Dicen que se aproxima un cambio político en el imperio, en el sentido de dejar atrás el modelo woke, porque en el momento actual no resulta rentable, y dar entrada algo así como el modelo de la motosierra. El argumento tiene fundamento en cuanto el primero pasa por dividir a la sociedad y debilitar el Estado, que corre con los gastos, a costa de establecer una serie inacabable de privilegios para determinados grupos sociales, en detrimento del ciudadano común. Con el cambio, se trataría de proteger no tanto al espíritu ciudadano como al propio Estado, fundamentalmente porque en este caso se despliega a nivel internacional como imperio, y no es posible mantener un imperio con un aparato estatal hipotecado con diversas obligaciones, sujeto a las conveniencias de los distintos grupos del mercado.
De otro lado, resulta que el modelo de Estado administrativo, derivado de la política woke globalista, impone demasiadas restricciones a la operatividad de las grandes empresas. Lo del progresismo woke, aunque políticamente tiene atractivo como método de atracción del voto y el mercado prospera con un mayor número de participantes con cargo al aparto estatal, es decir, a los obligados a correr con los gastos generados por las distintas ocurrencias que se venden como progreso de fantasía, tampoco encaja debidamente con la idea de imperio. Por tanto, si se pretende mantener un imperio mundial, no queda otra alternativa que fortalecer política y económicamente al Estado y, en cuanto a sus empresas de bandera, hay que protegerlas y permitirlas libre actuación para operar en el mercado global, dada su condición de instrumentos para generar capital, mientras que a los grupos privilegiados solo les queda la opción de que se busquen la vida por su cuenta, como cualquier ciudadano de a pie.
En la actualidad, un imperio, por mucho que se hable de las bondades del supuesto progreso social, no acaba siendo viable si se soporta en utopías sociales, porque quien determina su posición y auge es la economía. Hoy la economía, que se alimenta de dinero, vive de la buena marcha de la tecnología, con lo que la perdurabilidad del sistema establecido desde las altas esferas tiene en cuenta este principio que, extrapolado a la política, obliga a cambiar la dirección del viento y darla prioridad. Lo que no supone un cambio radical y permanente, porque la política woke no esta condenada a desaparecer, pero si a rebajar el vuelo. En todo caso, el Estado imperial tiene que recobrar protagonismo exclusivo, si se pretende que continúe ejerciendo como imperio. No es lo mismo en el caso del aparato estatal de las colonias. Este último, conviene que continúe como sucursal administrativa, y el país en cuestión permanezca profundamente dividido incentivando políticas woke, dada su doble rentabilidad para la gobernanza local y para el mercado global.
Se plantea un cambio de viento, pero solamente eso, de viento, impuesto por las circunstancias y simplemente como un ensayo más en busca de la mayor rentabilidad económica para el sistema capitalista. Con este cambio, el imperio permanece a la espera de mantener el liderazgo del mundo, porque, pese a que sus patrocinadores son los dueños del dinero, aparecen sombras y los del otro lado del océano amenazan con comerles la merienda en sus colonias —véanse los ejemplos de su avance en países de su propio continente y en los países de más acá—. Es de esperar un aparato estatal fuerte mientras dure el cambio de viento y, una vez consolidado aquel, habrá que volver a cambiar la dirección del viento para echar mano del woke remodelado. Volviendo a tener en cuenta que, incluso a nivel de imperio, este producto vende, tanto a efectos de voto como de mercado. A lo que hay que añadir su valor internacional en un contexto imperialista, por cuanto contribuye decisivamente al mantenimiento del modelo colonialista, asegurando aparatos estatales políticamente débiles y sociedades consumistas divididas.
El llamado cambio de viento no supone la llegada de un nuevo viento permanente, sino la toma de otra dirección de carácter temporal para reforzar el poder estatal y el del bloque empresarial. Hay que tener en cuenta que está orientado a conservar el liderazgo mundial del gran capital bajo la bandera de un Estado. En todo caso, pese al cambio de viento, no hay que pasar por alto a la competencia, que no estará por la labor de transigir, por lo que toca esperar a los resultados de la nueva estrategia política.