El Socialismo burgués o la negación de la revolución

Luego de 160 años de haberse publicado el Manifiesto del Partido Comunista escrito por Karl Marx y Federico Engels, sus ecos nos obligan a reflexionar sobre la realidad impuesta por la sociedad capitalista, con unas características que, quizás, aquellos no llegaran a imaginarse siquiera, pero que -de algún modo- conservan la misma esencia depredadora del capitalismo de la segunda mitad del siglo XIX. En todo este largo transcurrir, el mismo capitalismo ha evolucionado, sin perder sus características esenciales hasta desembocar en la actual situación de crisis mundial que padece hoy y que amenaza el futuro general de la humanidad. Durante este tiempo, los trabajadores y pueblos sojuzgados por el capitalismo han ejercido todo tipo de lucha, viéndose arrastrados algunas veces por la demagogia y el oportunismo de dirigentes reformistas que han desviado y abortado los procesos revolucionarios en los cuales se han involucrado, frustrando las expectativas de cambio revolucionaria de las amplias mayorías.

Es así como nacen corrientes políticas, escindidas la mayoría de las veces de los movimientos revolucionarios, que postulan líneas de acompañamiento o de convivencia con los sectores conservadores, bajo la falsa esperanza de que todo el orden establecido evolucionará con la adopción de medidas socio-económicas que palien la situación de desarraigo y de explotación que sufren las masas empobrecidas, siendo el socialismo burgués la más conocida de ellas, aunque nunca se reconozca como tal. Con estas soluciones parciales, el socialismo burgués pretende mejorar las condiciones generadas por las injusticias sociales que caracterizan, muy a su pesar, al sistema capitalista en todo el planeta. De este modo, busca garantizar la subsistencia de la sociedad burguesa y jamás su total erradicación por un orden más justo y socialista. En ello coincide con los filántropos y sociedades de beneficencia (clerical o empresarial) que realizan donativos a los pobres en navidad u otras épocas del año, pero ignorando las causas estructurales de la pobreza, como descargando la conciencia y mantener ilusionados a éstos.

En palabras de Federico Engels, “los burgueses socialistas considerarían ideales las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que encierran. Su ideal es la sociedad existente, depurada de los elementos que la corroen y revolucionan: la burguesía sin el proletariado. Es natural que la burguesía se represente el mundo en que gobierna como el mejor de los mundos posibles. El socialismo burgués eleva esta idea consoladora a sistema o semisistema. Y al invitar al proletariado a que lo realice, tomando posesión de la nueva Jerusalén, lo que en realidad exige de él es que se avenga para siempre al actual sistema de sociedad, pero desterrando la deplorable idea que de él se forma”. Es, en todo sentido, una completa negación de la revolución socialista, ya que los burgueses socialistas, según Engels, “no tocan para nada a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sólo -en el mejor de los casos- para abaratar a la burguesía las costas de su reinado y sanearle el presupuesto. Este socialismo burgués a que nos referimos, sólo encuentra expresión adecuada allí donde se convierte en mera figura retórica”.

Esto ocurre cuando los trabajadores y, en general, los sectores populares confían en el liderazgo “desinteresado” de quienes asumen el socialismo como fachada y no como proyecto de vida y de redención social, haciendo del mismo mera caricatura para obtener y conservar sus privilegios antisociales, por encima del interés colectivo. Por ello mismo, tal “socialismo” enfrenta a quienes auspician el verdadero socialismo revolucionario, ya que ven en éstos una seria amenaza a sus intereses (individuales y grupales) al propiciarse el ejercicio soberano de la democracia participativa y protagónica a manos del pueblo. Esto obliga a los revolucionarios a reformular su estrategia y tácticas de lucha revolucionaria, de manera que la correlación de fuerzas sea, finalmente, favorable a la revolución y no al reformismo, como ya ha ocurrido (y ocurre) en muchas partes del mundo.-


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Homar Garcés


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