Es una pregunta que se repite permanentemente desde la Revolución Francesa. La impulsa los tres principios emancipadores que, en teoría, están contenidos en ella: libertad, equidad y justicia. Sin embargo, hemos visto como, esta triple valoración, ha sido, siempre, velada por convenientes adjetivaciones: democracia liberal, democracia norteamericana, democracia popular y más. Tales adjetivaciones, desde el capitalismo y, su opuesto, el socialismo, pretenden tapar los torcimientos intencionales que le han dado a esa virtuosa tríada.
Veamos, por ejemplo, al apologético de la democracia liberal, Giovanni Sartori, decirnos lo siguiente: La doctrina liberal ha sostenido siempre, que la relación entre libertad e igualdad no es reversible, que el enlace procedimental que une los dos términos va de la libertad a la igualdad y no de la igualdad a la libertad. Más allá del Estado democrático-liberal no hay más libertad, ni democracia… Y veamos tambien a la filósofa Hannah Arendt contándonos: una de las nociones básicas del mundo libre está representada por la idea de que la libertad, y no la justicia constituye el criterio último para valorar las constituciones de los cuerpos políticos...
Estas sorprendentes precisiones son muy convenientes para ellos. El padre espiritual del liberalismo, Tomas Hobbes, ya había establecido que el esfuerzo individual, inevitablemente egoísta, era el motor del desarrollo. Y apoyándose en esos argumentos, los padres de la economía A. Smith y D. Ricardo, lo refrendaron: Es el interés propio lo que dirige todos los aspectos del comportamiento y la actividad humana… decía uno y, el otro, hablando de los obreros, lo remataba: la relación inversa entre salarios y ganancias obliga a mantenerlos reducidos al nivel de subsistencia... Queda claro, así, que la libertad se restringe al "eso es lo que tenemos". Es una lucha de individualidades donde ganan los mejor dotados materialmente. De esa manera, al diablo con la equidad y su significación "a cada quien lo que merece". Sin eso no hay justicia social. De ahí aquella advertencia de Marx: el Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa…
En el socialismo, a pesar de los esfuerzos de Marx y Engels, de Lenin, Mao y Chávez; el torcimiento me parece más grave. Lo es porque Marx y Engels oponían al capitalismo el nuevo modo de producción que representaría el trabajo en colectivo. Era esto una condición sine qua non para alcanzar la libertad. Y Lenin luchó en su partido para lograr que se les permitiera, a los soviets, intentarlo. Igual cosa hicieron, Mao en China y Chávez aquí, con las comunas. Soviets y comunas les otorgarían libertad, equidad y justicia a la revolución. ¡Ah, miren que vaina! a los partidos comunistas y socialistas del mundo, de Stalin para acá, fuera del discurso, se les ocurrió, que la revolución era un asunto de ellos.