El reto del socialismo del Siglo XXI



Desde 2004 el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha comenzado a plantear que la alternativa para profundizar los cambios y continuar acelerando las transformaciones igualitarias que se iniciaron con la activación del poder constituyente en el año 1999 es una renovación del Horizonte Socialista.

En el Taller de alto nivel sobre el nuevo mapa estratégico, del 12 y 13 de Noviembre del año 2004 ya se prefiguraban cambios significativos con relación a las alternativas de profundización de la Revolución Democrática. Con referencia a la Contraloría Social, Chávez dijo:

“No hay contraloría social si no hay información de los recursos con los que se cuenta. Creo que el tema del control social, es básico para la nueva sociedad que tenemos que construir, porque siempre el socialismo ha tenido el problema de que el Estado maneja recursos, pero nunca la población ha tenido el control de esos recursos.”(Nuevo Mapa estratégico; 2004, 62)
Posteriormente, en el contexto del acto de instalación de la IV Cumbre de la Deuda Social, el 25 de febrero del año 2005, Chávez llamo a "inventar el socialismo del siglo XXI". Los discursos no son inocentes y están cargados de múltiples estratos de significación, por múltiples efectos de poder y sentido. Tras seis años de gobierno, Chávez definió su proyecto político como "Socialista". Chávez hablo desde un comienzo que la ideología socialista se relaciona con "la dignidad que crece a lo largo y ancho del mundo", en referencia a las recientes victorias electorales de estos Partidos Socialistas en Europa y América Latina. En el mismo acto, Chávez afirmo que: "Aquí en Venezuela estamos haciendo el esfuerzo por construir un modelo alternativo al capitalista, pero con el pueblo al frente", reiterando sus críticas a las condiciones injustas que se imponen a los países pobres para el pago de sus deudas externas, y cuestionando los tratados de libre comercio, que consideró una forma de neocolonialismo.
Desde ese momento el “socialismo del siglo XXI” viene rondando la cabeza de amplios sectores de América Latina y el mundo, así como intentos de caracterizar el proceso de profundización democrática que se realizarían en la sociedad venezolana para el segundo mandato presidencial de Chávez (2006-2012), producto de una elección popular que conquisto un 62 % del electorado nacional.

Este nuevo socialismo vendría a darle mayores contenidos y formas a la “democracia participativa y protagónica”, que como idea-fuerza de revolución democrática sigue orientando el proceso político-cultural y económico-social de transformación institucional del primer período constitucional de 1999 a 2006. Pero, ¿Qué significa socialismo del siglo XXI?

“El Socialismo que estamos planteando no está reñido con la democracia- como algunos creen o pudieran creer. En otras épocas, las cosas se plantearon en forma diferente. Eran otras realidades y otras circunstancias. Sabemos que uno de los planteamientos de Carlos Marx es precisamente en de la Dictadura del proletariado, pero eso no es viable para Venezuela en esta época. ¡Ese no será nuestro camino!. Nuestro Proyecto es esencialmente democrático. Hablamos de democracia popular, democracia participativa, democracia protagónica.”(Chávez; discurso de la unidad, 33-34)


Como lo ha dicho el propio Chávez, su posición es que hay que inventar el Socialismo del siglo XXI desde la revolución democrática y el poder constituyente, que es un modelo alternativo al capitalismo y que el pueblo estará al frente de esta construcción. La perspectiva de Chávez ha generado un revuelo comprensible. Luego de la declarado el fin del “socialismo realmente existente” en la mayor parte del ex campo soviético, los aparatos político-culturales hegemónicos y sus funcionarios orgánicos han diseminado la matriz discursiva que afirma que “las ideas socialistas” están muertas. Pero, ¿están realmente muertas las ideas socialistas?.

Podríamos seguir las huellas de Foucault, siempre más allá de las asimilaciones academicistas de los dispositivos institucionales universitarios, para enfatizar la consideración de los discursos como bloques tácticos que funcionan en el interior de las relaciones de fuerza en el campo socio-histórico. En esta configuración de sentido, las consideraciones sobre el significado político e histórico de los discursos no pueden desencajarse de las relaciones de poder y dominio que los movilizan, ya que estas constituyen sus condiciones de generación y recepción específicas.

La cuestión acerca del Socialismo del siglo XXI no es una cuestión de “semántica referencial”, sino más bien de una semiosis política, de un complejo proceso que configura saber, experiencia, sensibilidad, significación y verdad, de la performatividad de los “juegos de lenguaje” en el terreno de las formaciones ideológico-políticas, de la enunciación y de los “agenciamientos colectivos”.

El Socialismo del siglo XXI implica ruptura y continuidad con las tradiciones socialistas, que son constitutivamente diversas, al mismo tiempo que es un llamado a prácticas de innovación políticas, a experiencias novedosas junto al pueblo más que a recetas, a dogmas, a categorías establecidas, a esquemas fosilizados, que precisamente castran el movimiento de lo real, que pretenden regularlo, regimentarlo, identificarlo con la lógica del concepto unívoco.

El Socialismo del siglo XXI será un campo de significación y sentido, articulado-atravesado por luchas hegemónicas y contra-hegemónicas. Es por tanto, un campo de tensiones, de conflictos, de contradicciones que estabilizan determinadas patrones de interpretación dominantes, pero que solo son eso, haces de significación predominantes cruzados por inestabilidades constitutivas. Y esto no es novedoso, esto ha sido así desde la emergencia del significante Socialismo, que como cualquier significante remite a condiciones de posibilidad específicas, a condiciones prácticas e ideológicas singulares.

El Socialismo fue inicialmente una idea Moderna, Europea, que desde las experiencias y aspiraciones igualitarias, democráticas, así como de los acontecimientos derivados de la Revolución Francesa y de las transformaciones productivas que acompañaron el proceso de industrialización se vinculó a plexos de sentido, sentimientos, aspiraciones, a mundos de vida, a la vida cotidiana antes de elaborarse como teoría o pensamiento sistemático. El Socialismo fue desde sus inicios comunitario, igualitario, democrático radical y ligado a exigencias de justicia sustantiva. Recogió en si mismo, las luchas e imaginarios milenaristas y mesiánicos vinculados a movimientos cristianos, y a las utopías literarias de signo comunista (Platón, Moro, Cabet).

Múltiples genealogías y reconstrucciones se han tratado de realizar para atrapar la morfo-génesis del término. Para algunos, el término aparece en los seguidores de Fourier, en la oweniana Cooperative Magazine en 1827, como descripción general de las doctrinas cooperativistas de Robert Owen. También, aparecen registros que lo ubican en 1832 en el periódico La Globe, de los seguidores del Conde de Saint-Simon (G.D.H. Cole; Historia del pensamiento Socialista). Así mismo, Gide-Rist (Historia de las doctrinas económicas) ha señalado que fue Pierre Leroux, fundador del periódico Le Globe contemporáneo de Louis Blanc, quién introduce el término Socialismo en la política Francesa.

Es decir, entre 1827 y 1848 (Comuna de París), es posible rastrear el término socialista, recogiendo experiencias, sentimientos y aspiraciones que buscaban una sociedad que acentuaba lo social frente al egoísmo, la cooperación frente a la competencia, la socialidad frente al auto-interés, controles sobre la acumulación de riqueza material y sobre el uso de la propiedad privada, así como criterios éticos de justicia para atenuar las desigualdades, otorgar recompensas según capacidades y la satisfacción de necesidades esenciales garantizadas para todos los seres humanos.

Cuando Marx escribía en 1840, ya existía un Imaginario Socialista que recogía la convicción de que la concentración incontrolada de la riqueza y la desenfrenada competencia habrían de conducir a una miseria creciente y crisis, y que el sistema habría de ser reemplazado por otro en el que la organización de la producción y el intercambio acabaran con la pobreza y la opresión, y originaran una redistribución de los bienes del mundo sobre una base de la igualdad (Kolakowsky; Principales corrientes del Marxismo).

Fue Engels el que creo la tesis interpretativa del Socialismo Utópico y del Socialismo Científico, haciendo posible una canonización doctrinaria por parte de la II internacional de la mano de Kaustky, así como la archiconocida tesis de la “ciencia” del Socialismo. Luego Plejanov en 1891, y siguiendo a Engels, en un ensayo sobre Hegel, inventó el término Materialismo Dialéctico, canonizado por José Stalin (en el texto anarquismo y socialismo; 1905) y propagado posteriores sus aparatos político-culturales como Diamat e Hismat, llegando hasta hoy en la llamada tradición marxista-leninista.

Ha sido esta última tradición marxista-leninista dominante en los Partidos Comunistas de la etapa estalinista, la que ha sufrido demoledoras críticas por parte del Socialismo articulado al pensamiento democrático-radical, por las corrientes abiertas y heterodoxas del marxismo crítico, como la realizada por Marcuse en su texto “Marxismo Soviético”, y por todos aquellos que ha reconstruido de manera crítica la obra de Marx en su historicidad. El Socialismo por venir tendrá tres obstáculos ideológicos que vencer: el pensamiento neoconservador/neoliberal que inspira a las fracciones más agresivas de la clase capitalista global, el pensamiento liberal-socialdemócrata que renunció tempranamente a cualquier intento de construcción de modelos alternativos al capitalismo, y el marxismo-leninismo, quién pretenderá convertir el Horizonte Socialista en un dogma monolítico de aparato, propio del estatismo oligárquico.

Frente a la actual condición post-moderna, post-metafísica y post-positivista podríamos hablar de un “Socialismo Popular, Diverso y Post-científico”; es decir, un Socialismo superador del culto de la tecnociencia, de la burocratización académico-universitaria (Marxismo Occidental) y político-partidista (Partidos Únicos Marxistas-Leninistas) que han castrado y censurado al pensamiento revolucionario, que recupera la centralidad del mundo de vida popular, de los oprimidos, humillados y sojuzgados, de sus aspiraciones, sentimientos y “buen sentido”, construyendo desde lo popular, desde lo subalterno, desde lo oprimido los contenidos concretos del Socialismo, así como desde la existencia de una pluralidad de elaboraciones, interpretaciones, pensamientos y teorías críticas en el seno del Horizonte Socialista, desde perspectivas contra-hegemónicas y subalternas, ampliando la des-dogmatización del marxismo. Este Socialismo, como ha dicho Mariategui no será “ni calco ni copia”, será creación heroica y colectiva.

En América Latina, las políticas socialistas y sus culturas políticas serán críticas, radicalmente democráticas y pluralistas. La recomposición del socialismo anticapitalista requiere coraje, tanto para la ruptura innovadora como para la continuidad crítica con la tradición socialista. Se trata de construir nuevos sujetos, nuevas políticas y nuevas ideas. Sin desvalorizar los aportes de la herencia de Marx, Engels, Kaustky, Luxemburgo; Lenin, Trotsky, Gramsci y Mao pero sin dogmatizarlos, sin convertirlos en idola o fetiches ideológicos.

Además, ubicando a cada pensamiento socialista en sus contextos espacio-temporales, en sus “condiciones concretas y específicas”, en su historicidad. Así mismo, hay que de-construir a la socialdemocracia, al comunismo histórico, para extraer las lecciones positivas de algunas experiencias, retomar el nacionalismo-popular revolucionario propio de Nuestra América, el cristianismo liberador, las resistencias indigenistas y afro-descendientes. Se trata de inventar, como lo dijo nuestro Simón Rodríguez. Inventamos el Socialismo o Erramos en la Barbarie. Se trata de múltiples pensamientos contra-hegemónicos para la unidad democrática de acción revolucionaria. Hay que desterrar los fantasmas del Socialismo del siglo XX, demoler sus dogmas.

La revolución democrática socialista o es una larga transición democratizadora que implican conflictos de poder canalizados institucional y electoralmente, poniendo a prueba la dimensión persuasiva y la construcción de hegemonía simbólica, o es una corta y trágica concatenación de rupturas violentas, tanto progresivas como terriblemente regresivas. Cualquier desvío del ideario democratizador y de la construcción de un protagónico poder popular conduce a cualquier revolución socialista al fracaso. La hegemonía histórica del “marxismo autoritario” y todos los regímenes de aparato que se han denominado “socialistas” han presentado características regresivas desde el punto de vista de la tradición democrática. La tradición socialista, popular y radical-democrática ha mantenido una defensa de la unidad orgánica entre los valores de igualdad, libertad, justicia social y solidaridad, en los procesos de liberación social, contra las realidades históricas de la explotación, la coerción la hegemonía, la negación, la exclusión y cualquier figura de la opresión.

El Por-venir del Socialismo del siglo XXI depende exclusivamente de cada uno de nosotros. Que no se repitan compulsivamente los errores y fracasos del siglo XX depende de quienes levantemos la voz, las acciones y los sueños por algo radicalmente distinto. El Horizonte está abierto…no permitamos que se cierre…










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Javier Biardeau R.

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

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