Himno a la libertad, reputando a aquel quien dio un pedazo de pan

Allí donde ha conquistado el Poder, la burguesía ha pisoteado las relaciones patriarcales e idílicas. Todas las ligaduras feudales que ataban al hombre a sus "superiores naturales" las ha quebrantado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha substituido las numerosas libertades, las que fueron otorgadas y las bien adquiridas, con la única e inescrupulosa libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, directa, brutal y descarada.

La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de trabajo y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Esta revolución continua que se opera en la producción, esta incesante conmoción de todo el sistema social, este perpetuo movimiento e inseguridad, distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones sociales arraigadas y enmohecidas, con su secuela de creencias y de ideas admitidas y veneradas durante siglos, quedan rotas; las que las reemplazan se hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo que quedaba de los principios de casta y era inerte es destruido; todo lo que era sagrado es profanado, y los hombres y las mujeres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.

Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase, y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el Poder público perderá su carácter político. El Poder político, hablando propiamente, es la fuerza organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, destruye por la fuerza las viejas relaciones de producción, destruye al mismo tiempo que estas relaciones de producción las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y las clases en general y, por tanto, su propia dominación como clase.

En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos.

Nada más fácil que recubrir con un barniz socialista el ascetismo cristiano. ¿Acaso el cristianismo no se levantó también contra la propiedad privada, el matrimonio y el Estado? ¿No predicó en su lugar la caridad y la mendicidad, el celibato y la mortificación de la carne, la vida monástica y la iglesia? El socialismo cristiano no es más que el agua bendita con que el clérigo consagra el despecho de la aristocracia.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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