De la dignidad y otros caprichos necios

El respeto la dignidad del pueblo debe ser el punto de partida de toda revolución. El problema de la dignidad es que es un todo y no puede ser fraccionada porque dejaría de serlo convirtiéndose en otra cosa que no sabría definir.

Garantizar las necesidades básicas de las personas: salud, alimentación, vivienda, educación y trabajo, es un deber del estado, pero sucede que todavía hay revolucionarios que creen que, más que un deber, es un favor que se le está haciendo a la gente y ahí comienza el atropello a la dignidad de todos.

Que, por ejemplo, una persona de bajos recursos deba hacer colas durante horas y horas, bajo un sol achicharrante para poder comprar comida en un Súper Mercal sin derecho a quejarse, a exigir al menos un poco de sombra, al menos un método que agilice el proceso, nada tiene que ver, según mi frágil y aburguesada ideología, con brindar un trato digno a quien se lo merece. En todo caso, y siempre a mi parecer, tiene mucho que ver con ineptitud, falta de sensibilidad hacia otros, y mucho de arrogancia.

Si bien las misiones surgen ante la emergencia para tratar de cubrir necesidades por siempre relegadas, entiendo que ya tienen algunos años funcionando, lo que debería haber permitido el perfeccionamiento de las mismas.

Conversaba esto con un funcionario y su respuesta me dejó estupefacta. Según él, ‘’un revolucionario no se queja.’’ ‘’Queremos revolucionarios que no se quejen.’’ -dijo. ‘’Que hay gente que se queja porque no llega la beca cuando el estado le está enseñando a leer y a escribir, que se quejan del sol en la cola del Mercal cuando el estado le está dando alimentos, y esto es muy propio de capitalismo de estado. Nosotros no creemos en un estado asistencialista, que es un estado bobalicón, creemos en un estado socialista…’’

Y a mi sus palabras me sonaron desafinadas, peor aún, me pareció que últimamente las he tenido que escuchar más veces de las que quisiera: ‘’agradezcan que estamos (medio) haciendo esto por ustedes’’. ¿Es este el estado socialista en el que se atreve a creer, y para colmo en plural, mi amigo el funcionario?

No se trata de agradecer o dejar de hacerlo, no se trata de favores especiales, se trata de una revolución, se trata de la dignidad de la gente.

Que en PDVAL si ponen toldos ‘’porque eso es otra cosa’’ me explicó mi amigo. Y yo, siempre tan clase media, entendí que éste revolucionario pensaba que los que menos necesitamos si necesitamos sombra y mejores condiciones para comprar comida barata, eso sí, no tan barata como la de Mercal, que por ser subsidiada no viene con sombrita.

Por mucho que lo intento, no puedo imaginarme a la mamá de mi funcionario cocinándose a fuego lento mientras espera para comprar un pollo crudo. Tampoco imagino que él permitiría que su progenitora sufriera semejante suplicio. Me lo imagino reclamando, como todo buen hijo, respeto a la dignidad de la viejita abnegada que lo trajo al mundo y así, imaginando, me imagino que todos deberíamos pensar que cada persona que hace esas largas colas es una mamá, un hermano, una esposa, un amigo…

Es cuestión de imaginación.

Imagino un Súper Mercal que funcione como un supermercado cualquiera: donde la gente pueda entrar a comprar sin tener que esperar cuatro horas frente a una puerta siempre custodiada por un soldado. Imagino a la gente encantada de no tener que escoger entre trabajar, estudiar, cuidar a sus hijos o nietos, o perder toda una mañana a cambio de pagar menos por un pollo.

Imagino una sociedad donde el respeto a la dignidad no sea considerado por algunos funcionarios como un capricho tonto de una malcriada sin formación ideológica. Donde el reclamo a mejorar las condiciones de la gente de manera integral no sea considerado como una queja con pucheritos y conato de pataleta.

Una vez me contaron de algún líder de alguna revolución que estaba supervisando unas obras de viviendas de bienestar social mientras un ingeniero, muy ingeniero, le iba explicando: que las casas para los pobres esto... las casas para los pobres aquello… Hasta que este maravilloso revolucionario se hartó y le dijo: Yo no pedí casas para pobres, yo pedí casas para gente.

Yo creo que por ahí deberían ir los tiros y estoy absolutamente segura de que mi tocayo Hugo coincide plenamente con quienes nos empeñamos en estos caprichos necios.

Así, mi estimado funcionario, si se empieza a hacer a fondo lo que, hasta hoy, se ha venido haciendo a medias no habrá más quejas, se lo aseguro, y a cambio habrá revolución para rato.


carolachavez.blogspot.com

tongorocho@gmail.com


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Carola Chávez

Periodista y escritora. Autora del libro "Qué pena con ese señor" y co-editora del suplemento comico-politico "El Especulador Precóz". carolachavez.wordpress.com

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