Odio endógeno

Los distintos sectores de oposición detestan a Chávez, pero el odio entre ellos mismos es superior a su antichavismo visceral y a cualquier otro sentimiento. Durante un tiempo los medios de comunicación intentaron ocultar o maquillar ese desprecio mutuo subterráneo, pero entendieron que se trataba de una misión imposible. Después de cada derrota afloraba el rencor intergrupal y los programas de opinión y columnas de la prensa se convertían en espacios para endosar culpas, apostrofar a los otros y saldar viejas cuentas guardadas para la bajadita. En eso viven y se desviven, esperándose.

Cualquier observador, al oír sus declaraciones o leer sus artículos, concluye que Hugo Chávez es apenas un obstáculo que se debe superar o apartar para pasar directo al cobro de factura entre las diferentes facciones opositoras. El canibalismo apenas se logra controlar y disimular. El 11 de abril de 2002 fue un patético ejemplo de los intereses encontrados y antagónicos del antichavismo. Mientras sus líderes se enfrentaban en una pelea no tan sorda por la repartición del poder, Hugo Chávez se les coló por los palos.

Un cerro de porquería recibieron por todos los medios los grupos y personalidades de oposición que defendían la tesis de participar en las elecciones parlamentarias. Antes, Ramos Allup tildó a los dirigentes de Primero Justicia de “lechuguinos, sifrinos, patiquines y petimetres, de la más rancia derecha ultramontana”. Los pejotecos, por su parte, no pierden oportunidad para despotricar del pasado representado por AD y Copei. Las ONG nacen y mueren con la rapidez del odio que alimenta sus llamas existenciales.

Elías Santana se acaba de lanzar un artículo en el que plantea un necesario deslinde de aquellos factores que extendieron el paro petrolero, se alzaron en la plaza Altamira y lanzaron una guarimba incendiaria e irresponsable. Las respuestas que ha recibido no han llegado envueltas precisamente en celofán. Me voy a atrever a asomar una hipótesis: la presencia de Chávez en Miraflores ha impedido que se desate una verdadera carnicería entre esta gente. La propuesta de unidad allí nadie se la cree, por el contrario, la toman y aceptan bajo sospecha. Todos piensan que en su invocación se esconden intenciones aviesas.

Ni Hugo Chávez ni Jorge Rodríguez preocupan tanto a la oposición como los movimientos de las facciones internas que la conforman. Allí están los que creen en el voto y en no renunciar a ninguna forma de lucha. Los llaman colaboracionistas. Conviven con los abstencionistas que se niegan a votar así el CNE lo presida Teresa de Calcuta. Y entre ambos extremos, una gama de distintos matices lista para las dentelladas. AD y COPEI murieron el siglo pasado (27F de 1989, 4F de 1992 y 6D de 1998), pero ambos partidos dejaron a sus emisarios para que terminen de llevar al sepulcro al resto de la oposición. Estos heraldos negros son: Ramos Allup, Pérez Vivas, Antonio Ledezma y Oswaldo Alvarez Paz.

En Venezuela, la política no deja de ser exótica. El gobierno cuenta con una oposición que, en nombre del odio que le tiene, le entregó PDVSA, la FFAA y la Asamblea Nacional. Ahora, con la abstención perpetua, le entregará la partida de defunción, por suicidio colectivo, de cada una de las facciones que la integran. El antichavismo se alimenta (y se consume) del odio endógeno.


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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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