Vergación: cometió un crimen-pagó cárcel y salió heroína

 Definitivamente, existen en el planeta Tierra dos mundos: el de los imperialistas y el del resto del planeta, el que sufre de las peores atrocidades cometidas por el primero. El imperialismo descuida su moralismo en la misma proporción que cuida sus intereses económicos. Sin embargo, es más veces Celestina que Melibea. 

 El gran Tribunal de la administración de “justicia” divina, terrenal e inequívoca tiene su aposento en Estados Unidos. En nombre de Dios, de la virgen María, de la ley, de la democracia, de la libertad y de los más sagrados derechos del ser humano juzga y sentencia a todo quien le convenga sea llevado a sentarse en el banquillo de los acusados. De esa manera juzga y condena a tirios y troyanos, a inocentes como a culpables. No pocas veces, éstos terminan siendo beneficiados y aquellos los perjudicados. Otras veces, rechaza con virulencia que sea ejecutada la pena capital en otro país mientras que en Estados Unidos se aplica con extrema y severa cotidianidad. Tres cuartos de Diablo y un cuarto de Santo.

La nación que es más reconocida, por su propio Estado y otros Estados epígonos, como el símbolo más perfecto de la administración de justicia (Estados Unidos) es donde se producen los hechos más inverosímiles y los rostros inhumanos más tenebrosos del planeta. El imperialismo estadounidense ha hecho tantas guerras injustas, ha cometido tantos crímenes de lesa humanidad, que ha creado toda una teoría de la degeneración y una degeneración de la teoría convirtiendo su territorio en escenario de delitos monstruosos que desdicen de su democracia y de su tan cacareada administración de sana y correcta justicia jurídica. Le aplican la pena de muerte a inocentes de haber cometido delitos (recuérdese a Sacco y Vanzetti), a luchadores sociales por defender los derechos de los trabajadores (recuérdese los héroes de la jornada de Chicago en 1886) como absuelven a terroristas criminales (recuérdese a Orlando Bosch y Posada Carriles). Se pagan y se dan el vuelto sin que nadie les audite sus tropelías jurídicas.

 Pero, aunque nos duela reconocerlo, en las atrocidades –de todo género- que comete el imperialismo- hay que decir que gran parte del pueblo estadounidense tiene culpabilidad en las mismas. Cuando un pueblo se acostumbra a votar en elecciones por uno de los dos partidos que han demostrado son los principales responsables de la mayor cantidad de atrocidades que se cometen en el planeta, hay culpabilidad de ese pueblo. De lo contrario buscarían otra forma de gobierno donde no tengan cabida ninguno de esos dos partidos políticos como el Republicano y el Demócrata.

 Les narro el siguiente caso: la señora Betty Smithey en su juventud –a los 20 años en concreto- cometió el terrible, tenebroso y sombrío crimen de estrangular a un niño a sangre fría. Por eso fue a la cárcel y pagó 49 años de su vida por su crimen abominable e injustificable. No sé si la señora Betty Smithey se arrepintió de su crimen, si le dolió en su alma haberlo cometido. Eso –realmente- no importa, porque no existe fórmula –ni siquiera mágica o divina- de reparar un crimen de esa naturaleza. Respetando a los que creen en la resurrección, la vida es una que comienza y termina en la Tierra. Lo demás son cuentos de camino. No hay que buscarle sucedáneo a la vida en otros mundos del más allá o más acá de la Tierra. Por lo demás, no podría creer que Dios –de existir- fuese capaz de resucitar a la asesina y no al asesinado que murió siendo inocente y la señora Betty Smithey le negó su derecho a la vida.

No conozco ni nada tengo contra la señora Betty Smithey y realmente no sabía ni que había cometido ese crimen ni estaba en la cárcel pagando por su cruel delito. Lo cierto es que el caso de la señora C fue estudiado y analizado por las autoridades a quienes les compete determinar si debe o no continuar purgando condena en una cárcel de Estados Unidos. Se llegó a la conclusión que ya 49 años habían sido suficientes de castigo, por lo cual merecía la libertad. Nada objeto a eso.

Lo que me llamó la atención fue lo que a continuación describo y que me parece irrespeto de la gente a la memoria del niño asesinado y un aplauso al crimen. Cuando la señora Betty Smithey salió de una cárcel de Arizona, con sus 69 años a cuesta y apoyándose en un bastón, y caminaba a pasos lentos era recibida con aplausos y vítores por un grupo de personas que –se supone- la admiran. Lo que creen los que la vitorearon y aplaudieron es que a la conciencia del mundo le pasa desapercibido que la Betty Smithey no es heroína ni fue víctima de la injusticia. No, ella fue victimaria de un bebé que merecía vivir y ella le mutiló esa posibilidad y de una manera muy cruel, porque el niño no estaba es capacidad alguna de defenderse. La Betty Smithey, mientras caminaba y recibía aplausos y vítores, se reía como si hubiese salido victoriosa en un combate donde defendió a su pueblo de los impostores que quisieron colonizarlo.

Por cierto, que la madre del bebé estrangulado -Emma Simmons- en 1983 le envió una carta a la señora Betty Smithey notificándole que la perdonaba, lo cual hizo –desde entonces- que la asesina no se sintiera “monstruo” y fue, entonces, cuando decidió hacerse una persona mejor. El bebé asesinado no estaba para opinar. Nadie lo ha resucitado. Ojalá, la señora Betty Smithey, dedique sus últimos días a dictar conferencias que eduquen a los adultos en la necesidad de no producir, jamás, ningún maltrato a los seres humanos y, especialmente, a los niños que son la esperanza y la dicha de hilar el presente con el porvenir y, además, son inocentes y no culpables de los malos actos que cometen los adultos.

 ¿Entienden, ahora, por qué creo que gran parte del pueblo estadounidense es culpable de las atrocidades que comete el imperialismo en el mundo? ¿Acaso la señora Betty Smithey no ha sido el producto descompuesto de un régimen que comete mucho más injusticias que justicias?



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Freddy Yépez


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