El discreto encanto de la oligarquía colombiana

Ya con Noemí Sanín, cuando fue Embajadora de Colombia en Venezuela y Cancillera de ese país vecino y con César Gaviria, cuando fue Presidente de Colombia y Secretario General de la OEA y luego facilitador en la mesa de negociaciones instalada en nuestro país entre la oposición golpista y nuestro gobierno bolivariano, supimos de qué talante se trataba. La oligarquía colombiana con Uribe a la cabeza, no se resigna a perder sus apetencias no sólo por nuestras grandes riquezas materiales sino aunque nos suene raro, sobre nuestro gentilicio venezolano.

Desde aquellas discusiones de Ocaña en Cúcuta cuando Santander rogaba que Bolívar no asistiera pues su verbo ardiente, incluso a él lo podía convencer; la conspiración contra el Congreso Anfictiónico de Panamá para que no se realizara, hasta los intentos de asesinato al Libertador en Bogotá y el crimen contra Antonio José de Sucre, los imperios se encargaron de enquistar a esa clase dominante, rancia, ambiciosa y astuta, capaz de vender los intereses de su nación por la expansión de su patrimonio. Ahora de manera sistemática y podríamos decir hasta asombrosa, han creado una especie de consenso “popular” en su país alrededor de sus prejuicios de clase y de su odio hacia todo lo que es bolivariano y por ende sus herederos, entre ellos, nosotros.

No podían soportar que el presidente Chávez se erigiera como el verdadero baluarte de la paz, cuando las negociaciones para liberar los rehenes de la guerrilla colombiana iban viento en popa; tampoco que sea nuestra país el que esté liderando de manera coherente la unión de los países de nuestra Amércia; mucho menos que el modelo de revolución pacífica esté galopando como Rocinante en el seno de los pueblos. No, ellos tenían que ser el territorio que ofreciera sus bases para que el Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe del Tío Sam se opusieran al proyecto que Bolívar soñó.

Antibolivarianos, no sólo venden su país al narcotráfico y al imperio del norte e inventan a los paramilitares como un ejército de invasión sino que tienen el descaro de pretender robarnos a través de una de sus producciones televisivas de mayor sintonía, uno de los clásicos de la literatura venezolana, Doña Bárbara. Además de un elenco prácticamente colombiano, hay una distorsión grosera de su factura y un discreto cambio de nuestra capital Caracas por la capital colombiana. ¿Cómo así? Es que ahora van por el Valle del Arauca.


sathya954@yahoo.com


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Carmen Cecilia Lara

Profesora de comunicación social de la UBV

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