada de trabajo a 10 horas, tras lo cual estallan huelgas. Igualmente, un congreso nacional del trabajo realizado en Baltimore, proclama, en agosto de 1866, su objetivo de alcanzar una ley que establezca la jornada de trabajo de ocho horas «para todos los estados de la unión americana».

Como resultado de todos los esfuerzos realizados hasta entonces por los trabajadores estadounidenses y sus organizaciones, se conquista en 1868 una ley federal que instituye la jornada de ocho horas en los establecimientos del gobierno de Estados Unidos; sin embargo, los trabajadores al servicio del sector privado continuaban laborando 12 horas diarias o más.

En consecuencia, la lucha por la reducción de la jornada de trabajo continúa y se fortalece en la medida en que el movimiento obrero y sindical estadounidense se organiza y crece, particularmente con los Caballeros del Trabajo y la Federación Americana del Trabajo (AFL, por sus siglas en inglés). A la par, los militantes obreros desechaban las ilusiones de lograr una ley federal, la cual sería letra muerta, por lo que la jornada de ocho horas sólo podría lograrse por la acción directa del movimiento obrero organizado. Tal posición se concreta en el IV Congreso de la AFL (Chicago,1884), aprobando que a partir del 1° de mayo de 1886 la jornada de trabajo normal sería de ocho horas y en los centros de trabajo donde no se respetara tal decisión se realizarían huelgas obreras, plan que demandó un intenso proceso de preparación y la unidad de acción de las principales organizaciones laborales.

Llega el 1° de mayo de 1886 y se producen cerca de 5.000 huelgas en todo el país. Como resultado, se estima en 125.000 los obreros que conquistaron las ocho horas de trabajo el día fijado, al final de mayo llegaron a 200.000 y un poco después hasta un millón de trabajadores fueron favorecidos por la reducción de la jornada.

Pero al calor de esa masiva ofensiva de clase, se producen en distintos estados sangrientos choques del proletariado con las fuerzas represivas del Estado, comenzando en Milwaukee y arreciando, con enfermiza furia criminal, en la ciudad de Chicago los días 3 y 4 de mayo. Era entonces Chicago un importante centro de agitación revolucionaria, que concentraba la mayor y mejor organizada militancia del proletariado anarquista de la época.

En diversas empresas los patronos intentan contrarrestar la huelga contratando esquiroles y utilizando los servicios de una agencia de mercenarios privados para aterrorizar a los trabajadores, tal como lo hizo la fábrica de maquinarias agrícolas McCormick, con un saldo de seis obreros muertos y decenas de heridos.

Posterior a esos acontecimientos, la AFL prosiguió la lucha por la reducción de la jornada y en su congreso de 1888, acordó un plan de acción a fin de instaurar la jornada de ocho horas a partir del 1° de mayo de 1890, decisión que un año después tendría un efecto de trascendencia histórica internacional.

A la par de aquellos hechos, en diferentes países de Europa transcurrían jornadas de lucha por la conquista legal de las ocho horas de trabajo o su establecimiento mediante la acción directa de los trabajadores organizados. El surgimiento de partidos obreros de orientación marxista dieron gran impulso a esa lucha.

En Francia, en junio de 1889, se realizaron dos congresos socialistas internacionales que se pronunciaron por la jornada de ocho horas, pero fue el Congreso Internacional de París ─ más identificado con las ideas marxistas─ el que adoptó la histórica resolución de asumir el 1° de mayo como Día Internacional de lucha de la clase obrera, con la siguiente proclama:

«Se organizará una gran manifestación internacional con fecha fija, de manera que, en todos los países y ciudades a la vez, el mismo día convenido, los trabajadores intimen a los poderes públicos a reducir legalmente a ocho horas la jornada de trabajo y a aplicar las otras resoluciones del Congreso Internacional de París. Visto que una manifestación semejante ya ha sido decidida por la American Federation of Labor para el primero de mayo de 1890, en su Congreso de Saint Louis, se adopta esta fecha para la manifestación internacional».

De tal manera se cumplía una vieja aspiración de Marx y de los militantes clasistas de la Primera Internacional, de adoptar un día para que los trabajadores de todo el mundo, en unidad, salieran a las calles a manifestarse contra el sistema capitalista y a exigir condiciones dignas de trabajo; agrupando sus fuerzas para avanzar hacia el triunfo revolucionario del proletariado mundial.



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