Chile, elecciones 2014: ¿la Historia vuelve a repetirse?

Más allá de los discursos, promesas y debates, ¿qué se está tejiendo en bambalinas entre Alianza y Concertación? Patrones y mayordomos, primos hermanos en la familia neoliberal, ¿confían en poder engañar una vez más a la ciudadanía y al electorado para mantener enhiesto el actual sistema predador?

Arturo Alejandro Muñoz

EN POLÍTICA, las fantasías siempre son dañinas y generalmente terminan socavando los cimientos ideológicos de quienes las ensueñan. Ha ocurrido ello tantas veces que por la extrema abundancia de sus ejemplos pareciera ser materia de fácil olvido, al grado incluso de ser considerársele una especie de reliquia de museo.

Veamos lo que acaece en el presente. Chile parece debatirse entre la espada (Alianza) y la pared (Concertación)… pero, una pared electrificada, que otorga cero garantías a quien se apoye en ella buscando soporte o refugio. Veinte años estuvo ese bloque político a cargo de la administración del país y los resultados no satisficieron a las mayorías ciudadanas, pues ellas le volvieron la espalda y sufragaron encandiladas por aquel derechista canto de sirena que fraseaba: “el cambio, el cambio, el cambio”, aunque sin especificar nada al respecto.

Seamos claros en estas cuestiones. La “alegría” nunca llegó… y el mentado ‘cambio’ tampoco se produjo. Ambos fueron un escandaloso revoloteo de aves y voladero de plumas en el gallinero político sin que ocurriera nada trascendente, nada verdaderamente favorable para las mayorías de nuestra sociedad civil. Pero, el aleteo de plumíferos, el cacareo y revoloteo de pajarracos dentro de la gran jaula que es nuestro escenario político actual, hicieron caer en la trampa a millones de chilenos que creyeron (y muchos siguen creyéndolo) cuán esforzada era la pandilla de parlamentarios y politiqueros “dedicados a legislar en beneficio del país y su gente” (llegado a este punto, amigo lector, puede usted jajajearse a voluntad), ya que en estricto rigor lo anterior no era más que la aplicación de la máxima gatopardista que reza: “todo debe cambiar, para que todo siga igual”. Gracias, Tomasi di Lampedusa.

Hoy, uno de los socios de este “gatopardo chilensis” –la Alianza o Coalición por ‘el cambio’- se resiste a aceptar el mandato desglosado de la soberanía popular si la orden es abandonar La Moneda, y por cierto, entregar la férula a quien el pueblo haya designado como representante suyo en los próximos cuatro años. Tal vez, después de todo, a esa derecha dura no le moleste tanto perder la presidencia de la república como sí le preocupa, por ejemplo, dejar escapar de sus manos el poder que aún le otorga el ‘derecho a veto’ en el Congreso (o los quórum), mediante el cual puede abortar cualquier proyecto de ley que huela a justicia social, a derechos laborales, a independencia verdadera, a democracia real.

Dicho de manera asertiva y directa, lo mencionado en líneas anteriores muestra, precisamente, qué es lo que tiene nerviosos, estresados -e incluso fuera de sí-, a muchos dirigentes del gobierno, de la UDI y de RN, quienes apuestan ahora todas sus fichas a la elección parlamentaria, ya que es en aquel escenario donde se jugará el balance o desbalance del poder político. Algunos relevantes líderes de esas colectividades, en conversaciones sotto voce, reconocen tener perdida la batalla presidencial puesto que –hasta este momento- la distancia obtenida por Michelle Bachelet resulta inalcanzable tanto para Longueira como para Allamand. Por ello, la verdadera batalla se circunscribiría a las parlamentarias, y en menor medida y tono a los Cores (Consejeros regionales), ya que el hecho de que la Concertación obtenga un punto por sobre los 3/5, para la derecha significaría, simple y llanamente, ser apachurrada por una aplanadora que podría actuar (eso es lo que teme la mesa central de la UDI) sin contemplación alguna en el Congreso. De ocurrir tal posibilidad, los parlamentarios derechistas serían simples gomeros o filodendros adornando las salas de sesiones durante los próximos cuatro años, puesto que el imperio de la legislación quedaría totalmente en manos del nuevo oficialismo.

Cabe también la posibilidad (puesto que ya ocurrió lo mismo hace algunos años) que la Concertación, ante un escenario de total triunfo, sienta temor de contar con mayoría absoluta en el Parlamento, pues ello la obligaría a efectuar los cambios que ha venido propalando en las campañas de sus candidatos, cambios que sólo pregonan pero jamás concretan. Así, entonces, el conglomerado que encabeza Bachelet podría optar por volver a negociar con la derecha una salida que sea beneficiosa para ambos bloques, pero que, también, contenga el suficiente alcohol para marear a la ciudadanía y engañarla de nuevo, tal como ambas coaliciones lo hicieron durante dos décadas.

Y esto no es un despropósito ni un imposible, ya que a escasos meses de los comicios, la Concertación (o ‘Nueva mayoría’) ve con ojos de absoluta preocupación (y me refiero a preocupación ante la probabilidad de tener que cambiar muchas partes del sistema neoliberal) cómo el antiguo y soberbio lenguajeo de la Alianza se vino abajo con extrema facilidad. ¿No aseguraron Piñera y los suyos, el año 2010, que la derecha gobernaría sin contrapeso los próximos 12 años? Establecieron un cifra magra, es verdad, pues 12 años no es mucho lapso como para preocupar al adversario, pero “a fuerza de confirmación se impone la razón”, y los fríos números (así como los sólidos hechos) negaron tal razón ya que fueron esculpiendo una mala prognosis en la piel de los simpatizantes y adherentes del neoliberalismo salvaje, pues no bien transcurrió el primer año de gobierno de Sebastián Piñera las encuestas marcaron un claro descenso, mismo que hoy mantiene al Presidente de la República y a su administración con guarismos nada halagüeños para quienes –pertenecientes también a tiendas del oficialismo- pretenden continuar la labor realizada por las actuales autoridades conservadoras.

De ese modo, los ensoñados ’12 años’ se transformarán en un breve paréntesis de cuatro años, y lo que pareciera ser aún más desencantador para la derecha, es que la sociedad civil, en su mayoría, podría apoyar sin ambages los cambios que de seguro serán exigidos a partir del año 2014, y que el inmovilismo tan propio de la Alianza no podrá evitar si pierde su “derecho a veto” en el Parlamento, lo cual pone a la Concertación ante una disyuntiva que evidentemente no desea: hacer los cambios o traicionar de nuevo a la gente para seguir afirmando el sistema. . He ahí el quid del asunto. Muchos dirigentes aliancistas –en especial si son empresarios- mantienen una razonable cuota de fe en cuanto al verdadero comportamiento que en materia económica tendría esta renacida Concertación si debiese administrar una vez más el país desde La Moneda.

Esa cuota de fe se asienta en hechos concretos como, por ejemplo, analizar lo que se obtiene al desmenuzar las verdaderas ideologías y comportamientos de los precandidatos concertacionistas, ya que tal observación entregará un resultado final que es, objetivamente hablando, positivo para la derecha y sus intereses, pues, ¿no ha dicho Pablo Longueira que el ex ministro de Bachelet, Andrés Velasco, está ‘en el bando equivocado’? ¿Y qué piensan, honestamente, los dirigentes de RN respecto de Claudio Orrego? Me atrevo a barruntar que también ruegan a Dios para que el hijo del ya fallecido -sedicioso y golpista- Claudio Orrego padre, alcance la primera magistratura de la nación.

Tal vez lo que a continuación escribo como presunción, no sea exactamente espejo de nada, pero hace fuerza en mi conciencia y sigo creyendo que es un indicador válido respecto de las verdaderas intenciones políticas. Hasta este momento (junio de 2014), ninguno de los precandidatos del duopolio ha expresado con firmeza y fuerza cuál será su programa internacional en cuanto al latino-americanismo y la participación de Chile en organizaciones propias de la autonomía e identidad de nuestro subcontinente. Por el contrario, sólo he escuchado menciones a la “Alianza del Pacífico”, una especie de nueva “Alianza para el Progreso” emanada desde Washington con el único propósito de desacreditar (y en lo posible desbancar) a las organizaciones creadas estos últimos años por naciones como Venezuela, Ecuador, Argentina, Bolivia y Brasil. Soy tozudo en estas materias, y por ello sigo apostando a que en ese terreno (en el internacional) se puede precisar casi sin error la verdadera intención de un gobierno, un partido o un político. Y ya vemos cómo y cuánto se han asociado Concertación y Alianza para omitir casi totalmente referencias a estos trascendentales asuntos.

Por eso escribí al iniciar estas líneas que “Chile parece debatirse entre la espada (Alianza) y la pared (Concertación)… pero, una pared electrificada, que otorga cero garantías a quien se apoye en ella buscando soporte o refugio”. Lo concreto, es que en el duopolio unos y otros intentan prolongar la agonía del chileno medio, evitar a como de lugar la estructuración de una nueva Constitución Política, solidificar legalmente la usura, el lucro y la avaricia de las mega empresas incrementando la venta del país a manos privadas, exprimir a los ciudadanos hasta que estos queden secos como higos, y muy principalmente, mantener a la población asfixiada por deudas que se prolongarán hasta una tercera generación… todo ello en nombre de Dios, la ‘patria’ y la democracia, lo que equivale a decir: EEUU, el FMI y Casa Piedra, respectivamente.

¿Eso es lo que se está tejiendo tras bambalinas, a espaldas de la gente, y que está destinado a calmar los ánimos de nuestra siempre sediciosa, golpista y clasista derecha? La duda es más que razonable.
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Arturo Alejandro Muñoz


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