Europa y su saqueo cultural del tercer mundo, (III)

Y el saqueo de Egipto sigue, sin pausa.

Excavar, saquear y robar son las consignas. En semejante contexto, no solo roban los cónsules como Drovetti y Salt y los aventureros como Belzoni. La tentación es grande, los tesoros arqueológicos están por todas partes, no existen controles, y las ocasiones de robar abundan. Así que también roban los sabios, científicos y arqueólogos, que gozan de enormes ventajas para aprovechar toda ocasión propicia. Los 2 primeros de esos famosos sabios que también roban, y que tendrán numerosos seguidores, son el francés Champollion y el alemán Lepsius.

Champollion, el sabio, fue también ladrón de antigüedades. Todos conocen su genialidad, su dominio de lenguas antiguas, su dedicación al estudio de Egipto, su amor por la cultura egipcia antigua y su meritoria labor descifrando los jeroglíficos egipcios a partir de la recién descubierta piedra de Rosetta. Pero muy pocos saben que también presionó para saquear el país y que él mismo fue protagonista de robos de antigüedades. Y no se trata de la compra para el Louvre de la segunda colección, robada, de Drovetti y de una de las colecciones, también robadas, de Salt. Se trata de la piedra Canopus y del obelisco de Luxor.

En 1828 Champollion realiza el sueño de su vida. Va a Egipto en misión oficial patrocinada por el rey Carlos X. En septiembre pasa por El Cairo y descubre en una mezquita la estela que lleva inscrito el Decreto de Canopus, texto bilingüe de tiempos de Ptolomeo III, comparable en cierta medida a la piedra de Rosetta. Lo quiere, y logra que Drovetti use su influencia con Mehemet Alí para que se lo incluya entre los regalos que el pachá le hace al rey de Francia.

pero lo más grave no es eso. Es que Champollion, al ver el imponente templo de Luxor, se enamora de los 2 obeliscos que adornan su entrada y, presionando, logra que Mehemet Alí ordene despojar al templo de uno de ellos para regalárselo al rey de Francia, destruyendo así la armonía del bello monumento. El obelisco es derribado en 1831, trasladado a París, y erigido de nuevo en la parisiense Plaza de la Concordia en 1833, para que los egipcios ricos, después de ver su mutilado templo en Luxor, puedan viajar a París, capital del jardincito ladrón, para verlo. ¿Qué tal si imaginamos a un presidente de Francia regalándole una torre de Nôtre Dame al gobierno de Egipto porque un importante arqueólogo egipcio se ha enamorado de la torre y la quiere para que sea instalada en una plaza de El Cairo?

Lepsius, prusiano, arqueólogo, lingüista, y egiptólogo, fue continuador de Champollion. Encabezó en 1842 una expedición a Egipto y Sudán promocionada por Alejandro de Humboldt y el rey Federico Guillermo IV de Prusia. Lepsius siguió en esto la pauta de la expedición napoleónica en cuanto a llenar la suya, expedición científica y no militar, de numerosos sabios y especialistas. La expedición, llena de manos largas y peludas, recorrió y exploró con calma y libertad todo Egipto desde Guizeh hasta Khartun, capital de Sudán. De regreso en 1846, Lepsius publicó un notable estudio ilustrado de su expedición, pero esta no fue planeada y realizada sólo para explorar y estudiar sino también para saquear, para apropiarse de todas las antigüedades posibles, desde pequeñas cerámicas hasta estatuas colosales, todo al estilo de Drovetti, Salt y Belzoni. Se trató de un gigantesco botín de 15.000 piezas arqueológicas, que fueron embarcadas para Europa, destinadas al Museo de Berlín. Un saqueo descomunal hecho con total apoyo y a la luz del día.

En las décadas siguientes la egiptología va quedando sometida a ciertas normas limitantes del pillaje, pero este no desaparece, como tampoco desaparece el daño de templos y tumbas y la destrucción o mutilación de monumentos. Poco a poco el gobierno egipcio se va volviendo menos complaciente y algo más exigente y cuidadoso con sus amenazados bienes culturales. En la segunda mitad del siglo XIX, entre los continuadores europeos de Drovetti, Salt y Belzoni, muchos son arqueólogos profesionales mejor preparados para excavar ruinas con cuidado, pero que no dejan por ello de tener una visión colonial supremacista y una firme tendencia, derivada de ello, a combinar su condición profesional de arqueólogos organizadores de la exploración y estudio de esos templos, pirámides y tumbas milenarias, con el robo y saqueo de todo lo posible.

Entre esos arqueólogos destaca Auguste Mariette, nombrado en 1858 director del recién creado Servicio Egipcio de Antigüedades y reconocido como defensor del patrimonio egipcio y creador del Museo de Bulaq, luego convertido en Museo de El Cairo. Pero Mariette empezó robando antigüedades para el Louvre. Una de las piezas que se apropió es el famoso Escriba Sentado, que pasó a poder del Louvre. Exploró la zona de Saqqara y el Serapeum, del que extrajo y se robó muchas piezas valiosas. Mariette sacó a la luz el famoso templo de Horus en Edfú, pero sus exploraciones fueron bastante destructivas, y el egiptólogo inglés Flinders Petrie lo criticó por ello. Otro personaje que combinó el estudio con el saqueo fue el estudioso inglés E.A.Wallis Budge, que negoció y robó numerosos papiros y manuscritos coptos, negocio en el que, según él mismo, también estuvo implicado Gastón Maspéro, sucesor de Mariette en el Servicio Egipcio de Antigüedades.

Pero hubo ejemplos más recientes de saqueo o robo en las primeras décadas del siglo XX.

Se ha descubierto que el gran arqueólogo y egiptólogo inglés Howard Carter, descubridor y explorador en 1922-1923 de la excepcional tumba de Tutankamón, hoy tesoro del Museo del Cairo, sacó a escondidas varias piezas menores de la tumba, regaló una, y vendió otras a museos de Estados Unidos (EU), que las devolvió luego a Egipto. Como antigüedades egipcias no debían valer mucho. De haber sido valiosas, un ladronazo como EU no las habría devuelto.

El más grande, descarado y y escandaloso de esos robos ocurrió una década antes del hallazgo de la tumba de Tutankamón, y es el robo del hoy famoso busto de Nefertiti, reina y esposa del faraón Akenatón, considerado con razón la obra más bella del arte escultural egipcio. El ladrón fue el arqueólogo alemán Ludwig Borchardt, que lo descubrió en 1912 junto a otras piezas entre restos de la obra del egipcio Thutmose, famoso escultor al servicio de la corte egipcia de Akenatón y contemporáneo de la reina. La belleza del busto impactó a Borchardt que, decidido a robárselo como fuera, lo rodeó de restos de piezas rotas haciéndolo pasar por una escultura sin valor. Y, como ya para esas fechas el Estado Egipcio, para evitar más robos, revisaba las piezas halladas por arqueólogos extranjeros antes de decidir si estos podían exportarlas a museos de sus países, Borchardt logró engañar al funcionario egipcio que hizo la revisión, mostrándole solo una foto deficiente; y este, por descuido o complicidad, autorizó la salida. Pero ya en Berlín con el busto, Borchardt decidió mantenerlo oculto. Estaba por estallar la Gran Guerra europea en 1914. Y al terminar esta en 1918, exigió que siguiera oculto, pues la derrotada Alemania era acusada como única culpable de la misma y era posible que de exhibirlo, Inglaterra o Francia se lo apropiaran. Así fue solo en 1924 que el busto fue finalmente exhibido en un museo berlinés causando, como se esperaba, la masiva y creciente admiración del público. El que ha reclamado desde entonces la devolución del maravilloso busto que le fue feamente robado ha sido Egipto. Pero Alemania se ha valido de trampas y artimañas y del apoyo de esa Europa tan ladrona como ella para que el busto, junto con la puerta de Babilonia y con miles de piezas robadas también a Egipto, siga en poder de Alemania que, incluso lo ha declarado patrimonio suyo. Seguiremos.

Tomado del diario Últimas Noticias.

Europa y su saqueo cultural del tercer mundo (II)

 



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Vladimir Acosta

Historiador y analista político. Moderador del programa "De Primera Mano" transmitido en RNV. Participa en los foros del colectivo Patria Socialista

 vladac@cantv.net

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