Betancourt, la soledad de un mito (II)

En escrito anterior* me referí a cómo el centenario del nacimiento de Rómulo Betancourt fue recordado apenas en referencias mediáticas y actos selectivos, por personas de su entorno político directamente ligadas a él o convertidas en neopartidarias, con mínima presencia de pueblo y juventud, es decir, añado hoy, sin la materia prima necesaria para asegurarle una memoria histórica distinta a la de los académicos, profesionales o especialistas del futuro; y opiné que ello es debido a que vivió al revés, enseñando (para consumo de las multitudes) imagen de revolucionario, demócrata y patriota “intransigente” e imprimiendo sobre la realidad (para insertarse en el complejo de poder dominante) una conducta exactamente opuesta a todo eso. Desde luego, revisé algunos de los hechos y palabras que dan soporte de acero a tal afirmación y prometí proseguir.

Según Simón Sáez Mérida, quien lo conoció desde muy cerca en momentos definidores, era un “as de la simulación y el doble discurso”, y según Moisés Moleiro, quien desde la Juventud de AD tuvo posibilidad más o menos equivalente a la mía para calibrarlo, su discurso era triple: uno para el pueblo, otro para los cuadros y la militancia y un tercero para los dueños y subdueños de la riqueza y las palancas de mando. Mi experiencia personal me hace asumir todas y cada una de las sílabas de esas apreciaciones. El tercer discurso era el que siempre correspondía a la actuación, mientras que para los otros había explicaciones de diferimiento por razones de “astucia” y promesas de que pronto habría las condiciones propicias para su realización.

Se jactaba, considerándolo como centro o meollo de su liderazgo, de algo que llamaba “vocación de poder”, y en su capacidad para adquirir y mantener éste sus partidarios confiaban hasta el punto de encumbrarlo por encima de los demás dirigentes del país y de afuera. Algunos aprovechados lo han colocado, sin atragantarse, casi al lado del Libertador. Pero, aparte de que en 1948 cedió el gobierno sin disparar un tiro, lo que de verdad logró en nombre de su “vocación” fue una ficción de poder, mediante el simple expediente de acunarse en brazos de los dueños del mismo y hacerse más papista que el papa. El poder, para un declarado propósito de transformar la sociedad, librándola, por lo menos, de semifeudalismo y mediatización neocolonial (y antes, incluso, de explotación social), no podía ser otro que el emanado del pueblo consciente y organizado para acometer realmente la transformación, y eso no fue lo de él. Por ello la Revolución Cubana y su líder le produjeron conmoción y odio profundos, pues revelaban la desnudez del rey y la mendacidad de sus explicaciones de “diferimiento” (algo parecido, por cierto, a lo que sus deudos sienten hoy por Chávez y la Revolución Bolivariana).

Dentro de esa tesitura del “poder” sus panegiristas le abonan la facultad de subordinar a los militares y ser su jefe indiscutible. Obviando de nuevo el ’48 y la cantidad de levantamientos de todo signo que contra él se produjeron en su segundo mandato, queda de nuevo el asunto de que esa “subordinación” nace, como lo demás, de haber asumido a plenitud las posiciones castrenses, las de derecha, por supuesto (habiendo llegado a la monstruosidad de colocar el Código de Justicia Militar por sobre la Constitución), amén de haber demostrado a cabalidad su anticomunismo y proyanquismo. Aparte de que lo suyo era, no se hagan, subjefatura, pues la jefatura sin condiciones moraba en el Pentágono y se ejercía a través de la Misión USA incrustada en Mindefensa. Y cerremos ya, sin que nada se haya agotado.

La soledad en el centenario de Betancourt es la misma del partido y de la “democracia” que creó. Tienen éstos la marca de ese Midas de la simulación, capaz de convertir en mentira cuanto sus manos tocaban, y por ello, como lo ha sentenciado nuestro pueblo, no volverán. Para la piedad queda la sentencia bíblica: que los muertos entierren a sus muertos.


* http://www.aporrea.org/actualidad/a52070.html
freddyjmelo@yahoo.es


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Freddy J. Melo


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