El día que la Tierra se detuvo y la Flotilla de la Libertad

"Sin artes; sin letras; sin sociedad; y lo peor de todo,

miedo continuo y peligro de muerte violenta;

y la vida del hombre solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta."

Thomas Hobbes, Leviatán

Desde los confines de la galaxia, Klaatu y su robot Gort han arribado a la Tierra. La hora del juicio final ha llegado.

En 1951, se estrenó El día que la Tierra se detuvo, una película estadounidense de ciencia ficción, corrían los tiempos de la Guerra Fría y los inicios de la carrera armamentista nuclear. En el filme, un extraterrestre (Klaatu) acompañado por un robot todopoderoso (Gort), visitan a la tierra con la misión de advertir a la humanidad que será exterminada si persiste en su comportamiento destructivo.

En 2008, se lanzó una nueva versión de la película, pero ahora el extraterrestre y su robot no vienen en tono de advertencia, su propósito es exterminar a la humanidad para salvar el planeta de nosotros. Sin embargo, tras interactuar con los seres humanos, el visitante comienza a cuestionar su misión y decide evaluar si existen razones para perdonar a la humanidad. Luego de convivir unos días con una mujer y su hijastro y entrevistarse con varias personas, entre ellas un ganador del premio nobel por sus trabajos en las «bases evolutivas del altruismo», decide perdonar a la humanidad.

¿Cuál sería el dictamen de Klaatu y Gort si nos visitaran de nuevo, ahora en 2025? Hallarían que la humanidad ha causado gravísimos daños a la mayoría de los ecosistemas y continúa cometiendo toda clase de atrocidades y genocidios; constatarían que el planeta sigue regido por un sistema de poderes esencialmente inmorales y altamente destructivos. ¿Nos exterminarían esta vez?

En ambas versiones de la película, Helen, una viuda de guerra —enfermera en la de 1951 y astrobióloga en la de 2008— intenta convencer a Klaatu de salvar a la humanidad. Helen representa a las personas comunes, a las que no tienen poder, más aún, representa a la gente que ha padecido en carne propia la belicosidad de los poderosos. ¿Qué defensa podría esgrimir ahora Helen, es decir, nosotros?

Se nos plantea la pregunta desde la perspectiva, muy estadounidense y judaica, en la que una entidad «superior» se autonombra juez y verdugo en virtud del poder letal que posee. Efectivamente, en los filmes el alienígena y su robot demuestran su indiscutible superioridad bélica al contrarrestar con facilidad los fallidos ataques de los terrícolas; y quizás por ser más sofisticados, muestran así su inmenso potencial destructor sin necesidad de lanzar bombas atómicas sobre japoneses indefensos y desprevenidos o sin masacrar amalequitas.

Curiosamente, en los dos filmes nadie le hace ver al extraterrestre que su misión en la tierra entraña el mismo pecado por el que juzga a la especie humana: vienen a exterminar a toda una especie porque la entidad intergaláctica ha decidido que los humanos ─todos─ somos una plaga ecocida, que no le convenimos a los intereses de los supremos jueces de las lejanas galaxias, esos que decidieron condenarnos por nuestros crímenes contra la naturaleza.

Helen y los otros defensores de la humanidad no le piden al poderoso extraterrestre que emplee su abrumadora superioridad tecnológica para auxiliar a la humanidad, proporcionándole medios de supervivencia y bienestar colectivo que no destruyan el planeta ni a la propia especie.

El guion de estas películas y las de otras anti-utopías (distopías) apocalípticas (en especial las recientes películas de zombies) se inspira en una muy antigua visión de la naturaleza humana y su relación con el poder. En 1650, el filósofo inglés Thomas Hobbes, planteó que la condición natural de la humanidad era un estado constante de violencia, amenaza e inseguridad. Según él, en un colectivo humano sin un férreo sistema de gobierno que haga cumplir normas de interés común, sólo puede prevalecer el «derecho natural» a la lucha por la supervivencia, sobre todo para no morir violentamente. De acuerdo a su visión, el derecho a la supervivencia irremediablemente nos conduce a luchar todos contra todos debido a que los otros siempre representan una amenaza potencial (Homo homini lupus). Además, en una sociedad sin reglas, el modo de prevenir ataques futuros es infundir temor en los posibles oponentes mediante la violencia.

Hobbes admitía que no todos los miembros de una sociedad en condición natural están dispuestos a este proceder, pero «la maldad de los hombres malos también obliga a los hombres buenos a recurrir, para su propia protección, a las virtudes de la guerra, que son la violencia y el fraude». Así pues, el filósofo ingles consideraba que la cooperación pacífica en la condición natural era imposible y por tal motivo la sociedad necesita una autoridad fuerte y centralizada, incluso autoritaria (el Leviatán), para evitar el caos y la anarquía.

Hobbes no basó sus teorías en la observación empírica de distintas sociedades humanas. La antropología moderna ha demostrado que su fatalista visión de la condición humana no es aplicable a todas las sociedades. Muchos grupos humanos de cazadores-recolectores no viven en constante confrontación violenta, más bien gestionan sus conflictos utilizando mecanismos de cooperación, parentesco y reciprocidad. La biología evolutiva y la psicología también han demostrado que la cooperación y la reciprocidad son tan propias en el ser humano como el egoísmo. De hecho, la supervivencia de nuestra especie se ha debido, en gran medida, a su capacidad para formar alianzas, generar confianza y actuar en favor del bien común; prueba patente y reciente de ello fue la respuesta de la humanidad ante la pandemia COVID19 (aun teniendo en cuenta el comportamiento poco ético de algunos países de altos ingresos en la gestión de las vacunas). De hecho, para biólogos prominentes como Humberto Maturana, las relaciones de cuidado en los pequeños grupos familiares fueron el factor que hizo posible el surgimiento del lenguaje y, por tanto, de la condición humana.

El mayor defecto de la propuesta de Hobbes es que su solución —la cesión de toda libertad a un poder absoluto— no resuelve el problema de la violencia, pues el mecanismo diseñado para erradicar la violencia termina por monopolizarla y potenciarla. La historia demuestra de manera elocuente que los episodios de violencia masiva más devastadores (guerras, genocidios y dictaduras) han sido invariablemente perpetrados o incitados por entidades estatales, no por individuos en un hipotético estado natural.

Israel, con la complicidad explícita de EE.UU. y la Unión Europea, y con la relativa indiferencia de Rusia y China, perpetra un horrendo genocidio en Gaza. Los grandes Leviatanes de la Tierra son responsables de este genocidio, con su enorme poder masacran niños, mujeres y hombres indefensos y asediados y lo hacen con total impunidad.

Las y los Helen de este mundo, unidos en un clamor de solidaridad y empatía con el pueblo palestino, están defendiendo lo humanamente salvable en nosotros, no frente a un alienígena punitivo, sino ante los leviatanes inmorales que nutren su avaricia y arrogancia insaciables con la sangre de inocentes.

La Flotilla de la Libertad es una coalición de organizaciones no gubernamentales y activistas pro palestinos de diversos países cuyo principal objetivo es romper el bloqueo naval y terrestre que Israel impone sobre la Franja de Gaza; en sus misiones han intentado llevar ayuda humanitaria de forma

directa a la población palestina. Las anteriores 8 misiones han sido ilegalmente interceptadas por Israel. En la primera misión la entidad sionista asesinó a 10 activistas y en las restantes los ha secuestrado temporalmente. A finales de este mes, la Flotilla de la Libertad intentará de nuevo romper el bloqueo israelí sobre la Franja de Gaza. Se prevé que una decena de embarcaciones con activistas de 44 países zarpen desde puertos de España y Túnez con rumbo al territorio palestino.

En un mundo regido por la justicia y el derecho internacional, y con líderes verdaderamente comprometidos con los derechos humanos y la paz, veríamos a marinas de guerra de distintas naciones custodiando la misión humanitaria de la Flotilla, de manera que el pueblo de Gaza, sometido a la hambruna por el estado terrorista de Israel, reciba la ayuda que tan urgentemente necesita. No será así,

los dirigentes de las naciones poderosas no lo harán, son parte del Leviatán o le temen.

Ojalá que cientos de embarcaciones y miles de personas como Helen naveguen a Gaza y logren romper el cerco genocida del Leviatán. Los que por razones económicas y de otra índole no podemos ir, les acompañaremos de corazón y pensamiento.

Aquel día el Señor castigará con su espada feroz, grande y poderosa, a Leviatán, serpiente huidiza, a Leviatán, serpiente tortuosa. Isaías 27:1

 

ciro4658@gmail.com



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Akbar Fuenmayor

Médico Pediatra


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