El Poder Popular y la democracia local

El poder local sería el lugar inmediato donde se edifica, partiendo de afectos, intereses e historia, el espacio donde las comunidades emprenderán la deconstrucción del viejo orden y la construcción paralela de la República democrática y soberana que hemos aspirado. Territorio donde comiencen a borrarse las distancias entre la sociedad y el viejo Estado. Donde el rancio aparato jurídico empiece a ser cambiado por la dinámica real de la sociedad, pues la correlación de fuerzas locales le puede ser favorable.

Todo proceso revolucionario pasa por un período de dualidad de poderes. Son autogobiernos que entienden que nacionalmente no se ha cambiado, de manera total, la rancia estructura de poder. Históricamente se produce una coexistencia inevitable. Es una dualidad de poderes que puede extenderse por años separada del acto final de decisión. Hacer la revolución implicará una estrategia de decisión, donde la construcción del nuevo poder se devolverá sobre sus gestores desgarrando las partes muertas y saneando las revolucionarias.

Una primera tarea es buscar lograr, en el plano inmediato, innovaciones que impliquen control y veto de las comunidades que vayan, a su vez, teniendo un peso en la vida nacional. Ellas deben ser vistas como un nivel de conciencia que permita delinear objetivos de movilización social contra el capital. Lo dominante es crear la conciencia de poder que vaya, en acciones continuas, desenmascarando, erosionando, desprestigiando lo que queda del antiguo orden. Buscar los mecanismo para desbordarlas apelando a la participación directa de los ciudadanos. En Chiapas, la manera de desbordar mecanismos e instituciones fue a través del concepto intersubjetivo de dignidad, ella siempre tendrá una connotación diferente, y difícilmente se detendrá en un tope. En Brasil, el concepto de desborde se implementó a través del mecanismo del Presupuesto Participativo, pues como afirmaba Marx: “las necesidades son crecientes”.

Para estos propósitos se debe actuar coordenadamente, con niveles de centralización nacional. La autodecisión organizativa local, vista aisladamente, tiene un sentido autodefensivo, mientras la coordinación de todos los poderes comunales nacidos libremente y en todas partes, tomarán un rumbo ofensivo y de una resistencia que trasciende. La conciencia de poder debe expresarse en estructuras muy democráticas de poder popular. Estas, como lucha parcial de masas, supone una acción ideológica y una acción material con logros concretos donde la comunidad pueda palpar sus mejoras.

Estos gérmenes de una nueva universalidad, especie de Pequeños Estados, aprovechando la tendencia a la autonomía, y la identidad propia de todo conglomerado social que ha logrado cohesión, buscará el autogobierno, pero no en términos puramente gremiales o “sociales”, ni menos apartados de afinidades nacionales, sino en términos político-revolucionarios. Concentraran funciones muy variadas a las que corresponderán formas o departamentos especiales como: educación, cultura, recreación, obras públicas, sanidad ambiental, medicina curativa y preventiva, economía y defensa contra los abusos individuales y colectivos, vengan de donde vengan, incluyendo a los saboteadores secesionistas. Estos órganos creados deben responder a necesidades reales, de manera que cualquier ataque burocrático tendrá que tomar en cuenta que están cerrando instrumentos de necesidades masivas legítimas.

Este pequeño universo revolucionario será el remate de un trabajo que habrá de iniciarse a partir de cualquier problema o necesidad. La forma madura como está ideado no se puede estructurar de un solo golpe, como si todos los elementos estuvieran dados. Debe suponerse que los elementos objetivos y subjetivos emanarán en el curso de una lucha tenaz que podrá conocer fracasos, derrotas y rectificaciones.

Se partirá de organizar cualquier reivindicación local que logre nuclear colectivos, ampliar dimensiones hacia otras necesidades y así sucesivamente hasta que broten otras formas organizativas más complejas y delicadas. La problemática es integral, por lo tanto hay que tratar de crear un sistema de organizaciones con un solo centro en lugar de organizaciones separadas y paralelas según el problema que se trate.

Envolvería además, explorar las tradiciones de convivencia que impulsan una visión de la vida en muchos niveles, en donde se le otorga un gran peso al papel del trabajo. Los pueblos tienen sus tradiciones y necesidades que alguna vez estuvieron resueltas. Se trataría entonces de promover una economía social paralela a las grandes aspiraciones del capital tales como la cogestión (empresas o préstamos estatales con asociaciones locales) asociacionismo, cooperativismo, autogestión, corresponsabilidad, lo cual pudiera motivar el desarrollo de cadenas productivas, distribuitivas y de servicios con relativa autonomía, generadoras de procesos acumulativos de riqueza que tiendan a la socialización. Este desarrollo local sustentable podría articularse con el desarrollo endógeno que se viene construyendo nacionalmente. Recuérdese que desde 1968 se vino erigiendo un modelo de crecimiento hacia fuera con el cual se disminuyó la producción nacional y en consecuencia nuestro mercado interno se fue estrangulando, tanto por la quiebra de los pequeños y medianos productores y empleadores, como por los salarios miserables para poder garantizar el bajo costo de la mercancía y poder competir internacionalmente.

En la relación con el modelo endógeno el desarrollo local contribuye a organizar el futuro del territorio. No habrá país si no logramos unir estos mosaicos de vida particular. La historia de un país es en cierto modo la suma de las historias de sus distintas regiones que la integran. Es una toma de conciencia de lo que es “la unidad dentro de la variedad” o la variedad dentro de la unidad. Habrá que planificar con diferentes agentes locales que intervengan en el proceso con el fin de aprovechar los recursos humanos y materiales de un determinado territorio. Edificando relaciones, manteniendo una negociación o diálogo con actores económicos, sociales y políticos del mismo, tanto públicos como privados. Esto de acuerdo a la estrategia de desarrollo que previamente haya sido consensuada.

Con estos basamentos culturales, económicos y políticos se edificará una relación que recupere la intimidad de los individuos y los grupos, poniendo en algunos casos como centro la religiosidad, es decir, un sentido de respeto y de trascendencia. Las luchas religiosas han logrado un sentido teológico de liberación que unidas a sentimientos, conocimientos antiguos y a ciertas hibridaciones que colocan al hombre como centro, crean un sincretismo interesante para la cohesión y el hacer.

Es necesario reconocer que la tarea no es fácil. Buena parte de la población se encuentra permeada de elementos de resignación, individualismo, nihilismo, mesianismo, violencia y a los sojuzgamientos internos inherentes a todo conglomerado, pero a la vez, mantienen importantes reservas morales. La perspectiva es que pueblo ha demostrado un fervor cuando ve horizontes, de ahí se derivan, casi como condición per se, testimonios espléndidos de superación, solidaridad, entusiasmo, decencia y fe en el trabajo.


Esta nota ha sido leída aproximadamente 10509 veces.



Rafael Pompilio Santeliz

Doctor en Historia. Profesor de la UBV. Trovador, compositor y conferencista. Militante de la izquierda insurreccional desde el año 1963. Presidente de Proyecto Sueños Venezuela en el estado Miranda y Vicepresidente de la Fundación Gulima, Radio comunitaria en San Antonio de los Altos.

 pompiliosanteliz@hotmail.com

Visite el perfil de Rafael Pompilio Santeliz para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: