Hay una tendencia clara, entre los voceros del sistema, de hacer propaganda sobre lo que ellos llaman democracia, probablemente para distanciarse de los situados al margen. Debería aclararse que, cuando hablan de democracia, se refieren a la democracia representativa o democracia al uso, puesto que la democracia real ni ha existido ni tiene ninguna posibilidad de existir en este tiempo. En cuanto a la primera, exhibida como baluarte del progreso político, se encuentra decaída, al extremo de que ha pasado a ser un nombre a utilizar para tapar el autoritarismo que va ganando terreno a nivel global, incluso en los países que presumen de progresistas.
Dicho esto, conviene señalar que la democracia representativa, tras un tiempo de animado viaje, se ha confirmado lo que se adelantaba en otro momento, su llegada a puerto. Claro está que esto parece no haber sentado bien a los guardianes de la moral del dinero y a los vigilantes de la buena marcha de la propaganda del sistema. Conforme a la doctrina de la sinarquía, apuntar que la democracia al uso solo sirve como eslogan publicitario no viene bien para el negocio, porque fractura una creencia que ayuda a vender, por eso sus peones mediáticos ejercen la función de censores, camuflada en lo posible, para evitar que los creyentes no se paren a pensar y descubran que solo se permite explayarse dentro del marco de los dogmas de fe. La democracia de la representación —sin representación—, cada día se aleja más de la realidad del panorama político, no solo porque la muchedumbre, según las elites, no está preparada para tomar las riendas de su propio destino, sino también por el avance incontrolado del personalismo autoritario. Hoy, manipulada desde todos los frentes, enferma de consumismo y espectáculo virtual continuado, la democracia al uso subsiste tan debilitada que incluso en su papel apenas se la reconoce.
Definitivamente, la llamada democracia representativa ha tocado puerto, lo hace tan dañada que el barco ya no puede navegar, pasando a ser un elemento más de la propaganda política avanzada, una especie de monumento virtual utilizable a conveniencia de los intereses de mercado y garante de la legitimidad de los gobernantes. Ya no tiene soporte en la pluralidad ideológica. Asociada al Derecho, en interés de la estabilidad del sistema, la apariencia juega su papel. En cuanto al proceso de representación popular a través de su modelo político es pura falacia. Respecto al voto reglado para elegir al personaje previamente seleccionado por el partido. está sujeto a la destreza en el manejo de las masas a través de la propaganda política, en colaboración con la publicidad mediática. Por lo que de ella solamente queda en pie el formalismo del nombre y un procedimiento electivo anclado, como otro partícipe más, en el espectáculo generalizado.
Con la finalidad solapada de uniformar a las gentes, hablando de pluralidad en apariencia, ideológicamente se las orienta en una sola dirección, representada por la doctrina dominante. No obstante, se dejan en pie las distintas siglas ideológicas, que solo son etiquetas, mientras la coincidencia en el fondo empieza a ser clara, ya que si bien unas y otras teorizan en torno a sus principios, acaban coincidiendo en el mercado. En definitiva, las ideologías son manipuladas por el peso del dinero. Utilizadas como elemento de atracción de las distintas voluntades presentes en cualquier país, son acondicionadas para formar parte del espectáculo respetando su sello de identidad. Lo que aportan para subsistir se concreta en simples ocurrencias mercantiles destinadas a beneficiar a determinados grupos, en perjuicio del interés de todos. El resultado es que, utilizando su aparente diversidad de nombre, y no de fondo, sirven para alimentar la noticia, el debate, la discordia y la polarización social, cumpliendo así su función en la política espectáculo dominante.
La vinculación del modelo capitalista de democracia con el Derecho positivo obedece a que así lo exige el sistema para darla solidez y relevancia ante los gobernados. Establecer la igualdad ante la ley, suena bien como base propagandista, pero las elites siguen siendo elites y las masas muchedumbre para ellas. Utilizando argumentos jurídicos, etiquetados como derechos y garantías, que teóricamente dan protagonismo a la gente común y mesura a las elites, procura sosiego al personal y hace creer que el sistema tiende al equilibrio de fuerzas. En este marco de apariencia, los derechos están garantizados por una justicia que, con mayor o menor discreción, funciona a conveniencia del que manda. Incluso los más respetables, los derechos humanos, son arrasados sin contemplaciones cuando no vienen bien al poder, argumentando cualquier estupidez como justificación y obligando a los fieles a creerla. Añádase ese fármaco adulterado contra la presión controlada de las elites sobre las masas llamado libertad, que también está apoyada en el Derecho, pero lo hace sujetándola al agobio de un acerbo legislativo dirigido a encerrar en la voluntad de los mandantes a la gentes. Invocando el mal llamado interés general —entiéndase, en su caso, el del partido gobernante y su líder—, los decretos fluyen sin parar, con la clara pretensión de lograr el control total sobre los súbditos. Tal como sucede con la democracia de la representación, la libertad es solamente un nombre, insertado en ella, a menudo invocado cuando se pretende vender un nuevo producto etiquetado como progresista. El hecho es que la libertad está muerta, no solo por los efectos de los condicionantes mediáticos y la utilización perversa de las nuevas tecnologías —aprovechadas para manipular la voluntad de las gentes—, sino por esa legislación restrictiva, que no solamente arrasa la privacidad personal, sino lo que resta de la intimidad. Con lo que la libertad acaba estando todavía más encadenada, precisamente utilizando a su garante.
En cuanto a la representación, encomendada a los elegidos por un partido político, sistemáticamente avalada por los que practican el voto, se muestra como un elemento más que certifica el deprimente estado de la democracia al uso. Los representantes elegidos, cuando pasan a ser gobernantes, se olvidan de su misión de representar a los electores y se hacen presentes solamente ellos. Tradicionalmente vienen imponiendo sus intereses particulares y, tal vez, los del partido, en síntesis reconducidos a agarrarse al poder el mayor tiempo posible e incluso aspiran a ser inmortales para continuar ejerciéndolo eternamente. A la vista de los avances del personalismo, en el final del recorrido de esta democracia ha influido la decadencia de la partitocracia y el arraigo del culto al líder del partido. Los partidos han cedido el paso al personalismo de sus líderes, sucumbiendo al peso de la imagen que se ha colocado por encima del partido. El resultado es la entrega al autoritarismo, un elemento totalmente alejado de la idea de democracia, que supone poner fin a la mínima pretensión de representación popular que se decía traía la democracia capitalista. Lo llamativo del fenómeno es que el líder no suele contar con especiales cualidades políticas, salvo el deseo de mandar, la imagen asistida por una oratoria sin calidad que resulta atractiva al auditorio, su buena estrella y, sobre todo, la habilidad para ganarse el favor de la sinarquía. En todo caso, las carencias se sortean con asesores y disponiendo de la burocracia estatal puesta a su servicio.
Cabe hacer una anotación previa por lo que se refiere al voto, que tanto ilusiona a las gentes, y sus mandantes se empeñan en promocionar, se trata de que a menudo ha estado influenciado de una manera o de otra; con lo que en él la libertad de elección pocas veces está presente. Por otro lado, en la época en la que las ideologías han pasado a ser un nombre, afectadas por la exigencia de bien-vivir y la llamada del mercado, el voto ciudadano tiene que mirar en ambas direcciones e inclinarse por los vendedores políticos que más ofrecen. Finalmente, con el progreso tecnológico la pureza del voto se complica, puesto que continuamente aparecen instrumentos para canalizarlo a voluntad de quienes disponen de los medios apropiados. Quizás lo decisivo sea que las gentes, cegadas por el consumismo, han perdido buena parte de su espíritu político, les basta con que se hable de democracia y se las otorgue un protagonismo formal. Si esto se une al espíritu acomodaticio de muchos, la apatía reinante y el desconocimiento de las cualidades reales de los candidatos de partido, a la postre, resulta indiferente quien tome las riendas de su país. Si alguien se preguntara sobre lo que queda de la democracia representativa, bastaría decir, una vez más —pese a la fiel censura mediática— que solo el nombre, muy útil para practicar el espectáculo mediático, el jolgorio, el entretenimiento; en definitiva, algo más para ayudar a pasar el tiempo a los consumidores de lo virtual.