"Unos dolaritos..."

Estamos en época de lluvia y sobre todo de mucho frío en el estado Mérida. La ocasión es propicia para arar la tierra y comenzar, como es costumbre ya en esta entidad, sembrar el alimento que por lo general es distribuido a lo largo y ancho de todo el país. Esta cualidad de contribuir con la actividad económica y el alimento de la nación erradamente vemos que el resto del país, sobre todo el gobierno, al parecer poco lo agradece a Mérida, incluyendo al Táchira también, pues no se concibe que este estado pujante viva todo un calvario para conseguir el combustible que necesita, precisamente, para que se puedan transportar el fruto de los sembrado al resto de las ciudades capitales de la nación. Este hecho podría interpretarse como una acción desagradecida, pues así no se trata a quien diariamente permite que llegue el bocado de comida a tu boca.

La anterior reflexión nos ha venido a la mente producto de la visita que estamos dispensando a esta entidad, por demás hermosa, turística, alegre, amable, respetuosa y cordial, pero quien la sufre, inmerecidamente, es quien se parte el lomo, día a día, y en condiciones nada favorables, para producir lo que se espera en la mesa de cada comensal de este país, por las razones que sean.

Llegamos a Mérida hace apenas unos escasos días. El viaje, desde la región Centro Occidental del país, lo hicimos por la vía que nos conduce, primeramente, al estado Trujillo, otra región digna de admiración, y de esfuerzo sostenido para producir la "papa" que consumimos los venezolanos, que al igual sufre de escasez gasolina.

Ya cerca de las cinco de la tarde pasamos por el afamado "Pico del Águila", la parte más alta, por carretera, rumbo a la "Ciudad de los Caballeros", que nos obliga tomar el abrigo, el gorro y los guantes, para poder soportar el frío.

A lo largo de la vía se cuentan escasos caseríos, incluso, viviendas separadas unas de otras, prácticamente aisladas y desoladas, que nos hace llamar a la reflexión, debido al coraje y a la valentía que tiene esa gente hermosa para enfrentar la vida.

Acompañado del grupo familiar llegamos a casa de María Lucía. Madre de seis hijos, tan solo con dos de cuatro y seis años. La mayor cuenta ya con 26. El grupo familiar, incluyendo su esposo, están integrados en medio de eso frío a la "Siembra hasta Vencer", sin que nadie, mucho menos un organismo oficial, se digne en ofrecerles el apoyo que tanto se merecen.

No más al llegar al frente de la humilde vivienda, salió María Lucía a recibirnos, acompañada, desde luego, de sus dos menores hijos, incluyendo otras personas adultas y adolescentes que se encontraban en su casa.

Detrás del pintoresco hogar pasa abriéndose camino, entre rocas de distintos tamaños, un hermoso río, espumoso, que invita a disfrutar sus aguas, pero hacerlo es retar al mal del páramo, y por qué no, a la misma muerte, por congelamiento.

Lo primero que vimos no más nos dedicamos a contemplar ese paisaje hermoso fue un reducido grupo de gallinas y gallos que merodeaban a la orilla del peligroso afluente, que por cierto venía crecido.

Ubicados, en medio de una especie de isla, vimos a unos pequeños cerdos, que hurgaban entre la tierra buscando alimento. En una jaula más allá, notamos también un par de conejos que se alimentaban de algunas verduras y hortalizas que se producen en la loma de la montaña, a unos escasos metros más allá.

Desde luego no faltó también la compañía fiel de unos bonitos perros, que ante el frío, exhiben un abundante pelaje. Todo esto acompañado del humo que arroja la leña encendida y el olor característico del tinto, que comenzaba a prepararse en un fogón improvisado a un lado de la casa, entre latas viejas, muy viejas, de zing, barro, madera y piedras.

Mientras nos encontrábamos detrás del hogar, cargado de mucha pobreza, María Lucía atendía a mi yerno ofreciéndole unas frescas y nutritivas legumbres, que ya por encargo estaban apartadas.

De la dueña y cabeza visible de este humilde hogar, debo referir una anécdota que nos relató nuestro yerno en otro viaje que hizo por la misma vía.

"Conocí a María Lucía una vez que vi que estaban ofreciendo hortalizas frente a su hogar. Por no dejar, porque en realidad no cargaba suficiente dinero en efectivo, llegué y pregunté los precios, los cuales, desde luego, eran mucho, pero muchos más económicos, a como los venden en la propia ciudad capital. De todas maneras viendo que el dinero en efectivo no me alcazaba le dije a la humilde mujer que no podía llevar todo lo que me ofrecía, pero para sombro de mí, y de mi familia, me dijo: no importa, llévese todo lo que usted desee. Para un próximo viaje, que Ud. pase de nuevo por esta vía, me paga".

Desde luego este episodio que me narró mi yerno no solo le causo asombró a él, también a mí, que me hizo quedar de boca abierta, pero además me llené de tanta emoción, que hoy redactando este humilde crónica, siento que los ojos se me humedecen.

Al conocer la historia de María Lucía no más al verla sentí por ella, y desde luego, por sus cariñosos hijos, que no más al notar nuestra presencia nos extendieron sus manos en señal de saludo, un profundo afecto y respeto, por cuanto nos dio a entender que no todo en el país está perdido. Aún queda gente buena, amable, cordial, que solo se desvive por hacer el bien, gracias a su arduo trabajo muchas veces poco compensado.

En nuestra condición de periodista, "salido", como dicen los yaracuyanos, de inmediato establecimos una conversación o más bien un interrogatorio dirigido como balas a María Lucía. Sus hijos pocas oportunidades tienen de ir a la escuela, pues para poder hacerlo deben viajar diariamente, solo en "colitas", hasta una de las poblaciones más cercanas en donde hay escuela.

Hoy mi yerno ha comenzado a alimentar con María Lucía y su entorno familiar, una verdadera amistad. Sin ánimo de vender su gesto le llevó a la humilde dama ropita que han dejado mis nietos en muy buen estado para sus pequeños hijos. Igualmente le ha llevado, como especie de trueque, paquetes de granos, harina, y otros alimentos, de difícil acceso para ellos, a cambio de unos suculentos calabacines, entre otras hortalizas.

María Lucía se ha sonrojado por los alimentos recibidos, de inmediato que replicó que eso valía mucho más que las verduras que ella le había entregado a mi yerno, por eso tuvo la intención de llenarle el carro con muchas más hortalizas, e incluso unas truchas.

Para mí lo cumbre del encuentro, mientras me encontraba detrás de la vivienda contemplando el espectacular rió, y los pequeños cerdos, fue la respuesta que me dio uno de los hijos de María Lucía, que a duras penas tendrá unos seis años.

-"Cómo cuánto vale unos de esos cerditos pequeños que están criando tú mamá y tú papa", le pregunte al niño.

Para asombro de este humilde reportero de seguidas me dijo: "señor, esos cochinitos los vende a veces mi mamá, de acuerdo al tamaño, en unos 50 dolaritos, no más".

 

 



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Italo Urdaneta

Periodista, historiador y profesor universitario

 italourdaneta@gmail.com

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