El debate sobre la eutanasia está en numerosos países del planeta. No les tiembla la mano a los dirigentes políticos cuando arrancan la vida no sólo en guerras sino también en ejecuciones "legales" de quienes evidentemente no quieren morir, pero tampoco permiten a una persona que no desea vivir acabar con su vida de una manera digna pues deberá hacerlo de un modo violento. Es lo decidido por el poder médico occidental incrustado en la gobernación de las naciones. Y en Oriente, eso mismo por razones religiosas o culturales.
Desde hace muchos años vengo diciendo que la "realidad", la "verdad", no es más que el resultado del acuerdo de unas minorías poderosas. En este caso, además, no puede haber ningún octogenario que se sospeche ha de disentir. Pues bien, en el asunto de la eutanasia, es el poder difuso médico-farmacéutico el que decide, agarrándose al arcaico juramento hipocrático: "Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten". En otras culturas, levantadas sobre una religión o sobre el atavismo, pasa lo mismo. Los médicos y farmacéuticos, colegiados, pues han de estar colegiados, y sometidos al poder médico, son los custodios de todos los medicamentos, compuestos químicos y por supuesto sustancias letales que pueden provocar la muerte dulce, pues no otra cosa significa eutanasia, de una persona…
El caso es que en los países donde se ha dado un salto cualitativo obviando estos motivos con una ley de eutanasia ad hoc, sólo se admite esa posibilidad en el caso de que la persona padezca una enfermedad incurable y sufrimientos insoportables, y la pide. Sin embargo una persona puede no padecer ni una enfermedad incurable ni sufrimientos físicos pero sí sufrimiento psíquico, o simplemente no desea vivir porque está cansada de la vida, y le dice el médico de turno, el poder médico: si quieres quitarte la vida, has de hacerlo de un modo violento, pero yo no te facilito el veneno "dulce", porque lo dijo alguien hace tres mil años. Pero sí puedo darle esa sustancia a personas de mi familia, de mi confianza, o incluso usarla para mí, ¿quién podrá saberlo? Esta actitud es irracional y antinatural. ¿Á quién creen que engañan médicos y farmacéuticos con esta ceremonia de la irracionalidad?
Nunca olvidaré la escena de un film en la que, encontrándose el mundo en el año 2022, el actor Edward G. Robinson, un policía ya mayor, compañero de Charlton Heston, entraba en un Centro que sugería ser un lugar hospitalario. Pasaba, sin necesidad de acreditarse, por una especie de cabina como la de un aeropuerto, le acompañaba una enfermera y se tumbaba en la camilla confortable de una coqueta habitación. Ante sus ojos, en una gran pantalla se pasaba una emocionante escena bucólica de cascadas, venados y vegetación, acompañada del primer movimiento de la Sinfonía Pastoral de Beethoven, mientras poco a poco fallecía…
Siempre he soñado con ese final de mi vida. Pero la estulticia del ser humano no tiene límites. Estamos en el primer cuarto del milenio, sobrepasando en tres años el año que aparece al principio de Soylent Green. Cuando el destino nos alcance, y, a a mi edad, 86, me parece estar en la Edad de Piedra…