Haití, un gueto del apartheid americano

Hace 11 años escribí y publique en el Libro "Sentado sobre un nido de alacranes" este artículo de advertencia sobre la terrible situación general de Haití después del terremoto que causó unas 200.000 muertes. Hoy, después del magnicidio en el que perdieron la vida el presidente y su esposa, se corren nuevamente las cortinas del teatro político para que veamos la calamidad de nuestros hermanos, a quienes debemos el gran apoyo prestado para nuestra independencia.

De los arawak a las etnias africanas

Entre los habitantes originarios de la tierra inmensa que luego fue América estaban los Arawak, una etnia pacífica que poblaba las costas atlánticas. Fue desde allí, de la desembocadura del Río Orinoco que un pequeño grupo, purificados en las aguas del Delta partió no se sabe cuando, en busca de otros horizontes, de otros espacios donde regar sus semillas, sembrar el ají picante, la yuca, la batata, el tabaco, el algodón y otras especies que formaban parte de su cultura agraria.

Esos movimientos costeños que eran rutinarios para estas comunidades ancestrales no satisfacían el espíritu emprendedor de los Arawak. Era necesario conocer otros lugares que imaginaban similares a los hermosos parajes de la costa que conocían con precisión impecable en un mundo donde los elementos de orientación y navegación no estaban desarrollados. Y se aventuraron, navegaron por tiempos largos hasta que extenuados llegaron a una tierra hermosa vestida de verde tropical y con playas encantadoras. Los taínos se miraban con aires de encanto, todos estaban orgullosos de esta tierra nueva que nunca habían visto, se bañaron e incursionaron temerosos, pero no había vestigios de seres iguales. Han debido descansar unos días, no se sabe cuantos antes de regresar orientados por la luna y el sol, pero sobre todo por la intuición aguda y la magia de la conversación grupal, del acuerdo colectivo.

Una tarde llegaron nuevamente al sitio donde partieron y contaron lo que vieron. No pueden vivir los hombres solos sin mujer y sin hijos, dijo un anciano y con esta recomendación organizaron nuevas salidas, aventuras de sabios de la naturaleza.

En sus rudimentarios botes llevaron semillas de lo que comían y utilizaban con mayor frecuencia. Volvieron a ese lugar todavía sin nombre, se multiplicaron y la población en aquel lugar paradisíaco fue creciendo hasta llegar a 60.000 taínos viviendo en la felicidad plena de esa isla encantadora que fue visitada por los españoles por primera vez en diciembre de 1492. Colón no vaciló en bautizar esta tierra como "La Española", genuflexo al poder imperial colocó la simbología del dominio territorial. Colón miraba uno a uno a aquellos que llegaron primero, desvestidos y amigables. Los miraba fijamente pensando en las pequeñas piezas de oro que algunos llevaban pendientes en la nariz. Mediante señas le informaron que en la lejanía, y señalaban con los dedos, existían territorios donde era posible encontrar eso que llevaban como un simple adorno facial. Colón se babeaba por lo que luego fue la esencia de un mito que fue desapareciendo dejando estas tierras americanas llenas de sangre y estupor: El Dorado.

El subsiguiente día la carabela Santa María encalló por causas del sobrepeso de la codicia y con la madera de la nave se construyó un pequeño refugio para algunos españoles que no podían continuar el viaje y lo llamaron "La navidad" por la fecha del incidente, el 25 de diciembre de 1492. Fue la primera derrota de los invasores españoles, castigados por la naturaleza sucumbieron, pero con tan mala suerte para la isla que se quedaron en medio de la belleza jamás vista por europeo alguno en la historia del mundo. En el retorno a España, las dos carabelas restantes llevaban muestras humanas, de esos taínos que habían llegado a diseminarse desde el Orinoco hasta las islas diversas de eso que hoy forma parte de una importante región geoestratégica que llamamos Caribe.

En los primeros 35 años contados desde ese 24 de diciembre de 1492, los taínos fueron diezmados por las armas, la crueldad, el mal trato y las enfermedades importadas desde la Europa imperialista. Finalmente menos del uno por ciento sobrevivió al primer cincuentenario de la presencia del dominio español. Doscientos cinco años más tarde, en 1697, España le cede a Francia una parte de la Isla "La Española" y la puebla con africanos esclavos infrahumanamente explotados resultando el mejor negocio que Francia tenía costas afuera, mar adentro. Pero eso no duró tanto en tiempos históricos. En 1789, los esclavos negros se sublevaron y en menos de quince años vencen a un poderoso ejército constituido por cuarenta mil soldados del poderío militar napoleónico. En 1804, Haití, la bella y próspera tierra estaba devastada por la guerra libertaria. Cada sitio era una réplica americana de África, las costumbres y los ritos habían sobrevivido al poder imperial francés. Era la primera nación donde los esclavos habían logrado su libertad con la lucha persistente. Había nacido una voz de un pueblo que al sonido del tambor festejaba la gloria de ser libres.

Entre la libertad y el apartheid

Miranda y luego Bolívar fueron ungidos de sabiduría libertaria en Haití, la ayuda precursora tiene un valor infinito e imperecedero; fue un apoyo a cambio sólo de la libertad de los esclavos en el sur de América como resultado de las luchas contra el imperio español. Aténor Firmin, en 1885 escribió su tratado "De la igualdad de las razas humanas". Allí recoge la significación histórica de la ayuda que Haití prestó a la independencia de América subyugada por el imperio español, ¿se puede mencionar alguna nación negra, grande o pequeña, que por sus hazañas haya influido directamente en la evolución de los pueblos civilizados de Europa o América? Se preguntó Firmin, y con pluma de oro traza la gesta bolivariana, llegando a asumir con fuerza que la empresa libertaria llevó no solo el componente material y humano para la guerra, sino también la moral de la nación que fue el néctar de la libertad americana.

Como asunto curioso, los escritos de Firmin fueron convertidos en un enigma que revivió apenas en el año 2004. Y la razón está clara. El libro desmonta la tesis de una raza negra inferior, condición endilgada a los pueblos africanos y sus descendientes, según lo cual lo mejor para estos es continuar bajo el dominio del imperialismo blanco.

Durante los ciento quince años transcurridos desde el triunfo frente al imperio francés y la primera veintena de años del siglo XX, Haití siempre estuvo en la mira del imperio estadounidense que tenía sus garras a la espera del mejor momento para engullirse su territorio; en ese período, los ojos dejaron de mirar a ese Estado incipiente con la misma fuerza con la que Haití miró a los países que ayudó en su libertad. Desapareció del mapa de las circunstancias americanas. La bota imperialista se introdujo en 1915 para poner orden en el convulsionado país, un acto que fue el inicio de la estrategia de los Paraestados, de los Estados serviles. Se fueron de allí luego de veinte años de ocupación, dejándola en peores circunstancias. Le generaron la necesidad de ser siempre un Estado intervenido, tutelado, un triángulo de la calamidad constituido entre dos bandos enfrentados y un país apaciguador metido en tierra ajena.

Así Haití se ha convertido en un populoso barrio negro excluido de los avances educativos, científicos, tecnológicos y políticos. Es la práctica del apartheid. La única regla válida es que sus moradores estén allí, esperando ayuda o esperando una nueva invasión estadounidense. No pueden aventurarse a ser soberanos ni a impulsar una revolución social radical y transformadora de esa realidad. Esa política deliberada desde la propia Organización de Estados Americanos es la que evidencia las cifras rojas de un pueblo, la inmensa deuda social, el bajo índice de desarrollo humano. La pobreza ronda por las calles vestida de hambre, sida, insalubridad, penurias, muerte temprana y como en algunos países africanos, la esperanza de vida ronda apenas los cincuenta años.

No hay vergüenza en la América entera para explicar las razones de este abandono. Las cifras son crueles pero son las incontrovertibles razones para decir que Haití está sola y abandonada en el mar de las miserias. Lo que ha cambiado es el procedimiento del intervencionismo, ahora otras naciones hacen el trabajo de los marines. Las llagas que el intervencionismo y el imperialismo le han causado a Haití no las pueden curar los propios culpables.

El hambre agobia, resulta más fácil comer fuera, en otro país, que en casa. La estrategia popular del pueblo haitiano para abandonar la pobreza es huir en lanchas precarias hacia el horizonte marino a merced del batiente mar Caribe que les depara sorpresas y en muchos casos los engulle y los transforma en alimento para peces. Sin embargo, los que han sobrevivido a la fuga, añoran su patria y elevan su voz en solicitud de respaldo, que las mil veces por mil veces es desatendida. En Venezuela tenemos unos 25.000 hermanos que se acuerdan de sus penurias y algunos con los cuales podemos toparnos nos dirán que la lucha en Haití entre bandos no es ideológica, no es un tema de derechas e izquierdas, tampoco de progresistas y conservadores. Es así, que un camarada haitiano me dijo allá se puede pensar como izquierdista pero no se puede evitar estirar la mano a los capitalistas para recibir lisonjas. Una triste realidad.

La teoría del apartheid es tan cierta que la Republica Dominicana, la vecina que debe ser su hermana gemela, acepta el haitiano como mano de obra barata asegurando la explotación del hombre por el hombre, pero le niega derechos, incluso en un reciente proyecto de reforma constitucional le restringe los derechos a los descendientes que habiendo nacido en suelo dominicano, son hijos de inmigrantes haitianos ilegales. Pareciera que la propuesta hubiese sido redactada en los Estados Unidos.

Volver los ojos a Haití es parte de la solución para superar la violencia que no es la causa, es la consecuencia de los males de ese país. La porción de países de la América revolucionaria debe integrar a Haití; la solidaridad se viste de esfuerzos para que ese país se repiense y se reinvente. El intervencionismo debe cesar, la idea impulsada desde 1980 sobre una ocupación con apoyo del capital privado internacional restringe la soberanía y deja ausente las políticas sociales. Esa tierra de Petión necesita gobiernos revolucionarios. Ya ha tenido suficientes títeres.

Haití país devastado

Y en medio de las calamidades sociales y económicas la tierra rugió en enero del 2010. Cuando dieron la noticia me santigüé, Dios se apiade de ese pueblo heroico pero maltratado. No hay sorpresas cuando esto sucede en los países pobres del mundo. Y fue así. Un terremoto de 7,3 grados destruyó el ochenta por ciento de las viviendas en la capital, cada adobe, bloque, columna, piedra se convirtió en la mortaja de doscientos mil personas que a eso de las cinco de la tarde estaban de vuelta a casa. No había para donde correr, todo se desplomaba al paso de un extraño animal que se desplazaba enterrado, sacaba el lomo y se sacudía, y de esa forma resquebrajó las humildes viviendas y las modestas instalaciones comerciales y de servicio público. Un periodista español, es probable que sea de allí, reportó que un funcionario público del gobierno haitiano le dijo "mi país ha desparecido, Haití ya no existe". Su congoja no le ha dado tiempo de asimilar el camino de la reconstrucción; para él, su patria es tierra arrasada, pero no solo por el impacto de la naturaleza sino por lo precedente al sismo.

Otro funcionario del servicio exterior haitiano llegó a decir que el terremoto destaparía la venda de los ojos del mundo. Llegaron a imputarle que estaba satisfecho por la tragedia porque podía ser el inicio de una nueva forma de percibir la oculta Haití. Los hermanos que están deambulando por las calles son los mejores testigos de la tragedia. Lo que se ha llamado históricamente ayuda humanitaria es asistencialismo inmediato ¿Que va a pasar cuando se ahogue el dolor con la resignación del pueblo? Es una pregunta áspera en este momento. ¡Quién se hace la pregunta llora!

En ese dolor que se padece en la distancia, tomé un libro de "Poesía anónima africana" y busqué ideas, explicaciones, retos sobre la vida de este enclave de África en América. La sabiduría compendiada por el africanista cubano Rogelio Martínez nos lleva a lo sucedido y nos adelanta a las soluciones. En el capítulo sobre la sabiduría de los antepasados, se leen lecciones de advertencias. De tantos pensamientos seleccioné algunos.

Cuando el amor se desgarra no se le pueden coser las orillas. Además del terremoto las circunstancias previas son evidentes de una sociedad fraccionada e intervenida. La vida allí es triste, ya nadie escucha al otro, la sobrevivencia deshilacha la unidad y es por eso que la lluvia no cae solamente en el techo, lo bueno y lo malo que sucede baña a todo pueblo haitiano, si la institucionalidad democrática participativa se funda a partir de esta crisis humanitaria, hará tanto bien como mal ha causado el terremoto; pero, esto no será posible en un sistema político ambiguo, sin arraigo y pensamiento social de avanzada porque las soluciones neoliberales y socialistas son caminos incongruentes y la sabiduría africana dice quien sigue dos caminos a la vez tiene las piernas descuartizadas.

Dios no le muestra el camino al huérfano. En estos momentos no creo que la población esté pensando en algo más que lo inmediato, la cobija, la medicina, la comida, la vivienda o la carpa. Lo estratégico de mediano y largo plazo vendrá después. El riesgo de esta espera, por corta que sea, es que puede llegar como imposición, como injerencia. Ya se ven los anticipos. Hoy por las calles derruidas de Puerto Príncipe caminan varios tipos de extranjeros, unos con camillas, palas, medicamentos alimentos, con oraciones y con amor, mientras otros vestidos de militares invasores, con metrallas de última generación, con odio y celo por la geoestrategia del imperio se vacilan la tragedia. Si los muertos hablaran dirían: Allí donde haya carne muerta el buitre descenderá, pero los sobrevivientes, los que escaparon de la ferocidad de las entrañas de la tierra deben en su dolor repensar su soberanía y coincidir con la máxima africana de no embarcar nunca el cocodrilo en su piragua. Te devora, saben que vendrá con ofertas y nuevos engaños. Al final la mentira da flores pero no frutos.

Haití debe tocar las puertas del mundo, no para vender el alma del pueblo sino para difundir su proyecto de sociedad. No puede seguir aislada, sumida en el olvido en un recodo del camino de la verdadera libertad. Requiere de alianzas estratégicas con estados revolucionarios. No debe seguir involuntariamente atada a las políticas desarrolladas fuera de sí, de su contexto y de su soberanía. Estar sin un amigo es ser pobre de veras. Los acontecimientos muestran esperanzas cifradas en pueblos latinoamericanos y caribeños, amigos reales que están allí, viendo la penuria, la muerte rondando con aires de grandeza porque agitando la tierra se llevo doscientas mil almas

El remedio del Hombre es el Hombre. ¡Es la grandeza del corazón lo que cuenta! ¡No olvidemos jamás nuestros orígenes, el futuro está tan lleno de imprevistos!

El ejemplo de lucha del pueblo haitiano contra el oprobio francés y estadounidense sigue vivo, quizás en esos imprevistos venga una revolución de la conciencia.

Once años más tarde del terremoto de Haití, ocurre un magnicidio que se publica en todos los diarios del mundo en un contexto dónde la solidaridad con Haití no existe, sus problemas se han acrecentado, y ahora es otra oportunidad para que siga el intervencionismo y el ultraje a su suelo.



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Miguel Mora Alviárez

Profesor Titular Jubilado de la UNESR, Asesor Agrícola, ex-asesor de la UBV. Durante más de 15 años estuvo encargado de la Cátedra de Geopolítica Alimentaria, en la UNESR.

 mmora170@yahoo.com

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