Donald Trump ha construido su discurso político en gran medida sobre la atribución de responsabilidades externas. Y aunque los discursos políticos han tenido, desde siempre, el poder de moldear percepciones, crear enemigos y desviar el foco de los problemas reales, para Donald Trump la inmigración se ha convertido en su principal recurso para explicar y exculpar a la burguesía y el empresariado de Estados Unidos de las tensiones sociales y económicas que atraviesa Estados Unidos. No es una estrategia nueva. A lo largo de la historia, distintos líderes han recurrido a la táctica de encontrar un responsable externo para eximir de culpa a las propias estructuras de poder.
Trump repite con insistencia que la inmigración ilegal es la causante del incremento de la delincuencia y la sobrecarga de los servicios públicos y arrecia este "mensaje" cuando siente que no logra obtener los resultados que espera en esa área de la inmigración o en otra cualquiera. Por ello su respuesta a este "problema de la inmigración" ha sido contundente: violación permanente de los derechos humanos, secuestros de niños, muros, restricciones, deportaciones, campos de concentración en los Estados Unidos y fuera de él, persecuciones y crímenes impunes contra todos los de Sur América o de Centro América, todos pobres. Todo lo que sea maldad es practicado por Estados Unidos contra los pobres inmigrantes, claro y contra su pasiva población negra.
Sin embargo, quienes analizan el fenómeno con más profundidad señalan que el discurso simplifica una realidad mucho más compleja. La desigualdad económica, el difícil acceso a salud y educación, los vicios del sistema de justicia, todo esto conforma un panorama que no puede explicarse a través de la inmigración, ya que ellas reflejan las características muy propias del capitalismo y particularmente del capitalismo imperialista. La solución no radica en señalar culpables, sino en abordar las causas estructurales, lo cual está fuera de su alcance tanto personal, politico e inclusive de la propia nación.
La estrategia del locus de control externo, que es responsabilizar a otros de tus acciones, funciona como herramienta política para esquivar la autocrítica. Permite a los líderes presentarse como víctimas de fuerzas externas que atentan malvadamente contra el bienestar nacional. En este caso, Trump ha convertido a los inmigrantes en el núcleo de todos los males. No solo son responsables del crimen, sino que representan, en su discurso, una carga económica, una amenaza cultural y un peligro constante. La inclusión del Tren de Aragua en su narrativa refuerza esta visión, creando un enemigo casi mitológico, listo para justificar medidas extremas. Nunca menciona Trump a sus propios asesinos y bandas criminales famosas de delincuentes como la Maffia italiana, la cual ya es un personaje de película y parece que no daña a nadie.
El problema de la inmigración en Estados Unidos es mucho más amplio y profundo de lo que su discurso admite, pero no en los órdenes a los que él se refiere, pues la economía y los empresarios los necesitan.
Su impacto no puede reducirse a consignas pensadas para movilizar seguidores. Hay un conflicto latente entre el deseo de controlar los flujos migratorios y el hecho innegable de que la inmigración ha sido un motor clave para el desarrollo del país. La negativa a aceptar esta realidad, el afán de buscar un solo grupo sobre el cual cargar la responsabilidad, impide la construcción de soluciones racionales. Estados Unidos, que presume de ser la nación más rica del mundo, enfrenta una paradoja: necesita a los inmigrantes, pero los utiliza como herramienta electoral. Al final, el locus de control externo no solo es una táctica discursiva, sino un mecanismo para eludir responsabilidades y fabricar enemigos convenientes.
Y también apunta a dos pájaros con un solo tiro a los inmigrantes y a Maduro que también es responsable de casi todo.