Les juro que este viernes estuve en un dilema. A cinco metros de la tarima, ubicado en un punto estratégico de la calle 72 con la avenida 13, en la capital zuliana, vi cuerpos sudorosos entre pancartas y banderas multicolores vitoreando no sé si a Pablo Pérez Álvarez o a Henrique Capriles Radonski. Maracaibo se colapsó porque más de cien unidades de transporte colectivo cumplían labores de proselitismo. Más de un transeúnte se quejó cuando en sus oídos retumbó el sonido de las cornetas de los autobuses del progreso. La ciudadanía se quedó a pie, mientras un helicóptero sobrevolaba el área de la concentración humana. Fuegos artificiales y decenas de bombas fueron lanzados al aire para anunciar el acto político que el Jefe de campaña del candidato presidencial denominó “El Zulianazo”.
La cadena de radio y televisión en vivo, desde el Zulia, con repique en Caracas se les cayó porque Chávez picó adelante con su ofensiva comunicacional desde el Palacio de Miraflores, durante tres horas. En la antesala a la intervención del candidato de la oposición, el Gobernador del Zulia salió al ruedo para disparar un discurso reiterativo, sin un centímetro de profundidad, plagado de lugares comunes, emulando en la gestualidad a Manuel Rosales. Pablo Pérez apeló al sentimiento y a la manipulación perversa de los símbolos de la zulianidad: La Chinita, el Himno a la Virgen, el Relámpago del Catatumbo, el Puente Sobre El Lago y la Bandera del Zulia que entregaría a Capriles Radonski para sellar el compromiso con los zulianos. Más de un “gallo” se le soltó cuando se emocionaba. Se echaba un palo de cuando en cuando, pero no pude confirmar si era de jengibre o de una bebida preparada por los catadores del restaurante Damasco, donde agarró “la pea” al inicio de la feria de la Chinita que lo desnudó ante el país, cuando quiso ser candidato presidencial, sin más credencial que la de ser adeco y haber sido Gobernador por accidente. Desgañitado trató de convencer a un auditorio desaforado con rostros diversos que se miraban unos a otros, sin pararle a la trivialidad de su discurso, y parecían preguntarse: ¿Pablito se fumó una lumpia?. Culpó a Chávez de la inseguridad y se olvidó que los dos estados con mayor índice delictivo en el país son, precisamente, Miranda y Zulia donde gobierna la oposición. Habló contra la guerrilla, pero borró de su memoria a los paramilitares colombianos que se desplazan impunemente en el territorio donde él es Gobernador; tampoco mencionó que varias fincas y bienes adquiridos con dinero de los narcos-entre ellos los de Wilber Varela, alias Jabón, se encuentran ocupadas por funcionarios de su Gobierno. Se mofó de los títulos de propiedad de tierra que el Gobierno bolivariano ha entregado a la población que, según Pablo Pérez, son cedidas en custodia y, en consecuencia, no pueden vender, ni alquilar, ni traspasar, ni dejarla como herencia.
En ningún momento se refirió a los “títulos chimbos” que él otorga a los zulianos de buena fe que son poseedores precarios de un pedazo de tierra. Cuestionó los apagones eléctricos. No habló de los sabotajes contra el sistema eléctrico nacional que desde esta región se planifican porque “todo es culpa de Chávez”. Dijo ser defensor de los pueblos indígenas pero toma partido por los ganaderos en el conflicto de la Sierra de Perijá. Pablo Pérez siguió con una caterva de mentiras y arremetió contra el centralismo, sin rendir cuenta de los 15 billones de bolívares dilapidados en tres años y medio de gobierno recibido vía Situado Constitucional y créditos adicionales. Recordó las promesas de Chávez a los zulianos como el Puerto de Aguas Profundas y el Puente Cacique Nigale. Y aseguró que el 7 de octubre habrá un nuevo Presidente en Venezuela: Henrique Capriles Radonski. Cuando le tocó el turno al candidato opositor, Capriles lanzó su gorra a los asistentes para provocar la conexión emocional con la gente. Lo primero que se le ocurrió fue decir que mientras Chávez estaba encerrado en Miraflores hablándole al país en cadena nacional, él se encontraba en la calle con el pueblo. Aunque el Presidente de la República no le permitiera llegar a los venezolanos, en cadena de radio y televisión, él tiene “paticas” para recorrer el país. Acto seguido, se refirió al tema de la inseguridad y la violencia como si nada pasara en el estado Miranda donde fue Gobernador, a lo cual le restó importancia y no destinó un solo bolívar en su último año de mandato para afrontar esta eventualidad. Prometió lo que no pudo cumplir en esa entidad. Que garantizaría la seguridad para todos. La reducción del índice de desempleo con un programa para incorporar a la masa laboral desocupada. No quiso hablar del pasado, ni menos aún del asalto a la embajada de Cuba en Venezuela, porque Capriles prefiere ver el futuro montado en el autobús del progreso. Cuando comenzó a “pistonear” pidió a sus seguidores que le dieran un palo de la bebida de Pablo Pérez. Se echó uno y confesó que él no es hombre de discursos de largo aliento, sino que le gusta hablar menos y hacer más.
Dicho esto lanzó lo que los medios de comunicación consideraron fue lo más destacado de su intervención: “No habrá más apagones en mi gobierno” y no responsabilizaría ni a las iguanas, ni a los rabipelaos por lo que ocurra con el sistema eléctrico. Chávez quiere resolver los problemas del planeta y él pretende solucionar los problemas de Venezuela. “El futuro que yo quiero para ustedes no se parece a esto. Quiero invitarlos a soñar”, afirmó el candidato de la derecha venezolana. Y empecé a soñar que Capriles llegaba a Miraflores, se reunía con la diplomacia estadounidense para dar cuenta de los 700 millones de dólares que habría recibido para su campaña presidencial y repartir el país a las transnacionales; privatizaba a PDVSA e incorporaba a la industria a los “meritócratas” y apátridas que lanzaron al país por el despeñadero cuando se fueron de paro petrolero en 2002-2003, con pérdidas que superan los 20 mil millones de dólares; eliminaba las misiones sociales; rebajaba las pensiones de los adultos mayores por debajo del salario mínimo; suprimía la educación gratuita, derogaría el decreto de inamovilidad laboral, modificaría la nueva Ley Orgánica del Trabajo para favorecer a los patronos; otorgaría las concesiones del espectro radioeléctrico a los grupos económicos, fortaleciendo las señales abiertas de los “golpistas” y sancionando a los medios alternativos y comunitarios; invisibilizaría a los colectivos sociales eliminando las leyes del poder popular; disolvería los poderes públicos y derogaría la Constitución Nacional de 1999.
El inquilino de Miraflores haría añicos los convenios con China, Rusia, Bielorusia, Irán y los países de América Latina y el Caribe, principalmente Cuba. En ese país que sueña Capriles, los derechos humanos dejarían de ser preeminentes y la democracia participativa y protagónica se convertiría en una entelequia. Los pueblos originarios ya no serían sujetos de derechos, sino objetos despreciables, sin tierras ni hábitat donde luchar por la supervivencia. Y la Fuerza Armada Nacional Bolivariana que se hizo pueblo, durante el gobierno de Chávez, para defender la patria de Bolívar contra quien se atreva a plantar la huella insolente sobre este territorio liberado, volvería a estar al servicio de los intereses del imperio estadounidense con la doctrina de la Seguridad Nacional y la Escuela de las Américas. Hay que recordarle a Capriles y a su Jefe de campaña en el Zulia que este pueblo no es pendejo. Y despertó del letargo, desde febrero de 1989, cuando se fue a la calle, se encontró con Chávez el 4 de febrero de 1992 y decidió su destino seis años después con la revolución bolivariana que lidera Hugo Chávez y está dispuesto a defenderla ratificando a su líder el 7 de octubre próximo.
lawmarinsjournalist@gmail.com