"Del incesto a la melancolía" (1060-1157) de Alfonso VI a Alfonso VIII

Los nietos de Sancho el Mayor en Castilla (1060-1109):

No menos desdichada es la descendencia de Sancho Mayor en el reino de Castilla, al cual dejó en posesión de su otro hijo, Fernando I (1035- 1060). Este, al morir, dividió su reino en varias partes: a Sancho el primogénito, le dio Castilla; León al hijo menor, el futuro Alfonso VI; y Galicia al segundo llamado García. A sus otras hijas, Doña Elvira y Doña Urraca, las ciudades de Zamora y Toro y el usufructo de todas las abadías del reino. Dice el romance que de esta forma se quejaba la princesa Urraca ante el rey moribundo:

"A mí porque soy mujer

dejámeis desheredada

y éste mi cuerpo daría

a quien se me antojara

a los moros por dinero

y a los cristianos de gracia.

Cierta o falsa esta amenaza, que el romance pone en boca de la princesa, el caso fue que doña Urraca hizo con su cuerpo t con su alma lo que le vino en gana, hasta el punto de declararse culpable, como veremos luego, de una de las mayores atrocidades que puedan concebirse en cualquier tiempo y espacio. No sospechaba el rey moribundo la tempestad que se cernía sobre su lecho de agonizante:

"Doliente se siente el rey

ese buen rey Don Fernando

los pies tiene hacia el Oriente

y la candela en la mano.

A su derecha Sancho, el primogénito, rumia la ira de verse desposeído de importantes territorios. Era Sancho de condición violenta y alevosa, como lo demuestra al asesinar a su tío García el de Navarra. García, el de Galicia, es un desequilibrado, lo que no tardará en probar en su corto reinado y el futuro Alfonso VI es un jovencito alegre en lo aparente, pero sombrío y calculador hasta las entrañas.

La manía persecutoria de García de Galicia:

No ha transcurrido todavía un año de la muerte de Don Fernando cuando García el de Galicia se lanza sobre las ciudades de Toro y Zamora a fin de desposeer a sus hermanas. Sancho hace otro tanto, invade las tierras castellanas de Alfonso y marcha seguidamente sobre el reino de García. Allá es recibido como libertador "por los gallegos" harto indignados —como señala Lafuente— de la loca dominación de su hermano. García, al parecer —anota el mismo historiador— fue un alienado que padecía de manía persecutoria. A raíz de la muerte de su favorito Vérnula, por un grupo de nobles, "la cólera del rey García no tuvo límites ni frenos desde entonces y degeneró en una especie de demencia, manía persecutoria contra todos sus súbditos, de cualquiera edad o sexo que fuesen. Así cuando se presentó Sancho en Galicia, fuéle fácil la sumisión de los súbditos de su hermano.

El fratricidio de doña Urraca:

Sancho, sin embargo, no es un libertador, sino un conquistador como ya lo ha demostrado. Después de destronar al alienado rey de Galicia, marcha sobre la ciudad de Zamora, plaza fuerte y feudo de su hermana Urraca, La ira de la princesa no tiene límites. Delante de toda su corte clama: "Yo mujer soy et bien sabe él que yo no lidiaré con él, más yo lo haré matar en secreto o a luz del sol". No tarda en realizar la amenaza. Un amante suyo, el caballero Bellido Dolfos, atrae al rey a una celada y ante los muros mismos de Zamora le da muerte. Un grito de espanto conmueve al reino. "El regicidio en la España del Cid —como afirma Menéndez Pidal— era el mayor crimen que se pudiera cometer. Si Bellido Dolfos en la historia romana hubiese sido honrado como Mucio Scévola, la historia medioeval, empapada en las ideas caballerescas de lealtad, califico unánimente la muerte de Sancho como dolo, traición o fraude; así lo hacen la Historia Silense, Pelayo de Oviedo y el Cronicón Compostelano. Considérese, pues, cuál sería la sorpresa y aversión de la gente cuando supo que el rey Don Sancho, no sólo había sino asesinado, sino que sus hermanos o uno de ellos en particular había ordenado su muerte. El epitafio de Sancho decía: "le quitó la vida su hermana, mujer de ánimo cruel que no le lloró".

Por eso se explica que, cuando Alfonso VI, huésped o prisionero de Motamid de Toledo, llegó a Burgos a tomar posesión de la herencia de Sancho, le salieron al paso el pueblo y los notables del lugar capitaneados por Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, para exigirle pruebas que lo librasen de tan abominable duda:

En Santa Gadea de Burgos

allí le toma la jura

el Cid al rey castellano

Sáquenle el corazón

por siniestro costado

si no dijese la verdad

de lo que te fuera preguntado

Si fuisteis ni consentisteis

en la muerte de tu hermano.

Suicidio, locura e incesto:

Alfonso jura estar libre de culpa y entra a reinar por largo tiempo. En un momento piensa liberar a su hermano García que yace encadenado en el Castillo de Luna.

Su hermana Urraca, quien comparte con él el gobierno y según rumora la maldicencia, también el tálamo, se opone al gesto. Es demasiado el rencor que siente contra el iniciador de esa borrenda querella dinástica. Por consejo suyo, el ex-rey de Galicia permanecerá encadenado a un muro por diecisiete años.

Menéndez Pidal dice que "si Doña Urraca amó a su hermano Alfonso con todo el amor de sus entrañas, no tuvo para sus otros hermanos sino entrañas de fiera".

Lafuente atribuye el acto de re-encarcelamiento de García a los trastornos de juicio que presentaba y a su manifiesta incapacidad para gobernar.

Terminó García suicidándose, esto por lo menos es lo que inferimos de lo que relata su contemporáneo el Obispo Pelayo de Oviedo cuando escribe: "Murió García en 1090, a consecuencia de una evacuación de sangre que se empeñó en hacerse. Dice Soldevilla que en los últimos días de su vida, Alfonso VI dio orden de que le quitasen los hierros. El desgraciado no lo consintió como para hincar más la culpa de los monstruosos hermanos, pues "con los hierros que había vivido quería morir y ser enterrado.

Años más tarde, muerto Alfonso VI y Doña Urraca, un hecho casual vino a poner en evidencia lo que la murmuración popular venía señalando desde hacía tiempo. Doña Urraca confesaba, llena de arrepentimiento, en su libro de horas que había mantenido relaciones incestuosas con su hermano.

Con razón cuenta una leyenda de Guadalajara, que los rubíes son las lágrimas de sangre que derramó la trágica princesa cuando de niña vió reflejarse sobre las ondas del río, su aciago destino.

Recuento: Como puede verse, un extraño destino y no una simple expresión de su tiempo y de su circunstancia parece cebarse en los descendientes de Don Pelayo y de su hermano. Favila, el primogénito de Don Pelayo es de naturaleza enfermiza; Fruela, el nieto, es un criminal aborrecible que llega hasta el fratricidio. El hijo y sucesor de Fruela, Alfonso el Casto, es sospechoso de haber padecido de alguna psicosis. Ramiro I, su primo y sucesor parece incurso en la misma sospecha; su conducta extrañamente criminal, lo hace aparecer en el menor de los casos, como una psicópata grave, igual que su nieto Alfonso el Grande, criminal y fratricida.

Tres seres perversos y rebosantes de insania criminal son los hijos de Alfonso el Grande, como lo es su nieto Ramiro II, fratricida y feroz como varios de sus antepasados. Diplásticos, enfermizos y degenerados son su hijo Sancho el Graso y su nieto Bermudo el Gotoso; por obra de este último la tradición insana de los reyes de León va a continuarse en la descendencia de Sancho el Mayor, rey de Navarra. García de Navarra, su primogénito, es un sujeto desaforado y criminal que hace lo indecible por asesinar a sus hermanos, impulso feroz que encontrará proyección acabada en sus hijos Ramón y Ermesinda, asesinos de su hermano Sancho el de Peñalén. García, a su vez morirá a manos de su sobrino, Sancho de Navarra, quien a su vez será muerto a manos de sus hermanos los monstruosos e incestuosos Alfonso VI de Castilla y Urraca de Zamora. García, el segundogénito de esta espantable familia, terminará loco y suicidándose de la manera más espantosa, como tuvimos ocasión de referir.

La sospecha de insania de los reyes de León no se concreta a los síntomas de ferocidad criminal que hemos destacado en los capítulos anteriores.

Fruela es sustituído en su gestión de gobierno por sus primos Silo (774-783) y Mauregato (783-788). Como apáticos, indolentes y enfermizos pasan a la historia estos descendientes de Don Pelayo. Mauregato lo sustituyó Bermudo el Diácono (788-791), el padre del feroz Ramiro I, de quien tuvimos ocasión de referirnos. Invadido por la apatía y la indiferencia abdicó a la corona y recomendó como sucesor a Alfonso el Casto, (791-843), el hijo de Fruela el fratricida.

Sancho el Craso, el nieto de Ramiro II, el fratricida, era llamado así por su deforme obesidad; y Bermudo III, el abuelo de Doña Mayor, padecía de gota, que como se sabed es una enfermedad sintomática de perturbación constitucional.

Alfonso el Casto (791-843), el hijo del feroz asesino de Fruela I, era un rey extraño que decía ver ángeles y fuegos durante la noche. Otro tanto le sucede a su primo y sucesor Ramiro II, el mismo que tuviera la ceguera como castigo favorito. A este rey tan poco santo, se le apareció el Apóstol Santiago, montado en un ardoroso caballo blanco. Sancho el Mayor y Fernando I de Castilla, su hijo, acusaron visiones sobrenaturales, como lo harían en las generaciones venideras varios de sus descendientes.

¿Qué nos sugieren estos hechos? ¿Podrían ser tomados como alucinaciones? ¿Serían expresión de insania o consecuencia de aquel ambiente mítico-mitománico y fabulesco que predominaba en la alta Edad Media?

Alfonso el Casto, además de probable alucinado, era tan absolutamente casto que la reina Berta tuvo que regresarse a Francia tan inmaculada como vino. ¿Sería realmente casto o padecía de trastornos más obvios? Impotente, alucinado y además guerrero, es una trilogía demasiado compatible con la esquizofrenia, como para dejarla pasar por alto.

Las hijas de Alfonso VI (1109-1139):

Al morir Alfonso VI, dejó como heredera de Castilla a su hija la princesa Urraca, habida en su legítima mujer Constanza de Borgoña.

Urraca de Castilla (1109-1126), fue, como su padre, violenta, aguerrida y concupiscente. Su conducta y desaforada obligó a su segundo marido Alfonso el Batallador, a encerrarla en una prisión. Era voluble e inconstante y de fama muy poco honesta. "Nunca tranquila, desasosegada siempre —escribe Lafuente— su vida fue tan agitada y trajo tanta calamidad al reino, que aun después de su muerte se murmuraron las más extrañas consejas sobre su oscuro final. Según algunos —escribe Cánovas del Castillo— reventó como castigo divino por haber robado los tesoros de San Isidro; según otros, al parir un hijo adulterino.

Alfonso VI tuvo otra hija, la princesa Teresa o Taraja, habida fuera del matrimonio en una dama noble llamada Gimena Núñez, Le dejó por feudo del condado portugalés, del cual habría de originarse el reino de Portugal.

Como su hermana Urraca, es arrebatada, aventurera y voluptuosa. Exhibe sus amores con impudor, combate como un hombre contra su propio hijo y consume buena parte de su vida en guerras y asonadas. Posee sobre todo valor, soberbia y audacia, y el orgullo de una mujer que fue humillada muchas veces. Detesta particularmente a su hermana la reina de Castilla y, a su hijo el futuro Alfonso I. Reinó de 1090 a 1139.

Menéndez Pidal —Historia de España—.

Soldevilla —Historia de España—.

Granados —Crimen—.

Vallejo Nájera —Locos Egregios—.

Cánovas del Castillo —Historia de España—.

Susanne Chantal —Historia de Portugal—

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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