Francisco, el justo

Si el difunto Papa Francisco no fuese el "primo inter pares", el pontífice 266 de la Iglesia Católica, sino que aún estuviese en la Argentina (muy al sur de la América Latina), sería el mismo Jorge Mario Bergoglio, hombre humilde, consecuente con su voto de pobreza y, sobre todo, el justo, como cardenal, obispo o sacerdote, en su barrio Flores, parroquias y diócesis, desde donde le correspondió hacer su apostolado.

Y, siendo Jorge Mario Bergoglio o Franciscus, le correspondió, cumplir a cabalidad con la tarea histórica asignada por aquel que "lo miró con misericordia y lo eligió (Miserando atque eligendo), cuya frase leemos en su escudo papal, no sin causar polémica, moviendo las cimientes de la iglesia y rescatando la esencia de lo que es Ecclesia, más allá de lo atávico, lo superficial y lo material, buscando el equilibrio de las cosas e intentando siempre ayudar a alcanzar lo justo, no como un mesías, porque estaba inspirado en Jesús y, por lo tanto, como un siervo de Dios, cuyos actos lo demuestran y del que muchos estuvimos atentos, como críticos, como enemigos jurados, como seguidores de su ejemplo y como admiradores. Pero, Bergoglio o Francisco, no pasaba desapercibido, porque siempre buscaba que las cosas estuviesen en su justa dimensión y en comunión con Dios.

Este Papa que ha muerto físicamente el pasado lunes 21/04/2025, no solo capoteó la profunda crisis y decadencia de la iglesia católica en este primer cuarto de siglo, sino que le imprimió un renacimiento y fortalecimiento de la esperanza, como pocas veces se vio en los siglos XX y XXI, con los papas, Juan XXIII, Pablo VI y el difunteado Juan Pablo I (cuyo apostolado en la sedia de San Pedro apenas duró 33 días). Pues, el legado de Francisco apenas comienza a renacer y extenderse entre las mujeres y hombres que son la Iglesia.

Contrario a lo que pretendieron, el saliente y emérito Papa Benedicto XVI y los cardenales que en el cónclave de dos días buscaban en el Cardenal Bergoglio, para que sirviera desde el 2013 como "control de daños" o ""apagafuegos", el electo Franciscus fue más allá, atendiendo y buscando la "comunión" con el dios de los cristianos, de los pobres, de los escépticos, de los indiferentes o ateos (aunque suene paradójico), de los marginados, discriminados y asesinados, que es el mismo dios que también mostró a los privilegiados, es decir, un dios amoroso de la raza humana.

Por lo tanto, era propio del Papa Francisco, sin poses, ni atavismos, ver que desde los tiempos de Jesús de Nazaret, no se veía el tratamiento de la mujer como parte importante y fundante de la iglesia católica y, pese a tanto esfuerzo de Francisco, la equidad frente a la mujer y la igualdad de condiciones frente al hombre, no fueron posibles, gracias a la mezquindad disfrazada de dogma, con moralina y ritualismo cultual, siempre presente a la sombra de las columnas del Vaticano, que busca preservar el acento patriarcal, machista y falocentrista en la conducción y control de la iglesia. No por tanto, ni por menos, Francisco se encargó de allanar los caminos para que la mujer tenga participación activa en la conducción de la iglesia. Gracias a Francisco, difícilmente, el neoconservadurismo pueda relegar a la mujer a un papel de adorno y subordinación.

Francisco, repitiendo el ejemplo del Nazareno, dejó bien claro que los homosexuales, lesbianas y de preferencia sexual diversa son hijos de dios, son buenos y nadie es quién para discriminarlos, bajo ningún precepto.

Francisco no tuvo tapujos en señalar que están asesinando a los palestinos y acusó a sus autores, sin complicidad, ni silencio de ningún tipo, amén de que Francisco no temió al poder genocida de los sionistas, a los que les increpó por el genocidio contra los palestinos, como tampoco tuvo reparos en acercarse a los hermanos judíos y musulmanes, con amor y humildad.

Fue el Papa Francisco quien -con firmeza- enfrentó la pedofilia en sacerdotes y obispos, sin ningún tipo de encubrimiento y, también fue el Papa Francisco quien creyó en las víctimas, se acercó a ellos, pidió perdón en nombre de la Iglesia Católica y buscó resarcir tanto dolor causado.

Francisco no dudó en expulsar a los mercaderes de la Iglesia de dios, expulsando a corruptos, obispos y cardenales, como el que se quiere colar en el próximo cónclave y los puso a la orden de la justicia seglar. El Papa Francisco no solo limpió las cuentas del Vaticano y del Banco Ambrosiano, sino que logró lo que al difunteado Papa Juan Pablo I le impidieron hacer, para seguir medrando de la iglesia. El sumo Pontífice, Francisco, no dudó en combatir la corrupción, ni a lo grande, ni al menudo, incluso, obligando, bajo decreto, que de la misa como sacramento no se haga un negocio al detal, como ha sucedido hasta el presente en muchas parroquias del mundo.

El Papa Francisco vivió en pobreza y murió en pobreza, sin báculo de oro, sin tiara papal, con su mitra de uso diario, sin zapatillas de príncipe, sino con sus zapatos negros, gastando sus ahorros personales en donaciones, dando lo suyo, no lo ajeno y besando los pies de los más pobres. Nada de embalsamamiento, para evitar la farsa de la incorruptibilidad del cuerpo o falsas santidades. Y no sabemos cuántas cosas más ha hecho el Papa Francisco: para rescatar la democracia en muchos de nuestros países y naciones, salvando vidas, rogando contra el ecocidio, bregando por la paz y contra las guerras, protegiendo a inmigrantes y refugiados, combatiendo el racismo y convencido del poder de la oración y del amor.

Entiendo que apenas nos aproximamos a una sucinta reseña de lo mucho que ha sido el Papa justo y creo que lo menos que podemos hacer es intentar poner en práctica lo que nos legó con su ejemplo. Tal vez, el secreto del Papa Francisco estuvo en que nunca estuvo solo, nunca actuó como un justiciero solitario, ni como un vengador. Este Papa confió en su grey, en el Pueblo, confió en la ciencia, la tecnología y en la búsqueda de la verdad, inspirado en Dios, en la Virgen María y emulando el ejemplo de San Francisco. Lo que surja después en el cónclave de los próximos días de mayo, habremos de seguirlo con optimismo y sin prejuicio, tal y como lo haría Francisco. ¡Hasta siempre, Papa Francisco!



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Luis Alexander Pino Araque


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