Sarkozy y su capitalismo “regulado”

Ya los grandes mandamás de la política en el planeta, de tantas alucinaciones y pesadillas de actos fallidos, están como comprendiendo que las crisis del capitalismo son tan graves, tan insuperables en este tiempo, que lo colocan con tres cuartas partes del cuerpo sobre la camilla que lo llevará a la sala de terapia intensiva, donde lo mantendrán con vida a punta de alta tecnología. Los ideólogos del capitalismo, ¡por fin!, van a entender que hay momentos en la historia en que las contradicciones alcanzan un punto tan álgido de conflictividad en que sólo se puede palear una crisis si el proletariado sin fronteras se queda plácidamente dormido dejándole a la dulzura de una brujería mágica la solución de sus problemáticas o sus esperanzas para una nueva oportunidad.

Al presidente de Francia, consciente que un Mayo Francés con verdadera vanguardia política al frente del proletariado puede explotar con el apellido de cualquier mes del año y en cualquiera de las grandes potencias imperialistas, ha lanzado al aire la ocurrencia de un capitalismo “regulado”, no sólo para oponerlo a las crisis del mismo capitalismo, sino para que el socialismo no se aproveche de las circunstancias y ande tomando poder político donde no debe. La idea de Sarkozy refleja una manera graciosa y cómica y hasta un poco satírica de desconocimiento de las leyes inevitables y dialécticas de los modos de producción y, especialmente, del capitalismo en su fase culminante, esa que se denomina globalización capitalista.

El término “regulado” (viene de regulación) tiene diversos significados en el diccionario de la lengua española, pero ninguno puede ser aplicable a la economía capitalista, porque ésta para mantenerse, requiere obligatoriamente de la anarquía. Y la anarquía no regula, sino que desregula. La libre competencia no volverá a imperar en el capitalismo ni que el Diablo cambie el Infierno por la Tierra. Ciertos rasgos de la anarquía son saludables en las artes, pero nunca en la economía o en la política. Es un exabrupto solicitarle a una empresa que produce, por ejemplo, dos submarinos al año que los venda al mismo precio que aquella que produce cien. El pez grande, por lo general, termina devorando al más pequeño. Engels dice, entre otras cosas, lo siguiente: “El que sucumbe es arrollado sin piedad. Es la lucha darvinista por la existencia individual, transplantada, con redoblada furia, de la naturaleza a la sociedad. Las condiciones naturales de vida de la bestia se convierten en el punto culminante del desarrollo humano. La contradicción entre la producción social y la apropiación capitalista se manifiesta ahora como antagonismo entre la organización de la producción dentro de cada fábrica y la anarquía de la producción en el seno de la sociedad”. Agrega Engels: “Es la fuerza propulsora de la anarquía social de la producción la que convierte a la inmensa mayoría de los hombres, cada vez más marcadamente, en proletarios, y estas masas proletarias serán, a su vez, las que, por último, pongan fin a la anarquía de la producción”. Eso implica, sin duda alguna, el triunfo de la revolución proletaria o socialista. A esas leyes o realidades inevitables, insalvables del capitalismo, el presidente Sarkosy, para evitarlas y no caiga el capitalismo en el abismo que lo espera sin remedio, le opone el “capitalismo regulado”.

No es, nunca lo ha sido, la división de la sociedad en clases la que sirve de fundamento a la ley de la división del trabajo, sino lo contrario. Los capitalistas, si no quieren inmolarse en una lucha que no podrán ganar eternamente, deben entender que así como el capitalismo fue necesario, inevitable, progresivo y desplazó al feudalismo, también se convierte en un estancamiento para el desarrollo social, por lo cual debe ser sustituido por el socialismo. Es la ley suprema de la marcha de la historia que ningún poder humano será capaz de evitar. Y ya, desde el punto de vista objetivo, todas las condiciones materiales necesarias las creó el mismo capitalismo para que el socialismo tenga asegurado su porvenir definitivo.

El “capitalismo regulado” se parece tanto al “capitalismo democrático” que terminará prometiendo un “Estado capitalista democrático”. Burda mentira, que aun cuando fuese planteada por el capitalista más filantrópico de todos los capitalistas, terminaría aquella –por efecto de frustración propia- disputándole la utopía y la ciudad del sol a Tomás Moro y a Tommaso Campanella. Y en el capitalismo, todo lo comprueba, domina la misantropía y no la filantropía en la misma proporción en que el burgués disfruta de la poligamia imponiéndole a la mujer la monogamia. Toda la historia del capitalismo ha confirmado, sobre el incremento incesante de la miseria y el dolor para la mayoría de la humanidad, que la prometida emancipación de ésta -medida por la emancipación de la burguesía- es un fiasco, es una mentira, es una parodia de comicismo que no produce ninguna risa a los explotados y oprimidos.

Cuando los mandatarios, por salvar al capitalismo imperialista de sus crisis inevitables, crean o inventan una nueva tendencia o idea, como en este caso, denominada “capitalismo regulado”, no lo hacen en relación con los precios de las mercancías de primera necesidad, sino de los salarios para que éstos tengan menos valor real; no lo hacen con respecto al derecho al trabajo, sino que incrementan el desempleo; no lo hacen en relación con la repartición de la plusvalía, sino que plantean el aumento de la jornada de trabajo para mayor enriquecimiento de los amos del capital; no lo hacen con respecto a los poderes del Estado capitalista, sino que argumentan la necesidad de que el Estado de una nación subdesarrollada deje en manos de la propiedad privada monopólica la explotación y comercialización de las riquezas de toda la sociedad; no lo hacen en los pliegos petitorios de los empresarios, sino en reducir al máximo las reivindicaciones de los trabajadores. De esa regulación y no de otra cosa es el propuesto “capitalismo regulado” de que hablan y escriben los exponentes de los intereses económicos de los capitalistas imperialistas.

Ese “capitalismo regulado” que nace de las profundas y graves crisis del capitalismo debe ser radicalmente combatido por el proletariado a escala mundial, no es más que esto: exclusión de toda reforma social sistemática que pueda mejorar las condiciones de existencia o de vida de los pueblos; recuperación con la mano derecha, por parte de la oligarquía burguesa, el doble o el triple de lo que concede con la mano izquierda (impuestos, derechos de aduana, inflación, deflación, carestía, paro, reglamentación policíaca de las huelgas, incremento efímero del salario, y otras); salvar a cómo delegar el peligro que se le presenta al capitalismo en sus crisis cuando los objetivos del proletariado (e incluso de los pequeños propietarios) traspasan los límites de la propiedad capitalista y del Estado burgués. Eso es todo. No hay que tragarse el cuento del ofrecimiento bondadoso y filantrópico del tal “capitalismo regulado”.

¿Qué debe oponérsele mientras no se tome el poder político y se declare, por sí misma, la transición del socialismo al capitalismo?: escala móvil de salario y escala móvil de horas de trabajo, para que se cumpla con el derecho al trabajo en una sociedad que basada en la explotación la burguesía trata de denegarlo a cada instante. Pero eso es un paliativo y no la razón de ser o esencial de palucha del proletariado. Es imprescindible ir mucho más allá de donde se le hagan temblar las piernas al capitalismo, hay que inmovilizarle los brazos y todos sus músculos colocándole una camisa de fuerza, detenerle la corriente sanguínea, ponerlo boca abajo y donde se pueda empujarlo hacia el abismo para que más temprano sea su fin, su sepultura.

El llamado a “capitalismo regulado” nos está diciendo con claridad sin que se lo hayan propuesto los ideólogos del imperialismo que está llegando la hora final de un modo de producción, que la única alternativa que ofrece a la humanidad es incrementar al extremo la pobreza y el sufrimiento para la mayoría mientras que eleva y concentra en el menor número de manos la riqueza y el privilegio de la buena vida.

Ante eso ¿qué alternativas son viables para el proletariado, para las fuerzas revolucionarias y gobiernos decididos a romper con los lazos del capitalismo salvaje?:

Creación en las empresas o industrias capitalistas los comité de fábrica para que, por un lado, conviertan en una especie de estado mayor activo y militante de todos los sectores del proletariado que el sindicalismo tradicional no es capaz –por una u otra razón- de movilizar y, por el otro, incentiven la apertura de un período prerrevolucionario y si se descuidase el capitalismo, transformarlo directamente en revolucionario.

Los trabajadores deben exigir inmediatamente que se les respete el derecho que tienen a conocer todos los “secretos” de la industria capitalista; participar en la inspección de la banca, de la industria y los servicios públicos centralizados; investigarlos ingresos y los egresos de la sociedad partiendo desde la industria; indagar sobre la auténtica proporción de la renta nacional que entra de parte del capitalista particular y los capitalistas en general; no seguir permitiendo acuerdos secretos y las estafas bancarias o de cualquier monopolio y participar en el control la producción.

Donde se pueda o existan condiciones irreversibles de solidaridad con la revolución, es imprescindible una política de nacionalización de la banca privada y de estatización del sistema crediticio. Vivimos en un mundo donde se mezclan el monopolio capitalista con el anarquismo de la producción y social, se construyen gigantescas industrias de producción, se producen milagros tecnológicos y, al mismo tiempo, se generan la inflación, la crisis y el paro. De allí que diga Trotsky, que es “… imposible dar un solo paso contra el despotismo de los monopolios y contra la anarquía capitalista, si se dejan los puestos demando de la banca a los perros de presa del capital. Si se quiere crear un sistema unificado de inversión y crédito junto con un plan racional que corresponda a los intereses de todo el pueblo, hay que fundir todos los bancos en un solo Banco nacional. Sólo la expropiación de la banca privada y la concentración del sistema crediticio en manos del Estado nacional puede proporcionar al Banco nacional los recursos materiales necesarios –no sólo burocráticos y formales- para la planificación económica”.

Abolición por completo de la diplomacia secreta burguesa y dar acceso de participación al pueblo –especialmente al proletariado- en todos los acuerdos y tratados que correspondan dirigir al Estado. Lo mismo que ejecutar el adiestramiento militar y equipamiento de los obreros, los campesinos y sectores populares para garantizar, desde abajo, cualquier resistencia exitosa de un proceso revolucionario frente a los poderosos enemigos que vendrán por su derrota.

En fin, frente a ese “capitalismo regulado” que nos promete el imperialismo para salvar de sus crisis al capitalismo, no queda otra alternativa que ahondarle sus contradicciones, empujarlo hacia el abismo, mutilarle sus planes en todas las partes de su cuerpo, estropearle sus grandes negocios, profundizarle sus crisis y no destinar ni un solo centavo ni un solo hombre o mujer para ayudarlos a superarse y salvarse de su sepultura.



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Freddy Yépez


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