Descubra quién fue ese bobo brutísimo,...llamado Enrique Tejera París

Con grandes esfuerzos y demoníaca repugnancia logré el milagro de tragarme completito, durante esta Semana Santa, los disparates impresos en el libro “Gobierno en mano”–Memorias (1958-1963)[1] del proto-adeco ENRIQUE TEJERA PARÍS; esta bazofia fue editada, sin revisar ni corregir, por la editorial del imbécil del Fausto Masó. Una cataplasma plagada de barbaridades y errores de todo tipo.

Pero en fin, bien valió la pena tragarse tamañas burradas, para pasarle otra cuenta más a los monumentales adefesios de la IV República. En eso nos la pasamos para que se conozca aquel mundo de idiotas y de soberbios ladrones y farsantes que nunca más deben volver a torturarnos. Qué mal parado deja este pendejo de ENRIQUE TEJERA PARÍS a su padre que debió ser sin duda otro grandísimo cabrón e idiota, ya sea por el sólo hecho de haber engendrado a tamaño guiñapo, de haberlo consentido en exceso y de haberlo “educarlo” como lo hizo.

Este señor de ENRIQUE TEJERA PARÍS nunca aprendió nada en su vida, nunca entendió nada en su vida y nunca hizo nada que valiera la pena en su lánguida y estúpida vida, como veremos, pero le costó a la Nación todos los ojos de la cara de la república. Ha sido el más grande diente roto que haya parido esta tierra, pero como era hijo único de papá, quien fue otro descomunal jala bolas de Betancourt, pues hizo en el país lo que le vino en gana. Por sus barbaridades, como veréis, le conoceréis.

Por supuesto que el bobo ENRIQUE TEJERA PARÍS se desfoga en alabanzas de su gran piache, mecenas y mentor que fue Rómulo Betancourt, y en su manera ágrafa de expresarse comienza diciendo: “Pero la opinión de los que trabajamos con Betancourt debemos darla en tono menor para no avivar tizones de las dictaduras, de los descendientes de personas delincuentes, cuya memoria más bien deberíamos todos dejar descansar” (pág. 9). El pendejo se refiere al presidente Chávez y a Maisanta, pero como es desbolado no sabe qué hacer con las palabras ni con los hechos de la historia que ni domina ni conoce.

En su estrafalaria ignorancia, este bobo de TEJERA PARÍS, en 1958, se encuentra con Carlos Mendoza, hermano de Eugenio Mendoza. Carlos le dice: “¡No habrán pensado ustedes que los militares iban a dar un golpe para después regalar la presidencia!” Entonces el hijo único de papi queda conmocionado: “Carlos tenía, por razones de familia, un asombroso parecido con Bolívar. Me pareció que el dictamen lo estaba pronunciando el propio Libertador, por la asertividad…” (pág. 11). Qué audacia, comparar a Bolívar con soberano guiñapo.

El bobo cree que se las come como narrador, y estampa un consejo que le dio el maula de su jefe, Betancourt cuando lo envía desde Nueva York en 1958 y le recuerda: “Si en Miraflores pides café, y te lo dan, quédate. Si no aparece, sal corriendo”. Genial, la putada. A él se lo dan y se queda, porque así son y han sido toda la vida los adecos: entrometidos y aprovechados. Él llegaba junto con Eugenio Mendoza… y como la “ansiedad pone locuaz” (págs. 11 y 12). El atrevido bobo se metió en Miraflores como Pedro por su casa y anduvo por sus corredores “con la sensación de no atreverse a mirar atrás no sea que le claven una bayoneta” (pág. 12). Betancourt le había ordenado al bobo: “¡Tú entras en Miraflores, y no salgas de allí hasta que yo te diga! Por tanto necesito una oficina.” Y el idiota ni tonto ni perezoso se busca una: “Jamás imaginé que la búsqueda de una ofician pudieras ser un proceso tan violento” (pág. 13). Otra vez nos vuelve a hablar de Carlos Mendoza quien tenía la capacidad “de resumir los negocios más complejos, sin embarazarse de computadoras, ni de Árboles de Decisión o Caminos Críticos. Es cierto que tenía poca sensibilidad política, pero poseía una vasta sensibilidad social y nacionalista” (pág. 14). Tremenda vaina te echaron Carlos.

Y el bobo se la comes toda porque no hubo cosa que él no pensara que no sucediera, juicio que no fuera certero, consejo que no resultara ejemplar y benéfico para el país. Todo lo grandioso de la IV república se le debe prácticamente a él. Hasta puede decirse que era el asesor más reputado y agudo de Pérez Alfonzo y que la OPEP nació de su protuberante genialidad. Pero en cuanto a metáforas nadie le gana; refiriéndose al gobierno provisional instaurado en 1958, dice: “… por lo demás la inauguración de una junta es como entrada a una jaula de leones que recién se conocen y donde cada uno es a la vez felino y domador.” (pág. 22).

El estilo de este canalla es único en la tierra. Como él le dijera a un gringo de apellido Cates que Betancourt ganaría las elecciones y así resultó, entonces coloca: “Cates me llamó para felicitarme por mi clarividencia. Nos hicimos amigos de su esposa y de él…” Y como el bobo es muy fino, al pasear por Miraflores prorrumpió en un grito espantoso y dijo que “aquellos decorados y colores eran tales que enrojecerían  a una celestina” (pág. 44). Y él era la celestina más brutal del burdel de los adecos. Pero él iba en plan de arreglar aquellas mamparas: “La total metamorfosis de dos pisos del “Palacio Blanco” transformando cual abracadabra las oficinas que ocupaban diversos funcionarios de la Junta en oficinas de cordiplan” (donde el bobo ejercería de gran jefe) (pág. 46). El bobo se vanagloria porque “Cordiplan y yo mismo salíamos en reseñas casi todos los días en los periódicos” (pág. 47). Estaba feliz pues porque habían ganado los adecos en aquel 1958, y cuando en 1959 se aprestaban para cogerse el país y bobo se negaba a salir ni un minuto de Miraflores menciona el “humor fino y seco de Pérez Guerrero. Ya estaba muy cerca la toma de posesión y había como un solaz de no hablar de gobierno…” Que Satanás entienda a este hijo de puta.

Al hijo de papi Betancourt le tenía que dar una buena presa: “Batancourt me ofrecería en cambio a los pocos días el cargo más interesante que tuve hasta hoy: el de Gobernador del Estado Sucre… por otro lado nadie esperaba que yo saliese de Cordiplan, tal era el barrage (sic) de publicaciones y reportages que había salido. La misma Carmen de Betancourt, toda bondad como era, le confió a mi esposa que le había dicho a Rómulo: “cómo le haces eso a Enrique”…” (pág. 48).  El bobo se sentía no obstante profundamente herido y cuenta que Betancourt tuvo una larga conversación con él “y le dije que aceptaba con gusto ser gobernador, y que seguría en Cordiplan por los días necesarios. Qu ser gobernador me atraía, ya que desde mis tiempos de estudiante había ayudado y seguidoi los trabajos de un compañero de curso, Clemente ortega, cuando fue Presidente de Miranda, y más tarde los de mi padre como Presidente del Carabobo, y que hasta había guardado notas, fichas y proyectos para este oficio. Y en seguida mi regla de aceptar sólo caregos que hubiera pensado en tener algún día y éstos incluían gobernar un Estado”. (pág. 49).

Vayan viendo ustedes pues, la catadura de este tremendo lagarto.

Resulta que Betancourt le preguntó cuál otro cargo tenía en su lista, y el bobo se disparó: “Todo lo que pude responderle fue que por lo menos tenía uno que ciertamente no deseaba: el de Rector.” (pág. 49). Cursi, coño.

Aquello en su isla de Barataria al bobo se le volvió un caos, y contradiciendo comenzó a decir que él de aquello no sabía nada porque solo dos veces había estado en Cumaná, “y la segunda vez que puse pie en Sucre, veintidós años después, fue en plena campaña electoral cuando, volando de Maiquetía a Carúpano en un DC-3, cuando el piloto, compañero de los cursos de aviación en Maiquetía, me invitó a co-pilotear. Al enterarse Betancourt mandó a buscarme a la cabina de mando para decirme que “me dejara de eso”. ¡Pero Rómulo, si yo soy piloto!, le dije: “No chico, déjate de eso, que andamos en otra cosa”, había insistido con tono definitivo.”. Qué maricón.

La cursilería del escrito va adquiriendo dimensiones palangenésicas. Se interna el bobo junto con su piache Betancourt entre una muchedumbre. Van caminando hacia la plaza de Cumaná “hubo un momento en que me sentí literalmente levantado en vilo pero dando empellones los guardaespaldas lograron empujarme de nuevo al lado de Betancourt, a tiempo que éste le gritaba a un hombre que lo abrazó: “¡No peque la cara!” Y lo empujó violentamente. Yo logré despegarme de una anciana de gran fortaleza adhesiva e increpé a Betancourt: “¿Por qué tratas tan mal a ese compañero?” Y me respondió en el fragor de la batalla por alcanzar la tarima: “¿Qué caray, chico, un voto menos?”.” (pág. 61).  

Refiriéndose a su jefe Betancourt, el bobo estampa que este piache “raras veces daba órdenes. Más bien dejaba escapar insinuaciones y estímulos parcos, algunos de los cuales fue incapaz de interpretar en su momento, pues mi formación poco daba para entender sutilezas y quizá por eso me entendía mejor con Leoni [que era tan imbécil como él, Enrique], que era directo y preciso, con Prieto o Barrios o con mis compañeros Dubuc y Leidenz.” (pág. 67).

En librejo de este pendejo quedan también muy mal parados por ser amigos de este parásito personajes como Pérez Alfonzo y Arnoldo Gabaldón. Como la cultura adeca tiene en alto grado la jaladera de mecate (no existe adeco que no le encante jalar con delirio), coloca el bobo este párrafo: “Me recibió afablemente en el feo y encerrado despacho cuadrado del Presidente en Miraflores. Casi me tropecé con el pilar de hierro que Cipriano Castro había mandado a poner por miedo a los terremotos [una mierda que no viene a cuento]. El Presidente me preguntó si le había traído chorizos de Río Caribe, como recordando nuestra conversación en la playa de Puerto Rico, cuando me mandó a Venezuela. Ante mi negativa, me dijo como admonición: “Chico, ¡hay un mínimo de adulancia! Y mándame también un ajicero de Güiria”. Me avergüenza reconocer que nunca cumplí sus deseos gastronómicos y que sólo cuando envejecemos nos damos cuenta de nuestras durezas e incomprensiones para con los mayores” (pág. 68). Esto son los intelectuales adecos que tanto adoran los Manuel Caballero, los Vargas Llosa, los Rafael Cadenas, Carlos Blanco, Elías Pino Iturrieta, etc.

El bobo confiesa que su gran trauma de toda la vida era el de ser famoso y planificador, pero le escocía que los compases del himno de Cumaná terminaran en subida y no en bajada, y allí la cosa se le fue poniendo fea con las manifestaciones y protesta y se arrechó y dijo: “gobierno es gobierno” y dijo su frase predilecta y más usada y famosa: “más vale ponerse una vez verde que cien colorado” (pág. 75). Y lo que iba junto con esa frase fue su decisión de mandar a amolar mil machetes para enderezar a los alzados en la calle. Luego el bobo se cagó cuando las protestas recrudecieron y entonces aclaró: “Yo lo que ordené fue mandarle a quitar el filo a los machetes, porque de que hay quedar plan de machete hay que darlo. Como en 1936, yo había recibido un planazo de la caballería que disolvió un mitin en la Plaza de la Pastora (quedé un instante sin respiración y no se me olvida), pueden tener ustedes la seguridad [le dijo al pueblo] de que será más lo que enseñen los machetes que lo que los usen, les aseguré”. Mierda. (pág. 75). Porque bobo cuenta que él tenía problemas de inteligenciar porque tenía más de mil informantes, aunque él controlara a la asociación cuasi masónica de los telegrafistas. De las cosas que más le encantaban a este parásito era que la hora solar de Cumaná coincidía plenamente con la hora legal sin que nadie entendiera por qué. Al hacer una visita al cuartel de Cumaná comprobó el dicho de Betancourt porque “puse mi rostro más placido y respondí “sí y negrito, por favor” y de inmediato se oyó el eficaz y tranquilizante reflejo de la cadena de mando: “¡UN CAFÉ!”… ““¡UN CAFÉ!”… “¡UN CAFÉ!”… “¡UN CAFÉ!”… y apoco llegó desde la cocina lejana una bandeja cubierta de mantel impoluto, tazas llenas, azucarera y cucharillas. “¡Cónchale!” casi dije para seguir con alguna gracejada pero Dios me reprimió y apenas tuve tiempo de pensar que así de eficaz debía ser mi administración…” (pág. 79).

Esta mierda de libro está llena de insufribles lugares comunes, y sólo me mantiene en este recuento la necesidad de que se conozca quién eran estos hijos de puta que tanto nos estafaron durante cuarenta años. El bobo se lanzó en la Plaza de Cumaná un discurso “que como tesitura [este imbécil no sabe lo que es tesitura] tenía al General Sucre pero como objetivo, que me oyera la tropa allí formada; pero la eficacia burocrática enfocó los altoparlantes hacia el publico y los militares nada escucharon, sólo soportando con estoicidad y mucho calor los ruidos ininteligibles de largos discursos. No sólo eso: para distinguir el buen militar (Sucre) del valiente abusador y pendenciero (Bermúdez) hasta recordé su frase: “¡Cómo serán esos españoles del Perú cuando hasta Toñito es mariscal!” Obteniendo como único resultado de mis esfuerzos que los partidarios cumaneses del General Bermúdez no me lo perdonaran” (pág. 82).

Cuenta el bobo que una de las proezas más grandes que hizo siendo gobernador del Estado Sucre fue encontrar un baño en la gobernación. Porque no lo dejaba la gente ni mear. Que él mientras meaba con una mano sostenía su penecito y con la otra iba recibiendo papelitos que la gente le pasaba. Y que allí recordaba con añoranza la civilización del pueblo carabobeño. Él va mostrando a lo largo de su “obra” que es muy meón, y que las moscas lo tenían loca, y por todos lados tenían que ir gritando ¡prendan los ventiladores! Y en todos lados iba contando que el rey Eduardo VIII al preguntarle en Londres a su famoso abuelo Eduardo VII, ¿qué consejo me das para cuando sea rey?, el viejo le respondió: “No pierdas oportunidad de ir al baño” (pág. 95). Y se sentía muy incómodo el bobo, e iba también añorando su exilio, cuando se la pasaba viajando con su padre sinvergüenza de Nueva York a San José, de México a Londres, de La Habana a París. Recibiendo subvenciones del Departamento de Estado. Y entonces el bobo estuvo considerando la grandísima idea que se la pasó otro farsante llamado Rafael Pizani inspirado el Félix Adam, el de darle un radiecito a cada campesino para que vivir escuchando programas culturales de los adecos. Pero cuenta luego el bobo que Pizani se preocupó por este proyecto y le ripostó: “Párate ahí, Félix… Sería como en la URSS y yo no estoy de acuerdo con eso”. Y el bobo se dispara: “No quise dejar dudas en Pizani. Pero recordando una vieja recomendación que me hiciera Nicomedes Zuloaga, me despedí de inmediato: “cuando el contrario te acepte tu proposición, coge tu sombrero y sal corriendo”.” (págs. 114, 115).

Y el bobito tenía mucho cuidado de aceptarle un trago a nadie no fuera que le dieran fama de borracho (pág. 123). Y el bobito en ocasiones se le desataba un humor de los mil demonios, y un día mandó a poner preso a un gentío: a un gerente, a varios telefonistas, a unos vendedores de lotería y a cuanto bicho de uña se encontrara por los alrededores de una cabina telefónica porque no le había pasado una llamada al Gobernador. Y el bobito se ponía a meditar muy profundo y sentía que hoy en día Maquiavelo sería un gran politólogo muy respetado, quizá dando clase en Harvard o Roma. (pág. 137). Y a aquel gobernador de su isla Barataria nadie lo jodía fácilmente, no los ataques de los comunistas que le mandaban gente a pedirle trabajo como si él fuera el dios Midas. Que va. Y un día llegaron los policías muy quejosos diciéndole que ellos enfrentaban a los estudiantes desarmados mientras recibían lluvias de piedras, y entonces el bobito los autorizó a que se las devolvieran. Entonces como no tenía plata para comprar bombas lacrimógenas ordenó “fabricar “piedras” de barro hueco, que se desbarataban al impacto y que, por lo tanto, eran indevolvibles [qué hijo de puta tan bruto]. No llegaron a usarse.” (pág. 144).

El bobo produjo una verdadera revolución cargando camiones de pastillas polivitamínicas y tabletas de sulfato ferroso para combatir la anemia. Y cogió una arrechera muy grande porque la radio Ciudad Trujillo alentando la subversión comenzó a decir que él no hacía sino pasear haciendo turismo con su linda esposa, (pág. 152). Y el bobo estaba mal viendo aquella raibow coalition del puntofijismo “con cambios y recambios de empleados de todos los niveles que se entrecruzaban como metras de tres colores sacudidos en una botella” (pág. 168), toda una “perfecta piñata sistematizada” (pág. 169).

Y entonces este bobo de la isla de Barataria de Sucre cogió con Betancourt a inaugurar unas casitas para campesinos y el gran Piachi ardió de ira porque allí todo el mundo batía banderitas blancas. El gran Piachi y que le reclamaba al bobo que por qué no ponían más bien banderas de Venezuela. El bobito andaba que se cagaba y estuvo silencioso un largo rato como muchacho regañado porque “aquello implicaba que yo, de imbécil, para adular al Presidente había mandado a empavesar al estado de blanco. Repliqué indignado: ¡Tú no pretenderas que yo mando a hacer esto! ¡Yo estoy tan sorprendido como tú! Silencio. El edecán y el chofer iban hundiéndose en sus asientos, los minutos pasaban y apenas se les veían ya las cachuchas. En eso me salvó algún comunista. Entre todas las banderitas blancas flameaba una roja. “¿-Y esa, la mandé a poner yo también?” Rómulo soltó la carcajada…” (pág. 181).

Pero el bobito a veces tenía salidas luminosas, y un día tuvo una fuerte discusión con el famoso Schlesinger a quien le planteó que los EE UU se salieran de Vietnam; pero entonces Schlesinger se lo echó en regla a responder que si los gringos se salían de Vietnam  como lo de ellos era la guerra, entonces la iban a coger lanzándonos bombas a nosotros. Le pareció aquella salida genial. Era muy bueno que los gringos anduvieran matando gente bien lejos para que se olvidaran de nosotros. Y nuestra política debía ser siempre mantenernos quitecitos.

Lo más espectacularmente cursi que nos refiere este bobo fue su supuesto encuentro con el Che Guevara en La habana. Ese es el punto culminante de su gran cagada, y habla del Che tuteándolo, y el Che lo llama sencillamente Enrique. Es para buscarlo y caerle al tiro. Llega Cuba y lo meten en un estacionamiento de un edificio de muchos pisos y le recibe una muchacha en uniforme y hay como unas veinte personas esperando. “Me dijo –no sabe quien- que me sentara, pero [él arrecho] sigo de píe. Pero al cabo de un buen rato en un ambiente que le hubiera fascinado al autor de Diez Días que Sacudieron Al Mundo, la mirada recepcionista (allí sí era con camarada y todo) me dirigía una que otra mirada hostil; y yo me armé de valor y me le acerqué: Señorita, mi cita con el comandante Guevara era a la dos y ya son las dos y media.”

Aquello casi se vuelve de terror porque su audacia y desafío es muy grande, y entonces la señorita le responde por todo el cañón: “Ahora todo el mundo es igual y usted tiene que esperar su turno como todos los demás”.

Pero Enrique Tejera París no se arredre y estalla:

“-Señorita, le contesté severamente: Todos somos iguales pero unos somos más iguales que otros. No sé dónde me salió la frase orwelliana, pero tuvo pronto efecto. Me llevaron al ascensor, y en minutos estaba abrazando a Ernesto que río mucho de mi cuento.” Entonces el bobo lo llamó impertinente por haberse encargado del Banco Central siendo médico. Pero bueno Ernesto sostenía que la medicina y la economía se parecen. Y en aquel ambiente de chanzas y alegrías, el bobo le preguntó: “¿por qué no hacen elecciones? ¡Ustedes van a ganar de todos modos! ¡La popularidad que tienen es inmensa!”.

Entonces Ernesto se despepitó con aquel gran amigo y le respondió:

“Mira Enrique, tú eres mi amigo y contigo puedo ser franco: Aquí nos vamos a echar por la calle del medio. Nos vamos por una alianza a fondo con la URSS. Si no fuera a fondo no nos ayudarían sino a medias y los Estados Unidos nos invadirían. Tenemos que irnos a fondo con la URSS.”

Aquello se estaba poniendo color de hormiga, y el bobo todavía nada decía de peso. Al bobo se le había atascado la pluma ahí recreando su encuentro con el Comandante Guevara, y entonces le dijo al Che: “No, le dije. Yo vengo de Washington. Y le conté que Betancourt me había dado ese encargo: Busca soluciones, no conflictos. Ahora estoy aquí contigo y si tú quieres pudiera quedarme y hablar con Fidel, aunque él no me quiere mucho…

Pero entonces el Che se asustó: “No, no –le interrumpió… Para qué Fidel. ¡Fidel no es comunista ni es nada! –me dijo con tristeza… ”. La situación se ponía cada vez más tensa, y se despidió sin más nada y esa fue toda la historia de su encuentro histórico con el Che. Y entonces se vino a Caracas y se enfrentó a Betancourt quien le dijo: “No, no, quédate. Acuérdate que yo viví en Cuba y conozco a los cubanos. Peto tu conversación con este hombre, que es argentino, es grave. Ese amigo tuyo (en tono de reproche) lo que es, es un fanático. Tú y yo conocemos a los comunistas caribeños. Ese no es caribeño. Ese es como alemán, como ruso…”

“-Es vasco, le dije riendo”.

“-Peor. Prendió la pipa con dos fósforos (no le prendía con el primero) y me dijo: “Mira Enrique, eso de Cuba no tiene remedio. ¿Y tú sabes? Los van a invadir o cualquier cosa. Pobre Cuba (y me citó a un autor que no recuerdo, pero que venía muy al caso) “Habla con Gonzalo, anoche me dijo que si invadían los gringos a Cuba les iría muy mal a los dos, y eso mismo creo yo…” (pág. 190, 191). Aquí terminó toda esa legendaria narración. Y pensar que este hijo de puta, ignorante, bobo, imbécil, fue uno de los políticos más sesudos del gobierno de Betancourt, su mejor embajador en Washington.

El bobo llena páginas y más páginas de puras barbaridades y bazofias, y por allá, en la pág. 206 habla de que é no debe olvidar que no está informando ni historiando sino apenas rememorando, “haciendo un ejercicio como caminar o levantar pesas.” Luego cuenta que en Cumana puso preso a un hombre por tener muchos hijos, y que Betancourt celebró con grandes carcajadas esa acción, porque le había dado una gran lección a los preñadores (sic) del Estado Sucre. Después relata que se fue y dejó a la gobernación del estado Sucre descabezada por un paseo que se dio por los países escandinavos. Pero el pendejo poco a poco se fue haciendo diplomático, estadista. Y por paseando por el Caribe conoció en un restaurante al Ministro Primero de Jamaica Eric William quien también se le pareció a Bolívar. Pero lo de él era hablar constantemente con el “cerebro andante” de Pérez Alfonzo, amigo de aquel notable hijo de puta que derrocó a Isaías Medina Angarita, llamado Proudfitt (Presidente de la Creole). Pérez Alfonzo que compartía sus gustos pequeño-burgueses, le regaló un cachorro de su doberman. Qué felices amigos. Y va recordando que su padre fue durante muchos años el médico de cabecera del presidente de la Caribbean y de la Shell, míster William Tecumsheh Sherman Doyle. Y aprovecha decir que su padre fue el que encontró el Mal de Chagas, y si el doctor José Francisco Torrealba estuviera vivo lo habría matado de nuevo, al viejo y al hijo.

El bobo, sin darse cuenta, feliz y contento trabajo con la CIA, al lado de Adolfo Berle y Adlai Stevenson. Recordemos que este estratega de la Alianza para el Progreso de Adolf Berle, connotado servidor de la CIA en América Latina trabajó durante mucho tiempo junto con Frances Grant, otro cerebro del Departamento de Estado norteamericano.

El canalla bobo más tarde se refiere al presidente Salvador Allende a quien también dice haber conocido. Cuenta que el Presidente Alessandri de Chile le “eyaculó” un discurso en la cara (pág. 295). Luego le refirió a Allende un consejo que le mandaba Betancourt, que los comunistas y la URSS ni son, ni pueden ser demócratas. Que la dictadura del proletariado es la negación de la democracia liberal.

Finalmente el bobo cuenta cómo se hizo embajador en el Norte. Fue a fines de noviembre de 1960. “el Presidente y Carmen dieron una cena en honor del vicepresidente Hubert Humphrey y su esposa. Cuando, en la fila de invitados llegamos Pepita y yo frente a los Betancourt y los Humphrey, Rómulo se dirigió a Humphrey con su acento guatireño y sin intervenció traductora: “This is our new ambassador to the United States” dijo. La cara de asombro que pusimos Pepita y yo debió ser tal que ambos empezaron a reír. De este modo tan singular recibí mi designación… En aquel régimen, nadie pensó en preguntarme si aceptaría. Daban ´por segura la obediencia, casi no salíamos de la clandestinidad y de su disciplina.” (Pág. 295).  Y entonces él salió para el Norte para que algunas veces lo torearan y él torear a los gringos, porque Venezuela era la democracia de más prestigio en el continente.

Hay tanta mierda en este libro, que si se coloca toda uno no podría volver a ser el mismo más nunca apestando, de bañado de ella como quedaría para siempre. Pero he cumplido con mi deber que es el de pasarle la cuenta a tantos hijos de putas en este país. Sí señor.



[1] Editorial Libros Marcados, C.A., Caracas, 2009.


jsantroz@gmail.com



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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