Dudando mucho, después de darme un tiempo para pensarlo bien, "metiendo la cabeza en la nevera", un dicho muy en boga en el mundito de los políticos profesionales y aficionados, intentaré escribir este artículo. No espere el lector una posición definitiva o contundente. No pretendo dictar líneas. No soy dirigente político. A lo más que aspiro es a ejercer mis derechos como ciudadano, y emitir una opinión que, como tal, no es un enunciado verdadero, sino más bien un pensamiento en voz alta. Hasta puede que los verdugos lo consideren una "traición a la Patria" o incluso una "incitación al odio"; cuando más bien pretendo hacer una invitación a la reflexión y al debate sosegado y ponderado en un mundo tan diverso (desde el PCV y grupos "chavistas críticos" hasta las posturas de MCM, Rosales y Capriles; dejo fuera, por supuesto, a los opositores mercenarios) como el de la oposición al gobierno de facto. Es más: solo se trata de una rumiadura a partir de las posiciones que en la oposición se han planteado acerca de si votar o no en las elecciones convocadas por un régimen de facto que acaba de tobarse unos comicios hace apenas unos meses, el 28 de julio del año pasado. Esa página ha quedado ahí, fija, en el libro de nuestra historia contemporánea, que ya parece uno de esos libros inverosímiles de Borges.
Primero, unas líneas sobre esa descalificación de los sentimientos morales que aparece en algunas argumentaciones. Esas emociones brotan naturalmente a propósito de las próximas elecciones a la Asamblea Nacional, gobernaciones, etc., no solo porque somos humanos, sino porque están plenamente justificadas. Por supuesto que hay que razonar muy bien los movimientos estratégicos de un movimiento político. En ese sentido, vale el dicho de la cabeza en el congelador. Lo que no me suena bien son dos cosas: primero, descalificar una posición, específicamente la abstencionista, por "solo" ser expresión de emociones, precisamente sentimientos morales tan legítimas como la indignación (ante el robo de las elecciones, la represión desmedida, la violación sistemática de la Constitución, la presidencia de facto), la desconfianza (al mismo CNE delincuente, hacia un Tribunal Supremo de la Impostura que pretende ganar unas elecciones con sentencias y no con votos, saltándose de paso toda la legislación electoral), el escepticismo (porque, incluso "fríamente", se reconoce que los bandidos van a repetir su delito; aparte de la incapacidad de hecho de la dirigencia política de revertir el golpe de estado cometido), la desmoralización debida a ese mismo escepticismo y falta de confianza en el liderazgo político que nos ha traído hasta aquí.
La otra cosa que no me suena bien en esa descalificación de los sentimientos morales, es que, precisamente, el pensamiento estratégico debiera tomarlos muy en cuenta, no solo con fines de persuasión, sino como parte de los "cálculos", igual que los generales toman en cuenta la moral de sus soldados. Es decir, esos sentimientos morales están allí y pueden reafirmarse todavía más porque hay asuntos que no se han resuelto y exigen respuestas claras y sinceras: la suerte de las tarjetas, de los partidos judicializados, los presos políticos, dirigentes y ciudadanos en general, ntre los cuales destaca Enrique Márquez, quien está detenido por usar los mecanismos institucionales normales, así como Rocío San Miguel y tantos otros). Esos sentimientos morales hay que tomarlos en cuenta a la hora de organizar, por ejemplo, un aparato mínimo de testigos electorales, las convocatorias a la movilización y la propaganda.
Se dice que la abstención desmoviliza o equivale a cruzarse de brazos. Que sus efectos se reducirán a deslucir un poco el espectáculo de las elecciones que puede ser falseado por el aparato de propaganda del gobierno de facto. Por otra parte, se admite que, en cierto modo, se legitima la pseudoinstitucionalidad que instauró la presidencia de facto. Es decir, al participar, se asume un orden institucional donde Maduro es presidente legal y hasta legítimo. Cabe aquí una breve digresión. Por supuesto que hay una crisis de hegemonía. El PSUV y sus dirigentes ya no cuentan con el apoyo popular de otros años. Es más, tienen a la mayoría en contra. Pero la máquina sigue funcionando, y es parte del funcionamiento de ese aparato el que haya elecciones y una "oposición" participe en ella. No es que el bloque dominante se haya debilitado. Sigue ahí, cohesionado y armado, y actuando, hasta con el apoyo del empresariado y con lobby en compañías petroleras. Por supuesto que debe haber pugnas internas, pero estas no han significado (todavía, al menos) un debilitamiento del bloque burocrático-policial-militar. Por otras experiencias históricas, cabe esperarse que acontezcan varias purgas. Tal vez estos alcaldes del Zulia presos sea señal de una más. Ya hubo la de Tarek El Aisami. Igual, los periodistas presos que hasta ayer eran "paleros" del gobierno.
Otro aspecto, y esto lo aceptan hasta los más entusiastas electoralistas, es muy posible, que el ladrón de elecciones, que sigue allí, en el CNE, en el gobierno, en el Tribunal, lo haga de nuevo. Ante esto, se comenta "a ellos les costará más robarse estas elecciones". Me disculpan, pero yo no sé a cuál costo se refieren. El mayor robo ya tuvo un costo (político, moral) que ellos asumieron y asimilaron, para continuar tranquilamente reprimiendo al pueblo, estrechando la mano al enviado de Trump o al "presidente amigo" Putin. Algunos arguyen que una votación masiva les obligará a robarse las elecciones, como si eso fuera un mal para ellos. "Podrían producirse algunos problemas en algunas regiones", alegan. En el mejor de los casos, se trata de una apuesta, cuando no una simple anticipación con base en que el delincuente que ha robado, volverá a robar, a reprimir, a malandrear.
Cualquier "cálculo frío" debe partir de una constatación simple y obvia: la oposición está dividida. Viene de la derrota del "cobro" anunciado para el 9 de enero pasado. No dispone de la fuerza que votó por EGU o contra Maduro (no es lo mismo, pero es igual). Hay una parte que tiene posiciones abstencionistas (MCM, PCV), incluso matizadas, como la propuesta de la PUD que hace exigencias muy racionales, dicho sea de paso: libertad de los presos políticos, cambio del CNE, recuperación de tarjetas de los partidos judicializados. Los partidarios del voto (Capriles, Rosales, MAS, etc.) han esgrimido tres razones principales. Una, que atiende a la "supervivencia" en algunos "espacios", como podría ser la gobernación del Zulia, nada desdeñable. Incluso, no es irracional defender la persistencia en el espacio público de algunos políticos profesionales, que "algo habrán aportado" en la lucha por la democracia. La segunda, es que hay que movilizar a la gente y, para eso, hay que votar como sea, rendir culto al voto como mecanismo democrático (algunos, como los amigos del MAS, hasta dicen que van votar, porque … siempre lo han hecho). En contraste, la abstención se presenta como la inercia o la parálisis, "quedarse en la casa con los brazos cruzados", como si no hubiera bastantes luchas sociales, movimientos en la calle, por el salario, por la libertad de los presos políticos, por salud, por la educación, hasta por la autonomía universitaria, donde participar, así no se vote. Por cierto, en esas movilizaciones
Es obvio, seamos sinceros, que aquí se manifiesta una pugna por el liderazgo. Es más, hay un deterioro lógico del liderazgo de MCM, porque no logró los objetivos que ofreció. Aparte de la cuenta de fracasos y desatinos políticos del pasado que gente como Ochoa Antich saca a cada rato. Esto es claro en el discurso de Capriles, por ejemplo. Otros doran la píldora. Este proceso es consecuencia natural de lo que ha ocurrido y de lo que sigue ocurriendo. La oposición de izquierda (donde me incluyo, asumiendo su diversidad) no acompaña esa oferta al gran capital de las riquezas del país que acaba de hacer la Machado, emulando la oferta que Maduro le hace a Putin, los chinos y demás. Tienen razón los amigos del PCV, Comunes, ASD y otros, cuando dicen que estamos entre dos versiones del mismo proyecto de expoliación.
Otro argumento que he leído es que lo importante es votar, así sea en contra. No importa los resultados, sino que no favorezcan al PSUV. Eso pudo haber valido para el 28 de julio pasado. Es más, eso fue lo que pasó. La votación de EGU se debió al profundo rechazo a estos gobiernos de fracaso y miseria; pero tampoco hay que minimizar el liderazgo que ganó MCM. Forma parte de la lógica binaria, de oscilaciones extremas de la opinión pública, que se acepten planteamientos de derecha después de haber tenido unos gobiernos que se presentaban de izquierda. No es extraño el resultado de la microencuesta que publicó Izarra en estos días en su X acerca de la propuesta de privatización del petróleo, que implicaría un cambio constitucional. Observo un proceso de cambios ideológicos en la cultura política del venezolano que se sintonizan con el giro hacia la derecha a nivel mundial. De modo que no basta el planteamiento del "voto protesta", que forma parte de la tradición electoral del pueblo venezolano, que determinó la oscilación bipartidista durante cuarenta años y que incluso le dio la victoria a Chávez en 1998. No es un aprendizaje del 28 de julio votar en contra. Hay que ver y revisar esos supuestos liderazgos de los estados, alcaldías y hasta los que van al parlamento. En esto hay también un aprendizaje.
Hasta donde he seguido el debate acerca de la pertinencia táctica del voto para el 25 de mayo, me parece que el argumento más fuerte es el de que hay que rechazar la reforma constitucional del gobierno en un próximo referéndum. Esa "reforma" implica la eliminación del voto universal, directo y secreto, una conquista democrática fundamental del pueblo venezolano, que sería sustituida por "asambleas del Poder Comunal" controlados por el Partido hegemónico como hicieron con los consejos comunales y otras instancias que ya ni se sabe si son estatales o sociales. La reforma también podría constitucionalizar normas que faciliten la subasta del país a las potencias en pugna del mundo, tipificar delitos que eliminen cualquier voz crítica, como en Nicaragua, donde hasta "desnacionalizan" a los disidentes, etc. En fin, significa la imposición de una Constitución de un Estado Totalitario. Eso es mucho más importante que la supervivencia de la carrera de unos políticos profesionales, el uso ritual de una práctica que, con la falta de garantías, se convierte en otra cosa. Para rechazar la reforma constitucional, eso sí, estaría dispuesto a votar y movilizarme.