Serenidad, desapego y pragmatismo

En un sistema de administración eficiente no todo debe quedar en manos de una sola persona, ni siquiera todo tiene que pasar por ella. De ser así, un problema elemental de congestión se presenta, y la gestión forzosamente colapsa. Un presidente, un líder, un conductor, un capitán o comandante es obviamente una pieza necesaria, pero también lo es un brazo, una pierna, o las diversas extremidades que deben conformar la estructura de un cuerpo vivo entero, al cual el estatal está condenado, como veremos, a imitar.

En un cuerpo biológico, por ejemplo el humano, la especialización funcional de cada una de las partes que lo integran supone una acción directa e independiente de las mismas en la vida diaria. Luego, es en la efectividad de tal delegación de funciones que el cuerpo entero encuentra su propia aptitud o capacidad para la vida.

Ahora, ¿tenemos un mejor modelo en cual basar nuestras creaciones que el cuerpo mismo o la naturaleza misma? Evidentemente no.

Como los seres vivos constituyen el mejor ejemplo que existe para la realización de ésta, el Estado debe, pues, en tanto que responsable "vital" de un país (o lo equivalente a su cerebro), emular al máximo la estructura esencial de los cuerpos vivos. Él mismo no puede ser otra cosa que la expresión social, colectiva, del individuo, es decir, la representación o proyección de éste a escala multitudinaria.

(A propósito, dicha proyección es —por estar basada en lo «común» entre individuos— de naturaleza «comunista».)

Así tenemos, pues, que en la delegación radica la eficacia, y que de la eficacia depende la vida misma. La salvación de un cuerpo, de un individuo. Lo mismo corresponde, por extensión, al Estado y al pueblo al cual representa.

Pero en un Estado donde todo o prácticamente todo tiene que pasar por su jefe, las posiblidades de sobrevivencia se encuentran —por muy capacitado y genial que dicho líder sea— reducidas automáticamente a un mínimo. Es una cuestión material. Una condición inmanente de la vida, a cualquier escala de magnitud.

El gran poder de convocatoria que pueda tener eventualmente un líder no es en absoluto suficiente para el éxito de su gestión administrativa, incluso es contraproducente que el pueblo deposite demasiadas esperanzas en un jefe: imitar las estructuras esenciales para la vida y satisfacer las necesidades de ésta no es nada fácil: más bien sobrehumano.


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Xavier Padilla


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