Las pasiones reaccionarias para entorpecer la revolución venezolana

Es demasiado fácil afirmar que el pueblo con la no estamos de acuerdo no sólo se equivoca, sino que también son tiranos, fascistas y genocidas. EE.UU. y sus seguidores exigen mano libre para poner en marcha su sistema perfecto. El mundo tal y como es debe ser destruido, para que su pura visión pueda crecer y desarrollarse debidamente. Arraigada en las fantasías bíblicas. Las ideologías peligrosas son las que ansían esa tabla rasa imposible, que sólo puede alcanzarse mediante algún tipo de cataclismo. Generalmente, los sistemas que claman por la eliminación de pueblos y culturas enteros con el fin de satisfacer una visión pura del mundo (capitalista) son aquellos que profesan una religiosidad y que propugna la segregación racial.

Mientras tanto la noticia de la invasión de Venezuela por la "IV flota de EE.UU" corre de un extremo a otro del país con la violencia de un incendio, electrizando al pueblo venezolano. Caracas sufre una conmoción. En las ciudades y los campos los hombres se alzan, se juntan en guerrillas orientando su instinto hacia EE.UU: aquel nombre mesiánico oloroso a sangre y a humo que vuela en los aires como una consigna.

La cruzada contemporánea en pro de la libertad de los mercados mundiales. Los golpes de Estado, las guerras y las matanzas que han instaurado y apoyado regímenes afines a las empresas jamás han sido tachados de crímenes capitalistas, sino que en lugar de eso se han considerado frutos del excesivo celo de los gobiernos socialistas, como sucedió con los frentes abiertos durante la Guerra Fría y la actual guerra contra el terror. Si los adversarios más comprometidos contra el modelo económico corporativista desaparecen sistemáticamente, esa labor de supresión se achacas a la guerra sucia contra el socialismo o el terrorismo. Prácticamente jamás se alude a la lucha para la instauración del capitalismo en estado puro.

Esta ansia por los poderes casi divinos de una creación total explica precisamente la razón por la que los ideológicos del libre mercado se sienten tan atraídos por las crises y las catástrofes. La realidad no apocalíptica no es muy hospitalaria para con sus ambiciones, sencillamente. Durante más de cincuenta y cinco años, el motor de la contrarrevolución ha sido la singular atracción hacia un tipo de libertad de maniobra y posibilidades que sólo se da en situaciones de cambio cataclísmico. Cuando las personas, con sus tozudas costumbres e insistentes demandas, estallan en mil pedazos; momentos en los que la democracia parece una imposibilidad práctica.

Los creyentes del imperialismo están convencidos de que solamente una gran ruptura —como un terremoto, coronavirus, una guerra o un ataque terrorista— puede generar el tipo de tapiz en blanco, limpio y amplio que ansían. En esos períodos maleables, cuando no tenemos un norte psicológico y estamos físicamente exiliados de nuestros hogares, los artistas de la real sumergen sus manos en la materia dócil y dan principio a su labor de remodelación del mundo.

Las ayudas humanitarias y la reconstrucción de las zonas declaradas catastróficas, constituyó una experiencia piloto, y la reconstrucción orientada a los beneficios ya se ha convertido en el nuevo paradigma global, sin importar si la destrucción original procedía de los tanques de una guerra preventiva, como sucedió con los ataques de Israel contra el Líbano en 2006, o de la furia de un huracán. La escasez de recursos y el cambio climático han abierto la puerta a una avalancha de nuevos desastres naturales, un desfilar permanente de apetitosas oportunidades de negocio: la ayuda humanitaria es un mercado emergente demasiado tentador como para dejarlo en manos de las organizaciones no gubernamentales.

El complejo empresarial surgido del capitalismo del desastre está en pie de igualdad con los "mercados emergentes" y el auge de las tecnologías de la información que tuvieron lugar en los años noventa. De hecho, las fuentes consultadas afirman que las cifras barajadas son mucho más altas que entonces, y que la "burbuja de la seguridad" inyectó vida en el mercado cuando el negocio empezó a flaquear. Un enfoque que ha enrolado toda la potencia del ejército y de la maquinaria militar al servicio de los propósitos del conglomerado empresarial. El problema recurrente se presenta cuando tratamos de relatar la historia de la cruzada ideológica que ha desembocado en la privatización radical de la guerra y del desastre.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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