La ponzoña de Santander hasta los tuétanos de los nuevos lobos

Dice hoy el diario “El Espectador”: “Se desconoce si los miembros del Consejo Permanente emitirán alguna resolución consensuada que condene las acciones de Venezuela.” Entretanto, el diario de Uribe en Venezuela, “El Nacional” titula: “"En Colombia no cerramos medios ni perseguimos ideas". Es decir, el gobierno sicario y narco-asesino de Uribe es todo un dechado de virtudes. En esta noticia de “El Nacional” cuando se busca quién la emite no se encuentra dicho vocero por ningún lado; es un invento del propio diario uribista.

Hoy, ya debemos haber roto con ese cínico de Uribe. Es insólito que pretendan llevar el caso a la OEA de una supuestas intención de expandir el chavismo hacia territorio neograndino. Nada menos puede esperarse de ese país y del horrible muñequito de torta que es el actual canciller de Colombia, Jaime Bermúdez. Lo más despreciable de este “caballerito” como diría Fidel Castro, es que ha dicho que Colombia no puede dar ninguna garantía de que no volverá a invadir a Ecuador si es necesario. En otras palabras, que Venezuela ponga sus barbas en remojo.



Pero de dónde provienen esos tipos como Uribe y el Bermúdez, pues la cultura santanderista, de la escuela de la intriga, de la cicuta y el puñal que impuso su forma de gobernar. Hoy se sabe que Santander mató al precursor Antonio Nariño, y este ha sido uno de sus más grandes crímenes. Mató esta oligarquía a su precursor y luego mataron a Sucre y a Bolívar. Más tarde mataría a toda su juventud revolucionaria, a csis todos sus dirigentes sindicalistas. En 1823, se desató una guerra mediática contra el precursor, y Nariño acabó envenenado. Escribía Santander a Bolívar, destilando odio y deseos de fusilar, “Aborrezco a este hombre [Nariño] de muerte y lo mismo cuanto le pertenece”.

Es bueno que los venezolanos conozcan esta historia para que sepan qué pasa con en esa “hermana” vecina, que nos salió puta. Santander, pretendiendo defender al presidente Simón Bolívar, no perseguía otro fin que tratar de hundir a los últimos granadinos que le hacían sombra en su alto cargo. Su estrategia era la de escribir anónimos, los cuales elaboraban los diputados pro-godos como Vicente Azuero y Francisco Soto.

El 17 de marzo de 1823, el vicepresidente Santander le escribe a Bolívar: “Nariño a vuelto a jeringar. Vea U. sus papeles. El dice con imprudencia: que si por lo de Pasto lo deben juzgar también debe ser juzgado U. por las acciones que haya perdido. Este bicho quiere fijar la opinión para que lo admitan en el Congreso...[1]

Nariño, espoleado y moribundo, se atreve aun a responder algunos golpes y menciona lo del asunto de Hato Grande. Nariño en su periódico Toros de Fucha, preguntaba a don Francisco de Paula: “Díganos usted aunque sufra algo su modestia: ¿nada le ha valido su patriotismo? ¿No hay algunos dobloncejos en el baúl? ¿No hemos pillado algún empleíto con buen sueldo o alguna casita de campo? ¿Aflojamos para la patria o agarramos para la patria?”



Santander redactó una feroz catilinaria contra Nariño, y lo hizo con un lenguaje que es típico de las putas de los medios: “No sé qué cortejo ni que virreina consiguió a usted por no muy santos fines un empleíto de diezmos en que la iglesia tuvo la ventaja de aliviar sus arcas, de aminorarse algo de peso de la Mesa Capitular, y limpiar los bolsillos a los pobres canónigos (...) y sus fiadores pagaron el pato (...) Algunas familias se arruinaron (...) Acuérdese usted de aquellos diez y ocho o veinte mil pesos que siendo usted Presidente de Bogotá se declaró usted, según oí decir, por sí, y ante sí y para sí de los caudales embargados al Virrey Amar, con pretexto de indemnización o federación (...) General, ¿conque usted también cree en brujas? ¿Conque usted es divinizado? ¡Que bueeeno! (...) Tendrá dinero para pagar sus trampillas y sacar de la miseria a sus pobres fiadores que se han arruinado por su culpa (...) ni será necesario más contrabando para tener dinero en la caja; ni será usted más federalista para coger empleo a costa de una guerra civil (...) Mi general, tenga usted presente el pecado de ingratitud que cometió con el Libertador y con el Congreso, cuando llegó la última vez de España. A todos los quiso usted destruir con su cizaña (... ) !Arrepiéntase, mi general de todas esas cosazas! Ellas claman contra usted, pero usted es inmortal y desafía la cólera del cielo ya que no puede morir.”



Era el último banderillazo. La tinta ensangrentada de estos lobos de los medios. Viendo que la campaña contra Nariño lleva todos los aperos de un escándalo público, y además basada en una supuesta defensa de su reputación, Bolívar se alarma y desde Guayaquil escribe a Santander: “No he leído, ni encontrado los papeles insultantes de que usted hace mención: tampoco he leído los números de El Patriota, del 13 en adelante. Lo único que puedo decir a usted es que, en el caso que usted está debe mostrar moderación y generosidad de principios. Rousseau decía que las almas quisquillosas y vengativas siempre eran débiles y miserables y que la elevación del espíritu se mostraba por el desprecio de las cosas mezquinas. Yo he ganado muchos amigos por haber sido generoso con ellos, y este ejemplo puede servir de regla. Si esos señores son justos, apreciarán los talentos y los servicios de usted, y si no lo son, no merecen que usted se mate por ellos... Recorro muy velozmente la comparación que usted hace entre Nariño y yo, ya esto es llegar a las manos, y ya también es tiempo de ir parando el trote del caballo por una y otra parte.”



¿Qué hace Santander ante estos consejos?: “Por mi parte jamás le diré ni indirecta (a Nariño), ni nada que pueda ofenderlo —y aclara— mientras Su Señoría no me toque”.

Pero, ¿qué podía hacer Bolívar ante estas intrigas? ¡Nada! El mismo había dicho una vez que era como luchar contra lo imposible: “Yo no puedo luchar contra la naturaleza de esta tierra ni variar el carácter de los hombres débiles”.

Comprende Bolívar que el odio de Santander contra Nariño es peligroso para la paz de la república y que no puede seguir identificándose con sus quejas y sus críticas personales. Le aconseja que no siga escribiendo panfletos porque es propio de hombres ordinarios y sin principios. Bolívar comenzaba a sentirse adolorido y hasta culpable, porque Nariño en aquellos días le decía que quería irse de Colombia o venirse donde él se encontraba, pero que no lo hacía porque estaba enfermo en una cama. Las calumnias lo habían golpeado más que las guerras y las prisiones de los realistas. No sospechaba el Libertador entonces, que la prensa le tenía reservado también a él la misma medicina. Entonces decide escribirle a vicepresidente: “...nadie puede hablar de sí, sin degradar de algún modo su mérito[2]. Es tan fuera de propósito el que el primer magistrado sea redactor de un papelucho, que no puede imaginar el mal que se hace”. Le pide que no continúe haciendo uso de tan funesto método aunque sea para defender a Colombia o aterrar a sus enemigos, porque tal procedimiento, “aunque produce bienes, hace odiosos a sus profesores, y le advierte: “Muchas cosas son útiles y los que lo ejecutan quedan para siempre aborrecidos”.

Nunca Santander hizo caso de los consejos de Bolívar, porque que no sólo siguió escribiendo desde la vicepresidencia contra sus enemigos, sino que más tarde hundió y calumnió a Bolívar desde el anonimato insidioso de sus panfletos; aún más, poco antes de morir continuaba con su estilo insultante y ofensivo por la prensa contra aquellos que le contradecían.

Para que se vea una vez más la mano de Santander en los asuntos públicos llevados a su capricho, veamos el siguiente párrafo de una carta enviada al Libertador: “A propósito de la acrimonia, no soy tan conocido cuando quiero que no me conozcan: los artículos de la Gaceta de Colombia sobre reforma, milicia y guerra, son míos exclusivamente, y nadie los ha conocido... Hay papeles que se suponen míos, que son de Azuero o de Soto, o de Gómez, que también escriben con hiel cuando se les antoja.[3]”



Los granadinos honrados terminaron alejándose despavoridos del crimen que significaba ser hombre público en nuestra América. Estamos convencidos que Bolívar igualmente se aterraría al concebir lo que se avecinaba para el continente, donde al carecer de hombres de carácter, ningún obstáculo iba a tener Estados Unidos para hacerse con nuestros recursos, y veía con claridad que volveríamos a ser nuevamente una colonia.

Francisco, para su tren Ejecutivo pensaba en prospectos de banqueros y grandes comerciantes, en la conformación de una casta oligárquica que dominara completamente la política que sostenían los godos. Venían a su mente los Uribe y Santamaría, los Arrubla, Montoya y Lorenzo María Lleras, los Florentino González, Francisco Sotos y Azuero, acaso algunos de los Mosquera, los Restrepo o Caycedo; posiblemente José Ignacio Herrán, algunos de ellos dueños de las salinas de Zapaquirá, Nemocón, Tausa, Chita, Numaque, Recetor, Pajarito y Chameza, además de ser dueños de grandes potreros y tiendas. Eso sí, no podía integrar esta casta los venezolanos, por más ricos que fuesen.

De tales pensamientos surgió la idea de crear un periódico audaz que comenzara pues a “invertir los sentidos”. Este fogonazo mediático fue El Correo de Bogotá, cuyos objetivos apuntaban atacar a la religión, procurar la inmigración extranjera, defender los principios del filósofo utilitarista y defensor de la usura, Jeremías Bentham; y fundar una sólida cofradía masónica. Siguió con éste la proliferación de camarillas de todo tipo, y Santander para despistar al público, siempre oculto entre sus papeles, sacó El Patriota, donde aparentaba atacar a su propia logia, y salieron también al ruedo por estos mismos escándalos Los Toros de Fucha.

Colombia entera tenía consolidada sus fronteras: Morales era dueño de Maracaibo, Calzada estaba fuerte en Puerto Cabello, los pastusos alzados y solicitando a gritos desgarrados que Fernando VII se presentara en sus infernales cornisas; Santa Marta estaba en manos de belicosos indios que seguían los mandatos de los godos; Bolívar, acosado en el Sur por la naturaleza tanto de lo viviente como de los formidables ríos, bosques y abismos. ¿De dónde sacaban Santander y sus sabios asesores que vivir en manos de los francmasones, y entre turbios negocios de comerciantes, nos iba a salvar de tantas desgracias sociales? Luego de estos triquitraques panfletarios aparecieron los “contras” atacando a los masones, uno llamado El Gallo de San Pedro, otros mentados Tardes Masónicas, El Perro de Santo Domingo, Las Guerras Fanáticas contra Masones, El Verdadero Censor de Colombia, El Gallo Antimasón y El Soldado de Colombia, Las Noches Masónicas, El Traductor, Las Albricias, El Noticiote, Las Damas de Bogotá, El Despertador, El Pésame. La rehostia, pues.

[1] O’Leary, Memorias, Vol. III, p. 97.

[2] Era muy propio de Santander alabarse cuando atacaba a los demás.

[3] Roberto Cortázar, Cartas y proclamas del general Santander.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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