El cardenal Castillo Lara muerto de la risa: “me río en las mismas barbas de Satanás…”

Lo encontraron echado en una hamaca, en su mansión del Estado Aragua. Estaba recibiendo todos los reportes a boca de urna y cotejando datos que por vía Internet le enviaba su inseparable amiga Patricia Poleo. “Todo esto me da risa”, y se le batía la panza: “¡Cómo mienten, carajo! Mienten sin escrúpulo ni control alguno, y utilizan los propios bastiones de la libertad, que son nuestros medios, para anunciar nuestra muerte. Abrase visto”. Sacudía los papeles contra el piso. Llamó a Ugalde: “¿Te estás enterando de los resultados? Estos ilusos se lo creen, en lugar de pedir ayuda a SUMATE. Yo no los ayudo más. Cómo hemos perdido nuestro tiempo, pero Luis, todo esto lo que nos debe provocar es risa más que lástima. Entonces, ellos mismos deberían salir a decir que tampoco hubo trampa en el referendo. ¡Por Dios! ¿Es que pueden llegar a ser tan pendejos? ¿Para qué entonces nos pidieron usar la Virgen? ¿Para qué nos la hicieron pasear tanto? ¿Para qué entregó su vida el cardenal Velasco, y se las jugó todas en el momento más terrible de su enfermedad? Te juro, que todo esto lo que me inspira es una hilaridad tremenda. Me duele la panza, Luis. Me duele el neuma, me tiemblan los carrillos constantemente. ¿A ti no te pasa lo mismo?”

Castillo Lara se incorporó, pidió un poco de oporto, quedóse absorto, sin dejar de sonreír, mirando el bello espectáculo de sus naranjales, contrastando con el verde amarillento de las lomas al caer la tarde. Recordando cuánto había hecho la Iglesia por Patricia Poleo y por su padre Rafael, en una defensa absoluta y sin descanso en medio de las acusaciones que a él y a estos honorables personajes se les hacía por la muerte de Danilo Anderson. “¿Pero, Rosales, es que tú no entiendes?”, y volvía a reírse con la risa desafiante de las calaveras.

Luis Ugalde había estado oyendo a su colega, absorto, recordando todas sus visiones trágicas de lo que Hitler había hecho contra Alemania: “Hitler mató la política, llevó a Europa a la guerra y a Alemania a la muerte. Resentido también, supo interpretar esta situación social y nacional y les vendió el nacional-socialismo, ¿Tú te acuerdas, Rosalio? Lo he explicado tantas veces, y por eso también me río como tú. Todo esto no hace sino estimular hasta el delirio una hilaridad bestial. Me acaba de llamar De Viana y está también que no se controla, coincidiendo en que Hitler utilizó las elecciones, la política y la ley para llegar al poder”.

Rosalio le propuso que llamara a Baltazar Porras, pero Porras estaba en un programa de la Televisora de la Universidad de Los Andes donde se estaba defendiendo a Nixon Moreno. “Ah Nixón, todos somos Nixon. ¡Todos sentimos la gloria del aherrojado Nixon!”, dijo Baltazar anunciando que el Paraiso no estaba tan lejos como algunos creen. “El Infierno es creer lo que nos dicen los partes inventados por las encuestas pagadas por el gobierno para confundirnos, para hacernos ver que es imposible salir de este régimen comunista”.

“Yo estoy seguro –añadió Castillo Lara a Lucker que le acababa de llamar- que si el fallecido cardenal Ignacio Velasco viviera lo mataría la risa hoy, viendo a este derrotado Rosales, pidiéndole peras al olmo. A cuánta prueba nos ha sometido el Señor, monseñor Lucker”, y libó un largo trago de su preferido vino portugués. Pero Roberto Luckert no respondía.

Volvió Rosalio a pensar en el Teniente Coronel y en su odio gratuito e imponderable contra Ignacio Velasco, cuyo principal delito consistió en haberle atendido su grito de auxilio y en haberse trasladado, con sacrificio, a La Orchila, para enjugar sus lágrimas, para consolarlo y rezar con él. ¿Cómo Rosales puede desconocer todo este gesto inmenso del benemérito prelado consolando al Teniente entregado al llanto y pidiendo perdón y clemencia, cuando a él le consta que fue uno de los primeros en ser informado de que si no había firma, tendríamos que liquidarlo en el acto? Oh, risa diabólica apiádate de mí, porque aún resuena aquel grito del demonio de Miraflores mandando a este querido prelado al infierno. Yo le oí decir textualmente: "Ese cardenal está en el infierno. Estoy seguro. Lo encontraré en el infierno".

“Pecado vil, risa infernal la mía! Bienaventurados, también, los golosos de esta fiesta sin fin, en medio de estas relumbrantes tumbas, todavía sin nombres, que plenan nuestra clamorosa derrota, Virgen de La Pastora,.... Amén”


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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