Assange y la libertad de expresión

Da indignación percibir como cada vez es menor la cobertura que reciben los casos de Julian Assange y Chelsea Manning, dos prisioneros políticos del imperio corporativo cuyo único crimen fue sacar a la luz pública los terribles crímenes contra la humanidad cometidos por los ejércitos imperiales.

Al parecer la libertad de expresión solo existe cuando le conviene a los poderosos.

En estos días conseguí un excelente artículo de un reportero al que leo y sigo desde hace ya muchos años, John Pilger. Me tome la libertad de traducirlo para compartirlo con los lectores de Aporrea. En el podemos darnos cuenta de las terribles condiciones a las que Assange está siendo sometido mientras aguarda su casi segura extradición a los Estados Unidos, lo que significaría una sentencia de muerte para el periodista. La publicación original puede encontrarse en este link: https://www.counterpunch.org/2019/12/02/visiting-assange-britains-political-prisoner/

De Chelsea Manning al igual que de los muchos otros presos políticos que languidecen en las mazmorras imperiales, como Leonard Peltier, Mumia Abu Jamal y Simón trinidad casi nadie escribe nada…

VISITANDO A ASSANGE PRISIONERO POLITICO DE LA GRAN BRETAÑA (John Pilger)

Salí al amanecer, la real prisión de Belmarsh está situada en la periferia del sureste de Londres, una franja de muros y alambradas sin horizonte. En lo que es llamado un centro de visitantes tuve que entregar mi pasaporte, mi billetera, tarjetas de crédito, tarjetas médicas, dinero, teléfono, llaves, peine, papel y lapicero.

Necesito dos pares de lentes. Tuve que elegir cual dejar atrás. Deje mis lentes de lectura. De allí en adelante no pude ya leer, al igual que Julian no pudo leer nada durante sus primeras semanas de cautiverio. Sus lentes de lectura le fueron enviados, pero inexplicablemente tardaron meses en llegar.

En el centro de visitantes hay grandes pantallas de televisión. La TV, al parecer, siempre permanece prendida a un volumen muy alto. Programas de concursos, comerciales de automóviles, pizzas y paquetes funerarios, incluso TED talks (charlas en línea) perfectas para una prisión: Valium visual.

Me uní a una cola de gente ansiosa y triste, más que nada mujeres pobres con sus niños, y abuelas. En el primer escritorio tomaron mis huellas digitales, si así pueden llamarse las pruebas biométricas.

"! Presione bien ambas manos!" me dijeron. Un archivo sobre mi apareció en la pantalla.

Ya podía cruzar la puerta principal que está situada en uno de los muros de la prisión. La última vez que estuve en Belmarsh visitando a Julian llovía muy fuerte. Mi paraguas no estaba permitido más allá del centro de visitantes. Tuve que elegir entre empaparme o correr como loco. Las abuelitas tienen la misma elección.

En el segundo escritorio, un oficial detrás de la alambrada pregunto: ¿"que es eso"?

"Mi reloj," contesté con algo de culpa.

"regréselo" me exigió la oficial.

Así que corrí de regreso bajo la lluvia al primer punto de control, regresando al segundo justo a tiempo para otra prueba biométrica. Esta fue seguida por un escáner de cuerpo completo y a un registro de cuerpo completo. Plantas de los pies; Boca abierta.

En cada parada, nuestro silencioso y obediente grupo fue forzado a entrar a un sitio conocido como un espacio sellado, apretujados detrás de una línea amarilla. Pobre del claustrofóbico. Una mujer cerró sus ojos con fuerza.

Nos ordenaron entonces dirigirnos a otra área de detención, también con puertas de hierro cerrándose brusca y pesadamente delante y detrás de nosotros.

"Manténganse detrás de la línea amarilla" dijo una voz incorpórea.

Otra puerta electrónica se abrió parcialmente; dudamos inteligentemente. La puerta se sacudió, se cerró y volvió a abrirse. Otra área de detención, otro escritorio, otro coro de, "¡muestren su dedo!"

Nos encontramos entonces en cuarto alargado con cuadrados en el piso en los cuales nos obligaron, uno a uno, a pararnos. Dos hombres con perros rastreadores nos trabajaron por delante y por detrás. Los perros olieron nuestros traseros y me babearon las manos. Se abrieron otras puertas con una nueva orden: "¡muestren sus muñecas!".

Una marca laser fue nuestro ticket de entrada para una gran sala donde los prisioneros permanecían sentados en silencio frente a unas sillas vacías. En la parte más lejana del recinto estaba Julian con un brazalete amarillo sobre su uniforme de presidiario.

Estando en prisión preventiva le es permitido usar su propia ropa, pero cuando los esbirros lo sacaron a rastras de la embajada ecuatoriana el pasado mes de abril, no le permitieron llevar consigo un pequeño bolso con algunas de sus pertenencias. Le dijeron que su ropa iría después, pero al igual que sus anteojos, se extraviaron misteriosamente.

Durante 22 horas de cada día, Julian está encerrado en el "pabellón de salud". No es en realidad un hospital, es solo un sitio donde lo mantienen aislado, medicado y donde lo espían constantemente. Lo espían Cada 30 minutos, ojos que miran a través de la puerta. Ellos lo llaman "previsión de suicidio".

Las celdas contiguas están habitadas por asesinos convictos y un poco más abajo hay un enfermo mental que grita continuamente durante toda la noche. "esto es mi "atrapado sin salida" (refiriéndose a la película de Milus Forman) me comentó. La terapia es un juego ocasional de monopolio. Su única reunión social asegurada es el servicio de misa semanal. El párroco, un hombre bondadoso, se ha vuelto su amigo. El otro día un prisionero fue atacado en la capilla. Un puño le reventó la cabeza por detrás mientras los demás reclusos cantaban sus himnos.

Cuando nos saludamos puedo sentir sus costillas. Sus brazos ya no tienen musculatura. Ha perdido de 10 a 15 kilos desde abril. Cuando lo visite la primera vez en mayo, lo más devastador fue lo viejo que se veía.

"Creo que me estoy volviendo loco," me dijo entonces.

Le conteste, "no, no te estas volviendo loco, mira como los asustas, lo poderoso que eres." El intelecto de Julian, su resiliencia y su mordaz sentido del humor -algo desconocido para los arrastrados que lo difaman- creo que lo protegen. Está muy lastimado pero no está perdiendo la razón.

Mientras conversábamos mantuvo la mano sobre su boca para que no nos escucharan. Hay cámaras sobre nosotros. En la embajada ecuatoriana nos comunicábamos escribiendo notas que manteníamos fuera de la visión de las cámaras. Donde sea que el gran hermano se encuentre, Julian esta evidentemente asustado.

Las paredes están cubiertas de eslóganes felices exhortando a los reclusos a "seguir continuando", frases como "Sea feliz", "tenga fe y ríase a menudo".

El único ejercicio que tiene es caminar en un pedazo de asfalto rodeado de altas paredes con más lemas felices como: "disfruta el pasto bajo tus pies". No hay ningún pasto.

Se le sigue negando acceso a una laptop y al software con el cual preparar su defensa en el caso de extradición. No se le permite llamar a su abogado en los Estados Unidos ni a su familia en Australia.

La mezquindad incesante de Belmarsh se pega como el sudor. Si te inclinas demasiado cerca de un prisionero un guardia te dice que te sientes derecho y te alejes. Si destapas tu taza de café un guardia te ordena que la tapes. Se te permite traer 10 libras esterlinas para gastar en un café manejado por voluntarios. "quisiera algo sano" me dijo Julian, quien devoró un sándwich.

Del otro lado del recinto, un prisionero y la mujer que lo visitaba tenían un altercado, podría llamarse "domestico". Un guardia intervino y el recluso le dijo que se "fuera al carajo".

Esa fue la señal para que entrara un pelotón de guardias, en su mayoría hombres y mujeres con sobre peso, ansiosos por golpearlo y arrojarlo al piso, luego llevárselo a rastras. Dejando atrás un aire de satisfacción violenta.

Inmediatamente los guardias nos gritaron que era hora de irse. Con las mujeres, los niños y las abuelas, comencé el largo viaje por el laberinto de áreas selladas, líneas amarillas y paradas biométricas hacia la puerta principal. Mientras salía de la sala de visitas, Julian estaba sentado solo, su puño cerrado levantado orgullosamente.



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Gustavo Corma


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