Política exterior de Obama

La diplomacia esquizofrénica

Según la definición del Diccionario de la Real Academia Española, la diplomacia es la “Ciencia o conocimiento de los intereses y relaciones de unas naciones con otras.” o el “Servicio de los Estados en sus relaciones internacionales”, aunque también su cuarta acepción (coloquial) es “Habilidad, sagacidad y disimulo”. Ellas describen un sistema de relaciones entre naciones y un uso calificado de ellas.

Todas las culturas han utilizado la diplomacia como forma de relacionamiento entre estados, alternativa a la otra forma usual de relación que es la guerra. Los imperios han usado ambas formas, en algunos casos con la preponderancia de una de ellas, en otros alternándolas, o a través de varias combinaciones posibles.

Entre el Siglo XVIII y el XX el Imperio Inglés, si bien comenzó a ejercer el dominio sobre otras naciones a partir de la “política de las cañoneras” (ubicar navíos de guerra frente a las ciudades de otra nación, y obligarla a aceptar demandas bajo esa amenaza, o realizar el ataque militar directo), supo también desarrollar en forma especial la diplomacia, como una forma de lograr sus objetivos sin llegar a la lucha armada, obedeciendo un principio de dominación que ya los chinos habían establecido muchos siglos antes, en el Arte de la Guerra de Sun Tzu “…alcanzar cien victorias en cien batallas no es la suma de las habilidades. La suma de las habilidades es dominar sin lucha al enemigo”.i

Nuestra Latinoamérica conoció esta forma de dominio a través de la diplomacia ejercida por el Imperio Inglés en múltiples ocasiones durante el siglo XIX y hasta principios del XX. Dos ejemplos notorios son la creación del “estado tapón” del Uruguay en 1830, dónde la diplomacia de la Corona presionó a Buenos Aires y al Imperio Portugués para crear un estado que impidiera que la futura Argentina y el futuro Brasil tuvieran una frontera de tierra, posible fuente de conflictos que conspiraba directamente contra los intereses comerciales del imperio en la zona. El otro ejemplo es la Guerra de la Triple Alianza en 1865, cuando la diplomacia inglesa persuadió a los gobiernos de Argentina, Brasil y Uruguay (donde propició un golpe de estado para tener un gobierno complaciente a sus deseos), que formaran una alianza para atacar a Paraguay, único país en América del Sur con un grado de independencia y desarrollo industrial que representaba una competencia seria para los intereses británicos.

Cuando se produce la decadencia del Imperio Inglés y comienzan a surgir los Estados Unidos como nueva potencia imperial, los herederos no comparten las cualidades de sus antecesores. Sus primeras manifestaciones imperiales corren por cuenta del presidente William McKinley quien por inspiración divina ordenó la invasión a las Filipinas, la anexión final de Hawai y la guerra en Cuba provocada por el auto atentado al acorazado Maine y las campañas mediáticas de William Randolph Hearst. El siguiente presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt intensificó esta “política de las cañoneras” hasta convertirla en el “Big Stick” (Gran Garrote), comandando tropas de invasión en Cuba, enviando a su Gran Flota Blanca a circunnavegar el mundo como prueba del nuevo poderío militar de los EE.UU., terminando de separar a Panamá de Colombia para que su nación construyera el canal y actuando como intermediador para la finalización de la guerra ruso–japonesa. Así, los Estados Unidos se consolidan como imperio a partir de su poderío militar y el uso de la fuerza, ya desde el principio la diplomacia no será su fuerte.

Sin embargo, en la medida que transcurría el siglo XX y los EEUU se iban perfilando como una superpotencia que incidiría directamente en los destinos del mundo, fueron desarrollando una cierta diplomacia que constituyó una base para sus políticas injerencistas más allá de las intervenciones militares directas. La cadena de embajadas estadounidenses que cubrían el mundo fueron los espacios desde donde se ejerció una “diplomacia encubierta” para conspirar, presionar, intervenir y defender los intereses imperiales.

Nuestra América Latina (así como el resto del mundo) sufrió sobre todo durante la segunda mitad del siglo XX las consecuencias de esa diplomacia cuyo ejemplo más feroz fue la cadena de dictaduras militares promovidas en los años 70, gracias a la política inspirada por Henry Kissinger y la “Teoría del Dominó”. Igualmente, luego de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos debieron consolidar un sistema diplomático que les permitiera mantener las relaciones globales de poder con el resto de las naciones.

Una de las características de esta diplomacia norteamericana consiste en que las políticas exteriores no son conducidas por profesionales de las relaciones internacionales, tal como lo fueran en el Imperio Inglés, o como hasta hoy lo sigue haciendo Brasil a través de Itamaraty. El peso de la diplomacia estadounidense se ha centrado siempre en la acción directa del Presidente, quien si bien tiene asesores en política internacional, es quien realmente maneja las relaciones internacionales y cuyas decisiones están directamente condicionadas por su propia personalidad. De esa manera, fue John Kennedy quien determinó el resultado de la crisis de los proyectiles de 1962, fue Ronald Reagan quien decidió la política antisoviética y la definición de “eje del mal” que marcaron las acciones internacionales estadounidenses en su período, y hoy parece ser la decisión (o la indecisión) de Barak Obama quien está determinando su política exterior y su conducción de la diplomacia.

Las distintas caras del fracaso

Sin colocarnos en apocalípticos, el análisis parece mostrar que estamos en un período de fuerte declinación del poder imperial de los Estados Unidos. Ello no solo se está reflejando en la incapacidad para enfrentar una crisis interna que va mucho más allá de lo económico y que continúa acentuándose, sino en la paulatina pérdida de poder en el mundo. Se ha venido mostrando también en la sucesiva serie de fracasos de sus acciones militares. El estancamiento y empantanamiento que no han sido capaces de resolver en sus dos últimas campañas en Irak y Afganistán es el mejor ejemplo. A pesar de ser la mayor potencia militar mundial (sus gastos en armamentos son mayores que los sumados del resto de los países del mundo) y de utilizar la aparentemente más adelantada tecnología en esos recursos, los resultados finales son cada vez más pobres, más parecidos al fracaso que al éxito. Pareciera como si su poderío militar estuviera sufriendo un “efecto dinosaurio”. Su gran tamaño lo viene haciendo ineficaz, ya que entre otros factores, la crisis económica genera grandes problemas de mantenimiento de infraestructuras, personal y equipos (hemos visto algunos estudios mostrando como el Estado no tiene la capacidad económica ni siquiera para pagar la comida y alojamiento de las tropas de ocupación). Por eso en Libia la política exterior estadounidense logró que fueran otros (la OTAN) quienes pagaran el costo de los 78.000 bombardeos realizados.

Al fracaso militar se viene agregando en los últimos tiempos el fracaso diplomático. Todo lo sucedido a través de los casos de Whikileaks, Edward Snowden y Bradley Manning es muestra de ello. En el primer caso la influencia de la Casa Blanca logró que el gobierno complaciente de David Cameron, violando todos los convenios diplomáticos vigentes no otorgara el salvoconducto a Julián Assange y lo mantuviera cautivo en la embajada de Ecuador en Londres, a costa de sufrir el rechazo global. En el último caso un jurado militar condenó al soldado que filtró las informaciones a una condena que por la presión popular fue cambiando desde la pena de muerte hasta una sentencia a varias décadas de cárcel. Pero el fracaso más notorio y evidente fue el caso Snowden. A pesar de las vociferantes amenazas de la Casa Blanca y distintos voceros de otras instancias de poder estadounidense –tanto genéricas hacia cualquier país que se atreviera a dar asilo al fugitivo, como específicas a Rusia para que lo entregara y no le concediera asilo– tres países latinoamericanos otorgaron el asilo y Rusia le otorgó un asilo provisional por un año. De nada sirvieron los desplantes y amenazas, los resultados fueron absolutamente contrarios a los deseos estadounidenses.

Finalmente, el pretexto de las armas químicas y la decisión de Obama de realizar un ataque militar a Siria provocaron tan grandes reacciones en contra, que ese ataque se encuentra hoy paralizado. Tanto la opinión pública norteamericana como la mundial fueron absolutamente opuestas al ataque. Obama pidió la opinión del Congreso y fue descubriendo que era muy probable que recibiera una votación contraria. Y mientras tanto, Rusia se irguió como un obstáculo aparentemente insalvable, poniendo todo el peso de su diplomacia y advirtiendo que apoyaría a Siria en caso de que fuera atacada (sin aval del Consejo de Seguridad de la ONU como proponía Obama) y que no creía las afirmaciones de Obama y su Secretario de Estado de que tenían pruebas que el gobierno sirio había utilizado armas químicas, pero que esas eran pruebas de inteligencia que no podían hacerse públicas. El resultado final a la fecha es que después de idas y vueltas se ha postergado la discusión en el Congreso, se ha postergado la reunión del Consejo de Seguridad, y todo está en manos de la propuesta rusa (a la cual se ha plegado Bashar Al Assad) de que el gobierno sirio permita la inspección y destrucción de su arsenal de armas químicas, propuesta por la cual se han reunido los encargados de relaciones exteriores de EEUU y Rusia y que han llegado a un cronograma u hoja de ruta que llega por lo menos hasta noviembre.

La diplomacia esquizofrénica

Durante todos estos sucesos, las respuestas y acciones de la Casa Blanca, sobre todo a través del propio presidente Obama o de John Kerry han sido absolutamente contradictorias o incoherentes, bordeando el surrealismo. Toda lo vociferación y amenazas del caso Snowden se silencian repentinamente con un mínima declaración de “decepción frente a la resolución de Rusia”. El inminente ataque que primero se intenta justificar explicando que no implicará tropas estadounidenses en territorio sirio, o que su altísimo costo de producirse con misiles de crucero sería pagado por los países petroleros árabes aliados de EEUU, se va postergando, primero por la votación en el congreso, después a la espera de los resultados de la iniciativa diplomática rusa. Pero eso sí, mientras tanto se sigue amenazando con que su realización no está descartada y es la única garantía de que la negociación sea cumplida. Todo un espectáculo tipo Hollywood de idas y venidas.

La última vuelta de tuerca de esta comedia de equivocaciones la realiza la Casa Blanca, prohibiendo el sobrevuelo sobre territorio de Puerto Rico del avión del presidente Nicolás Maduro en su viaje a China. Pareciera que la prohibición de sobrevuelo de aviones presidenciales fuera un nuevo recurso descubierto por los países centrales como represalia, al no estar en capacidad de ejercer otras formas de poder.

De la misma forma que lo hicieran los países europeos que prohibieron el sobrevuelo del avión del presidente Evo Morales bajo la sospecha que podía estar sacando de Moscú a Snowden, los Estados Unidos debieron autorizar posteriormente el sobrevuelo que en primer término habían prohibido. Hasta que esto se escribe no han dado las disculpas que los países europeos tuvieron que solicitar al gobierno de Bolivia. Es posible que las inmediatas reacciones a nivel internacional hayan sido una poderosa razón para cambiar rápidamente de parecer (ya Evo Morales estaba solicitando declaraciones de condena del ALBA, UNASUR y CELAC).

Lo cierto es que todo este panorama conforma un escenario de contradicciones, incoherencias, marchas y contramarchas en la política exterior de EEUU y su diplomacia, que dejan a la vista una verdadera pérdida de influencia política (y de poder) a nivel internacional.

El elefante en la cristalería

Sin embargo aunque pareciera que desde este lado esto nos pudiera producir satisfacción, las cosas no son tan así. Como decía Víctor López en un Foro sobre Siriaii en el que estuvimos presentes: “Esta bien que los Estados Unidos se derrumben, pero es necesario que lo hagan correctamente.” El gran poder militar sigue estando presente. Los fracasos continuados, sobre todo cuando le suceden a quienes están mostrando un alto grado de incapacidad e ineficiencia, pueden llevar rápidamente a la desesperación (algo que ya se percibiera en parte con el caso Snowden) y los botones a apretar para desatar el holocausto siguen estando en manos de quienes viene fracasando sistemáticamente. Podemos llegar fácilmente al efecto del elefante en la cristalería. La posibilidad de que la barbarie total tome las riendas de los sucesos mundiales esta allí, cada vez más probable en la medida que el proceso de pérdida de poder y los fracasos diplomáticos sigan acumulándose y produzcan una pérdida de control. Los neoconservadores que están manejando las riendas del gobierno de los Estados Unidos no se caracterizan precisamente por su prudencia o cordura. Seguimos todos bajo la amenaza de que los locos aprieten el gatillo.

i El arte de la guerra, Sun Tzu, Panamericana Editorial, 2002, Bogotá, pág.118

ii Siria: el núcleo del reacomodo geopolítico mundial, COTRAIN, Caracas, 20-09-13

 



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Miguel Ángel Guaglianone Rodríguez


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