Caprisling

La historia está llena de héroes y traidores. Casi podría decirse que cada héroe ha tenido un traidor como contrapartida. Los nombres abundan: desde Coriolano, aquel general romano que en 493 a.C., traicionó a su pueblo en la lucha contra los volscos, pueblo bárbaro, mereciendo la propia repulsa de su madre, Veturia, quien abjuró de haberle dado a luz. Lo singular del caso es que Coriolano fue calificado de traidor por los enemigos de Roma, a quienes se había vendido, y ejecutado como tal por éstos.

En Escocia, en 1305, William Wallace, apodado Corazón Valiente, héroe de la independencia de Escocia contra el rey Eduardo El Zanquilargo o Piernas Largas, fue traicionado y entregado a las tropas del monarca por John de Meinteith, hasta entonces supuesto partidario suyo.

Pero no vayamos tan lejos: un poco más acá, en 1940, el noruego Vidkun Quisling, apoyó la invasión de su país por los nazis, quienes luego lo ungieron como presidente de esa nación. Héroes y traidores históricos, como cualquier ser humano, tienen fatalmente que morir algún día. Pero lo que los ubica y consagra en un rango u otro, es justamente lo que decidieron hacer con su vida. Los héroes son inmarcesibles, dignos, magníficos. Los traidores siempre concitarán el desprecio, el repudio, la más profunda repugnancia moral y ética. En el caso de Vidkun Quisling, y tras la caída del nazismo, su nombre se convirtió en sinónimo de traidor. (Por cierto que, en octubre de 1945, fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento). La muerte, en sí, no dignifica a nadie. Como postula el existencialismo, el hombre es un ser para la muerte. Y como la muerte cancela cualquier posibilidad de modificar a futuro lo que se haya sido en el pasado, al morir, el héroe será héroe para siempre, así como también lo será el traidor. La diferencia es cualitativa.

No importa, por ejemplo, que a Pinochet se lo haya tratado de justificar como el hombre que salvó a su país de la “amenaza castro-comunista”. Los crímenes de Pinochet siguen y seguirán estando ahí, y él continuará siendo un traidor no sólo al Presidente Allende, sino también a la propia especie humana.

Aquí, en Venezuela, hemos tenido y tenemos Traidores con mayúscula, traidorcitos y traidorzuelos: una constante en la historia de nuestro país como en la de cualquier otro. Tal parece que la especie humana necesitara de esta escoria para elevarse por contraste a superiores alturas. (La palabra escoria es de por sí ilustrativa: en metalurgia, la escoria designa los materiales de desecho. En las creencias alquímicas, los restos inservibles tras la obtención de la piedra filosofal, es decir, de la transmutación de los metales impuros en oro. Como metáfora, los héroes serían el oro: los traidores lo impuro, la escoria).

En estos catorce años de Revolución Bolivariana, la alquimia socialista ha venido depurándose de la escoria. Traidorcitos y traidorzuelos salidos de sus filas o venidos circunstancialmente a ellas, animados por ambiciones personalistas y egoísmos. ¿Habrá que señalarlos por sus nombres? El pueblo harto los conoce: ex líderes sindicales; líderes políticos fracasados y arribistas de la política que convirtieron sus partidos en franquicias; antiguos izquierdistas y guerrilleros que jamás fueron ni una cosa ni otra; intelectuales y escritores otrora apóstoles de la redención social cuya vida y obra se yergue ahora ante ellos con la falaz solemnidad de la impostura. Toda una gama de la traición en la cual la mayor felonía consiste no tanto en haberse apartado de la revolución, sino en convertirse en epítomes de la mala fe sartreana, es decir, del autoengaño, de la mentira y negación de sí mismos bajo diversos pretextos asumidos como nuevas revelaciones o verdades. Y, por encima de estos traidorzuelos y traidorcitos, están los Traidores con mayúscula, los que a lo Vidkun Quisling han vendido su alma a los enemigos de la Patria. Para quienes el concepto mismo de Patria carece de significado. Y bajo cuya sombra se cobijan los otros que, en el fondo, tampoco por si solos son nada. No existen. Como no eran nada cuando buscaron el abrigo de Chávez.

Sin lugar a dudas, Capriles Radonski encarna, la versión criolla de Quisling. Al igual que éste, se halla al servicio de intereses foráneos. Al igual que éste, espera que esos intereses, los gringos, obviamente, lo invistan con una banda presidencial que ha perdido dos veces. (Remember Andara en Panamá). Es llover sobre mojado insistir en cuál es su “estrategia”: descalificar al CNE y luego al TSJ para, internacionalmente, crear la matriz de opinión acerca de la falta de independencia de los poderes públicos y su abyecta subordinación al Ejecutivo. Y propiciar así lo que ya Quisling hizo en Noruega como quinta columnista de los nazis: la invasión de su país. Que no necesariamente implica hacerlo bélicamente, sin que tampoco se descarte esta posibilidad. Incluso ya algunos de sus partidarios –Ramón Medina dixit—proclaman abiertamente haber ganado las elecciones que le fueron escamoteadas ya ni siquiera mediante un fraude que no pueden probar porque, sencillamente, no lo hubo; sino al través de la arbitrariedad y de la fuerza.

Se ha dicho que la historia es comparable con una espiral. Que, en determinado momento, ciertos hechos del pasado coinciden con los actuales, sólo que en un círculo superior de esa espiral. Así, Quisling consiguió alguna popularidad gracias a sus ataques a la izquierda, pero su partido jamás triunfó en elecciones y se convirtió en poco menos que ese “polvo cósmico” al cual hacía alusión el Comandante Chávez. ¿Se nota el parecido histórico?

Queda a las fuerzas revolucionarias estar alertas. Impedir los intentos de Caprisling por facilitar que Venezuela devenga un Líbano, una Siria, un Irak, Afganistán. Y una de las maneras de lograrlo es mediante la permanente, valiente y decidida participación de las masas populares y de los hombres y mujeres no de “buena voluntad”, sino de buena fe, filosófica y políticamente hablando. No exageramos al decir que la Revolución Bolivariana atraviesa por uno de sus momentos más peligrosos y difíciles.

josefrancisco.chapman@gmail.com

José Francisco Chapman





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