España: la sociedad dividida

España está internamente muy dividida en varios ámbitos de la vida pública: la desigualdad, la forma de Estado, la ideología, la autodeterminación, el enfrentamiento entre los géneros, el aborto y la eutanasia, descuellan por encima de todo lo demás. Pero hay otra división que trasciende las fronteras. El asunto del cambio climático y la pandemia que nos ocupa. En ambos casos de una manera asimétrica. Respecto al primero, son muchos preocupados por la deriva del clima y sus terribles consecuencias. Y son los menos los que se muestran indiferentes, al considerar los sintomas un simple cambio de ciclo. Como si la nomenclatura atenuase la amenaza...

En cuanto a la pandemia y todo cuanto la rodea, son los más los que se lo creen a pie juntillas. Y son los menos también los que admitiendo que en todo esto hay un fondo de verdad, piensan que no responde en absoluto a la dimensión que los gobiernos de todo el mundo, sin excepciones conocidas, empujados por la OMS, le atribuyen. Se plantea así otra más de las muchas fisuras presentes en la sociedad occidental. El cambio climático ya tiene mucha solera, pues los síntomas vienen percibiéndose desde hace décadas, mientras que lo de esta pandemia apenas pasa de los cuatro meses. Es decir, ha irrumpido bruscamente y además coincidiendo con una quiebra técnica del sistema económico regido por la libertad de mercado cada vez más absoluta, sin bridas. Binomio, pandemia y quiebra, lo suficientemente grave como para no relacionar ambos "detalles", y como para no poder evitar el continuo análisis de todo cuanto se noticia, se dice y se conjetura en todo el mundo...

La cuestión, en último término, no está tanto en negar la relativa evidencia de los fallecidos por una epidemia, como en detectar la posible sobredimensión, deliberada o no, del hecho en sí y además en todo el planeta, de las causas verdaderas, de las eventuales intenciones que pueda haber detrás y de los efectos en varios planos de la vida, más allá de ella misma, de la enfermedad que nos trae de cabeza.

Pues hay varias cosas que cuanto menos sorprenden, y mucho. Empezamos por la alarma desmesurada desencadenada desde el primer momento por todos los medios de comunicación. Por otro lado el concepto pandemia (palabra no oída hasta ahora casi desde la gripe española de 1918 cuando era indiferente a este respecto habida cuenta los estragos de la segunda guerra mundial) agrava más la sensación de impotencia, fatalidad y pánico que si se hablase de epidemia de una gripe virulenta en cada país por separado. Pues de toda la vida se ha hablado de la gripe en todas partes. De toda la vida se han distinguido años de más virulencia y contagio gripal de otros menos agresiva. Y de toda la vida las precauciones para no contagiarse ni contagiársela a otros, las ponía instintivamente cada persona. Sobre todo los mayores con enfermedades previas, a quienes la gripe los llevaba fácilmente a la tumba. Por lo que la precaución era fácil, lógica y natural. A fin de cuentas la gripe enseguida postra al enfermo que pierde el apetito súbitamente, tiene fiebre alta y temblores. Se le quitan las ganas de todo y por supuesto de salir, y permanece en cama entre una semana y quince días. Por otro lado lado, los fallecimientos por la gripe común, como se puede comprobar por las estadísticas publicadas, se han contado todos los años por decenas de miles; cifras a las que si se suman las de la neumonía, alcanzan con creces los de esta dichosa pandemia que a tantos espanta, a otros les deja fríos la noticia aunque les arruine económicamente sus vidas y a otros nos mantiene en un estado de estupefacción que ya veíamos acusando hace mucho tiempo aunque sólo sea por nuestra edad: tantos son los disparates, tantos los absurdos, tantos los desajustes, tanto el decir y el desdecirse, tanto el desconocimiento de la manera de actuar el virus... Y luego la nula capacidad de sacrificio de las personas, el hedonismo extremo presente en la vida pública y en las vidas privadas... Signo, todo ello, de una patente decadencia de la sociedad.

¡Ah!, por cierto, quienes creen en todo cuanto se dice oficialmente pueden acusarnos tranquilamente de escépticos redomados. Pues tenemos razones sobradas para serlo, hartos en nuestra larga vida de ver cómo el poder, los poderes de toda clase, conspiran contra todos e intentan a todas horas engañarnos, consiguiéndolo la mayoría de las veces...



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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