Donald Trump es un simple seguidor de Obama

Donald Trump llega a la Presidencia de los Estados Unidos con un discurso rompedor contra las élites del partido Demócrata que según el habían convertido a EEUU en una víctima inocente de los demás países y con la consigna de hacer primero nuevamente a su país.  Eso fue en el papel porque en la práctica se demostró más un seguidor de Barack Obama, seguramente el único negro que admira, que en un politico con ideas propias. Eso con respecto a nuestro país Venezuela.

Es que en marzo de 2015, Barack Obama era el presidente de Estados Unidos, con la ceguera propia de la gente mentecata, firmó un decreto en el que declaraba a Venezuela como una “amenaza inusual y extraordinaria” para la seguridad nacional de su país. Producto todo de un anticomunismo fuera de contexto, ya que Venezuela no tenía ningún partido comunista dirigiéndola y la presencia de Rusia y China, era ocupando los espacios que Estados Unidos ya había abandonado en Venezuela. Ninguna amenaza teníamos más allá de nuestra tradicional posición de oponernos a toda forma de dominación.

Ese acto, Obamisticamente oprobioso, revestido de un lenguaje diplomático que pretendía justificar medidas de presión, marcó un punto de inflexión en la relación bilateral y abrió la puerta a una política de hostigamiento que se ha prolongado hasta nuestros días. Solo a una gente como Obama se le ocurre iniciar una política de hostilidad hacia un país tradicionalmente amistoso con Estados Unidos, con miles de personas viajando regularmente hacia allá, una actividad comercial intensa no solo por el petróleo y los consabidos nexos comerciales petroleros. Todo era ganancia total para los norteños que le parecían insuficiente las cadenas y la opresión a la que estábamos sometidos.

Sin embargo el beneficio no llegaba al pueblo venezolano que tenía décadas pasando penurias y pobreza, sin que hasta la llegada de Chávez nadie se atreviera a hablar en su nombre y en su defensa. Chávez lo hizo y trato de reivindicar derechos que teníamos y que debían beneficiarnos y que el empató con otro sueño venezolano como es aprovechar sus riquezas naturales para construir una sociedad más venezolana, más prospera.

Cualquier posibilidad de entendernos de otra forma el demócrata Obama lo saboteo, y con su decreto dio inicio de una estrategia que buscaba aislar a Venezuela, debilitar sus instituciones y someterla a un cerco económico y político. Como si ya el sometimiento que teníamos encima no fuera suficiente. Obama quería vernos sangrar. Desde entonces, la narrativa oficial estadounidense ha insistido en presentar a nuestro país como un enemigo, con el objetivo de legitimar sanciones y medidas coercitivas que afectan directamente a la población. Perdió de vista así Estados Unidos con Obama, el contexto y la historia. 

Cuando llega a la presidencia Donald Trump, quien por momentos tiene atisbos de comprender la crisis sistémica en que se encuentra los Estados Unidos, la lucidez no llegó con él e influenciado por asesores compañeros de derrotas permanentes venezolanos y cubanos acentuó el ataque y la presión contra Venezuela durante su mandato. Y a pesar de su retórica contra las políticas demócratas no se atrevió a contradecir las acciones de Obama. 

Lo que comenzó como un decreto se convirtió en una política sistemática de agresión. Bajo la administración Trump, las sanciones se multiplicaron y se hicieron más severas, siguiendo la visión política de Joe Biden, afectando todos los sectores de la economía nacional. Se bloquearon activos, se persiguieron transacciones financieras, se obstaculizó el comercio de petróleo y se cortaron las fuentes de ingreso del Estado. Estas medidas no fueron gestos diplomáticos, sino acciones concretas para estrangular la economía venezolana y provocar un colapso interno que llevara a la caída del gobierno y Washington pudiera dominar más directamente a Venezuela.

Y Estados Unidos parece inmune al dolor, porque si bien produjeron grandes daños a Venezuela, toda la caída comercial con Venezuela afectó en algo a las economías en EE.UU., que uno piensa, esas pérdidas “deben ser minucias” para ellos porque nadie dice nada allá. Florida tenía un gran negocio con Venezuela, pero sus legisladores en vez de pedir otro enfoque plantearon incrementar las agresiones. 

Y el discurso de Trump se hizo cada vez más despectivo y agresivo que el de su antecesor. Apeló abiertamente a la amenaza de intervención y al reconocimiento de actores políticos internos que se alineaban con su estrategia. Se promovió un “gobierno paralelo”, se alentaron intentos de desestabilización y se buscó dividir a la sociedad venezolana. Siguiendo las ideas de Biden y Obama en Ucrania, desplegó sus buques de guerra a rodear a Venezuela y amenazando con intervenciones armadas. Todo esto, en parte, para impresionar a sus electores con una imagen de "hombre fuerte".

Sin embargo, la estrategia de EE. UU parece ilógica pues Trump el archí anti demócrata mantuvo las políticas de Obama a pesar de que terminan afectando a la propia economía estadounidense. El caso de Venezuela no es como el de Irak, donde no había tanto intercambio ni la tradición de cercanía entre los dos países. Aquí, lo irónico es que, precisamente por la gran importancia petrolera de Venezuela, la respuesta de Washington parece ser castigar y destruir al país que es su propio socio comercial.

Trump quiso diferenciarse de Biden, pero en Venezuela solo es un seguidor de Obama. El archí contra demócrata acabó aplicando la misma receta del demócrata. Ahí está su pifia, pues se esperaba una innovación realmente pacífica y se convirtió en un segundón del demócrata.              

 


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Oscar Rodríguez E


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