El negocio de la guerra

La guerra horroriza a la sociedad civilizada. La guerra es la
máxima expresión del terror. Combatir el terrorismo mediante actos de guerra
es, sencillamente, echarle gasolina al fuego.

Lo espeluznante es que haya naciones que se suponen modernas y
cultas con gobernantes que esgrimen el terror como política de Estado.
Lamentablemente el extremismo religioso o ideológico controla algunos
gobiernos integrados por fanáticos dispuestos a morir, y a causar la muerte
de millones, con tal de imponer (o supuestamente defender) sus creencias
dogmáticas.

Entre éstos figura la administración del Presidente George W. Bush
en los Estados Unidos, quien, si bien no está dispuesto a morir, pretende
enviar tropas invasoras a cualquier nación que no acepte las normas del
capitalismo salvaje. Para Bush & Co. cualquier país subdesarrollado que se
niegue a entregarle sus recursos naturales a precio de gallina flaca es
terrorista o poco menos. Paradójicamente las tropas estadounidenses están
integradas, en su mayoría, por soldados latinos, negros y, en menor medida,
por muchachos blancos de los sectores pobres e iletrados; es decir, gringos
tercermundistas. Las víctimas de la guerra son los más pendejos. Los pobres
mueren para que los consorcios prosperen.

El fanatismo de Bush tiene dos vertientes. Una es religiosa, pues
profesa creencias que interpretan literalmente la Biblia, en particular el
Génesis (el mundo fue hecho en 7 días, etcétera,). Para George W. y sus
correligionarios las teorías científicas de Charles Darwin que comprueban la
evolución de las especies, constituyen anatemas. La otra es más práctica
pues se basa en los negocios. La familia Bush se dedica al petróleo, negocio
que figura en la cúpula del complejo industrial-militar que controla el
poder, y por ende la política, en Estados Unidos. Mientras más cueste el
barril de petróleo, más ricos se hacen Bush & Co.

Además, el imperio necesita asegurarse el control del futuro
suministro petrolero mientras no se descubra una fuente energética más
barata o segura. El petróleo y sus industrias conexas (refinadoras,
petroquímicas, etcétera) sostienen el poderío militar de los gringos y
viceversa: la superioridad bélica permite el control de las fuentes de
hidrocarburos. La guerra sirve para adquirir petróleo y éste sirve para
hacer la guerra.

La simbiosis entre los gobiernos de los Estados Unidos e Israel
tiene un carácter único. No se sabe quién utiliza a quién o si ambos se
benefician por igual. En todo caso los judíos constituyen un decisivo factor
de poder en la política estadounidense que estimula su rol hegemónico como
potencia neocolonialista.

Ciertamente el Estado judío tiene mucho de admirable y nadie puede
culparlos por su habilidad para sobrevivir, utilizando, inclusive, el
espionaje contra su mentor y aliado cuando les conviene.

Pero, con todo su poder, el binomio EEUU-Israel no ha logrado, ni
logrará, imponer una ³Pax Americana² en el Medio Oriente basada en la
superioridad militar. Por otra parte las cifras están a favor de los árabes.
Son 600 millones de musulmanes ­ no importa cuán divididos estén en la
actualidad ­ cuyos hijos y nietos crecerán odiando a quienes los avasallan
con las armas.

Tarde o temprano se volteará la tortilla y la supremacía le tocará
al otro bando.

augusther@cantv.net


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Augusto Hernández


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