El gran y poderoso gendarme del mundo está sumamente preocupado por la carrera armamentista del gobierno venezolano. El vocero del Estado estadounidense alega que la adquisición de armamentos por el Estado venezolano es sinónimo de violencia, de querer imponer a la fuerza el socialismo en otras regiones de América, de una serie amenaza y provocación contra naciones vecinas como Colombia, Ecuador y Brasil. La Celestina dota de armas sofisticadas al Estado colombiano pero critica que Venezuela las adquiera.
Estados Unidos es el país mejor armado del mundo, cuenta con las armas más sofisticadas, peligrosas y destructivas en todo el planeta. Incluso, tiene una bomba nuclear que paraliza el oxigeno a cuarenta menos de profundidad y mata todo cuanto esté en su área de afectación. Tienen otra llamada la sólo mata gente. Y eso para el gobierno estadounidense no es sinónimo de violencia sino de garantía de paz, no es una amenaza sino un bastión de seguridad democrática, no es señal de muerte sino de vida.
El mundo actual, como la vida de todos los pueblos, están amenazados de una nueva guerra mundial con la diferencia que será entre continentes y no entre imperialismos particulares. Y el primer violín del chauvinismo lo toca el Estado estadounidense. Ningún pacifismo es garantía de paz, porque los guerreristas imperialistas no están sujeto a las buenas voluntades de la humanidad sino, más bien, se encuentran sometidos a los intereses económicos que tratan de expoliar la riqueza del planeta en beneficio de grandes y poderosos super monopolios capitalistas. La carga de la lucha revolucionaria contra la guerra imperialista descansa para evitarla, sin duda alguna, sobre los hombros del proletariado unido y armado sin nacionalismo de fronteras. ¡He allí la más segura probabilidad del triunfo de la causa socialista!
Frente a la posibilidad real de esa guerra imperialista contra el resto del mundo sólo existen dos alternativas: por un lado, no hacer ningún compromiso proletario con los imperialistas y su guerra y, por el otro, luchar por un programa revolucionario fundamentado en la experiencia del propio proletariado. Eso implica una teoría del desarme, de saber quién desarma a quién. Y el único desarme posible que puede evitar o ponerle término final a una guerra no es otro que el desarme de la burguesía armándose el proletariado. Y en eso no existe neutralidad posible.
Igualmente hay que tener claridad meridiana con esa consigna, no pocas veces expresión de nacionalismo extremo, de “defensa de la patria”. Para el imperialismo y la burguesía “defensa de la patria” significa: la defensa de sus privilegios, de su derecho a explotar y expoliar riqueza ajena y su derecho al pillaje y la rapiña, la conquista de colonias y mercados, el incremento de la porción “nacional” de la renta mundial por vía del saqueo. De esa manera tanto el pacifismo como el patriotismo de no entender correctamente su odio a la destrucción y la guerra con lo que estiman es su propio bien, podrían terminar autoengañados como engañando a los demás convirtiéndose en víctimas de los planes imperialistas. Lo correcto, frente a las pretensiones de guerra imperialista para apoderarse del mundo, es impulsar a los pueblos a una política activa, a despertarle su espíritu crítico y a exigirle que incremente su control sobre las manipulaciones de los amos del capital. La defensa de la patria de parte del proletariado debe estar estrechamente vinculada con una política de carácter permanente de la revolución socialista. Eso es lo correcto.
No olvidemos que la guerra se ha transformado en una industria comercial colosal, y, de manera muy particular, para los monopolios que dominan las empresas bélicas. Monopolios que pregonan el chauvinismo y, al mismo tiempo, son los fundamentales elementos que promueven la guerra. Por eso, el proletariado sin fronteras tiene la misión actual, para evitar o ponerle fin a las guerras imperialistas, de asumir la confiscación de los beneficios bélicos y expropiar a los fabricantes de la industria militar. Nación donde la industria bélica se halle “nacionalizada”, la consigna correcta es control obrero sobre la misma. Estamos en el tiempo en que el proletariado no debe cifrar su confianza ni en el Estado burgués ni en los burgueses individuales. Su gran e histórico deber es hacer la revolución proletaria o socialista.
Es cierto que ningún Estado o país –como ninguna revolución- debe aislarse del resto del mundo, porque así sólo asegura cavar su propia sepultura. El mundo sigue siendo dominado, fundamentalmente, por el capitalismo altamente desarrollado que hace de la economía de mercado una fuente segura para incrementar la pobreza y el dolor de los muchos mientras enriquece y privilegia a los pocos. Sin embargo, tampoco ningún Estado o pueblo –y menos si se trata de protagonismo por la revolución socialista- está obligado a obedecer estoica y religiosamente a las directrices del imperialismo o capitalismo altamente desarrollado. El período de la transición del capitalismo al socialismo es una lucha de vida o muerte por imponer los elementos socializantes de la vida social. No importa el tiempo que ello signifique, pero jamás una revolución debe descargarse de su optimismo revolucionario.
Empero, debemos decir algunas cosas sin desmedro del deber de una nación, un Estado, un Gobierno o un pueblo de armarse para defenderse de los impostores externos e internos que tratan, por todos los medios posibles, derrocarle su esperanza y su misión. Y de eso saben mucho más los generales que nosotros. Cierto es que si se presentase una guerra entre el Estado actual venezolano con cualquier otro país de América Latina no nos servirían de mucho los aviones, los tanques y los barcos. El poderoso y agresivo imperialismo estadounidense se encargaría, en cuestión de horas nocturnas y hasta de lejos, destruir todos los espacios donde permanezca el armamento estratégico venezolano. Así lo hicieron en Yugoslavia y así lo hicieron en Irak y nada indica que no lo harán en otras regiones del mundo. Sólo Cuba está en capacidad de hacer uso efectivo, por muy poco momento, de sus aviones en una guerra contra el imperialismo estadounidense. Y eso se debe a la cercanía y, muy importante, a que los gobernantes de Estados Unidos tendrían que pensar muy bien la utilización de bombas atómicas contra territorio cubano, porque las consecuencias afectarían, sin duda alguna, a una importante región y población estadounidense. Sin embargo, ni siquiera el Estado cubano está en capacidad de vencer –en lo inmediato- un masivo ataque aéreo y marítimo destructivo de Estados Unidos contra Cuba. Lo que quedaría a los cubanos y cubanas, como a los venezolanos y venezolanas que no nos agradan los misioneros con bayonetas en caso de una invasión estadounidense, es una guerra de resistencia tal, y reconociendo sus diferencias de métodos, como la de los pueblos de Afghanistán e Irak. Cuba tiene un pueblo lo suficientemente capacitado para resistir, cosa que ha logrado el Estado cubano con una preparación de varias décadas y cada cubano y cada cubana saben exactamente el punto donde se van a ubicar, el arma que van a utilizar o las funciones que van a cumplir en el espectro combativo o logístico. El nuestro a penas ha comenzado a preparase. Empero, que no quede duda, miles y miles de venezolanos y venezolanas lucharán con lo que tengan a las manos en una guerra de r4esistencia contra cualquier Estado –imperialista o no- que nos invada. Todo Imperio se derrumba tarde o temprano. Esa es la ley de la historia.
Pero en realidad, en una guerra de resistencia lo que valen son los fusiles, las subametralladoras, las granadas de mano, las bazookas, los lanza granadas, las pistolas, los revólveres, los machetes, los cuchillos, la organización, el dominio del terreno, las bases sociales de apoyo, la información y contrainformación, la inteligencia y contrainteligencia, golpear por parte y retirarse seguro lo más inmediatamente posible, crear confusión en las fuerzas contrarias, tratar de dividirlas, ganarse la opinión mundial y al pueblo nacional, la solidaridad revolucionaria internacional y nacional. En fin, en una guerra de resistencia el factor primordial es un excelente Estado Mayor que la dirija con aciertos inequívocos. Si se pensase que las guerras de resistencia es cuestión de días, semanas o meses, la realidad iraquí nos daría una experiencia invalorable para entender nuestro error y corregirlo.
Cuando el presidente Chávez habla de la necesidad de armar al pueblo para que defienda su sueño y su esperanza de construir un mundo donde reine la justicia social, no estamos entendiendo que va a entregar un fusil a cada venezolano y a cada venezolana para que lo porten por las calles y duerman con él de cabecera. Entendemos más bien un problema de ubicación de las armas para que estén a disposición de las manos de las comunidades a la hora de salir a enfrentar cualquier impostor armado que venga a despojarnos de nuestro inalienable derecho a decidir nuestro destino, siempre guiados por la luz de la redención social, y esto no se puede conquistar de manera aislada sino con la concatenación indivisible de todos los pueblos que tienen el mismo ideal por objetivo material. ¡He allí la importancia capital de la solidaridad revolucionaria internacionalista!
Ningún gobierno sería capaz de armar a todo un pueblo, donde un respetable porcentaje (en el caso venezolano: casi seis millones de los que hacen uso de su deber y derecho a voto) no le entran al socialismo ni aun poniéndolos a vivir en mejores condiciones que el resto de la población. ¿Contra quién usaría ese porcentaje de las armas en sus manos? No quede duda que contra la revolución y ese porcentaje, en su mayoría, apoyaría una intervención de impostores en el país. De eso no le quede duda a nadie.
Todo Estado, mientras la guerra siga siendo una salida a la solución de conflictos económico-sociales, tiene el derecho y el deber de dotarse de armamentos para garantizar su seguridad interior de amenazas foráneas. Lo que sí es bueno tener claridad, y no sentir terror que resigne por ello, es que el único imperialismo en el mundo que está en capacidad de hacer llegar sus armas sofisticadas, de manera inmediata, a cualquier otra región del planeta, es el estadounidense, debido a que tiene esparcido por todos los continentes poderosas bases militares, lo cual –en opinión de los gobernantes estadounidenses, eso no representa un peligro o amenaza de guerra contra el mundo. ¿Será que creen que la mayoría aplastante de la población mundial sigue siendo gafa, tonta o boba?
En fin: la más segura manera de evitar las guerras imperialistas de expoliación, rapiña y coloniaje contra el resto del mundo, es que el proletariado sin fronteras asuma su venerable papel gestor de emancipador social. Mientras tanto, no habrá fórmula alguna de evitar la carrera armamentista ni de los países imperialistas ni de los Estados que sueñan con la construcción de un mundo socialista.