España: la política malsana

Por mi carácter, ocupo ese puesto en el teatro de la vida, desde donde se observa a las personas, a los políticos y los acontecimientos. Todo lo que he escrito lo ha sido para satisfacción propia. Por ello, aunque aprecio mucho a quien lo aprecia, me es indiferente el número de quienes lo aprecian. Es más, a veces, según la materia de que se trate, valoro más lo que escribo de manera inversamente proporcional al número: cuanto menos lo aplauden, más sensación tengo de haberme acercado más a la verdad, o por lo menos a lo más correcto...

En cualquier caso, hablando de políticos españoles, los políticos, todos, a diferencia del trabajador común, viven más del hablar que del hacer. El trabajo del trabajador común no es necesariamente físico ni penoso, pero sí material y se puede medir de varias maneras. Pero en todo caso (aunque no es esto lo que se computa precisamente en el mundo del trabajo), por el esmero en desempeñarlo o por las horas del esfuerzo dirigido a un fin concreto. El político (y naturalmente me refiero a los que llevan la voz cantante, no a los que están ahí de relleno), por el contrario, consume la mayor parte de su tarea hablando. Pero sólo una pequeñísima parte de su tiempo la emplea en deliberar y en realizar la acción política propiamente dicha que se traduce en medidas; unas veces en forma de propuesta y otras llevadas a la norma: leyes, decretos, circulares u ordenanzas municipales. Y sólo una parte más pequeña todavía de políticos habla con elocuencia. Se puede decir que en España, ya, ni hay oradores ni hay estadistas...

Buena parte de ese trabajo del político español que consiste en hablar, lo realiza en sus intervenciones no sólo en el parlamento de la nación o en los parlamentos locales, sino en sus apariciones en los medios de comunicación para explicar o contarnos las intenciones del partido. La educación cívica consiste en esto, en presenciar las peroratas de los políticos o saber de ellas a través del periodismo.

Pues bien, si el nivel de perspicacia del ciudano y de la ciudadana españoles subiera un peldaño, ambos tomarían la determinación de prestar sólo atención a los titulares de los medios de comunicación, ignorando los detalles del camino seguido por un avatar. Y no sólo eso, juzgaría exclusivamente a políticos y gobernantes no por lo que dicen y por lo que dicen que van a hacer, sino por lo que han hecho. Eso es lo único que tiene valor. Lo demás, lo que han dicho, lo que dicen, lo que han prometido y prometen no hace más que exasperar a los prudentes. Pues en España, casi es regla la costumbre de decir y desdecirse del político; de decir lo que se propone hacer, para luego olvidarlo y en cualquier caso incumplirlo. Y, en último término la costumbre de culpar de su fiasco al adversario.

Si la ciudadanía apenas escuchase a los políticos, si cerrase los oídos a sus monsergas, y esperase a conocer sus decisiones, no sé si los políticos lo harían mejor o peor, y tampoco sé si todos seríamos más felices. Pero de lo que estoy seguro es que no sufriríamos continuos desengaños y no nos intoxicarían, a menudo hasta envenenarnos...


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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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