Se sabe, por ejemplo, que George W. Bush fue alcohólico. Él mismo lo admitió. Pero sugerir que durante su presidencia pudo haber recaído —a la vista de ciertas decisiones y declaraciones— provoca el inmediato grito de "conspiranoia". ¿Por qué? ¿Desde cuándo sospechar del poder es una enfermedad?
No es que falten motivos. Bush impulsó una guerra basada en falsedades, habló del "eje del mal" como si de una cruzada religiosa se tratara, y mostró una ligereza alarmante al tratar temas de vida o muerte. ¿No es razonable preguntarse si detrás había algo más que política perversa? ¿Si no influían también factores personales, íntimos, que la prensa prefirió no explorar?
Se nos exige "pruebas", pero al poder no se le exige nada. Él sí puede inventar enemigos, invadir países, maquillar informes. En cambio, al ciudadano que duda se le llama paranoico.
Sospechar no es delirio: es higiene mental. Es la única defensa ante un poder que ya no rinde cuentas. Llamar locura a la sospecha crítica es, quizá, la forma más eficaz de proteger los engaños a que nos someten los poderes de toda clase....
Jaime Richart
5 Mayo 2025