El amor a Chávez se resiste a creer que haya mala fe en el gobierno

El amor actúa como el sentimiento poderoso  que mueve montañas. Es  el mismo sentimiento que enceguece a las almas. Cuando el objeto de tu amor es  pillado en falta tu corazón dice: “ha sido difamado”. A los años este sentimiento puede hacerse más sosegado, más racional, mas inteligente, sin embargo no por eso deja de mover montañas.

Quizás hoy haya muchos chavistas que sientan amor por los hijos de Chávez, y ese amor, todavía inmaduro, no los deje ver que los hijos han caído en faltas. El temor a perder lo único que nos queda como referencia al comandante Chávez, lo más probable es que sea el mismo amor inmaduro, pero devenido en miedo.  

Para muchos, el gobierno es la única conexión clara que nos queda con Chávez. Y perderla es quedar a la orilla de un abismo sin fondo. Da miedo. Es decir, el sentimiento no logró madurar en un acto consciente, inteligente, mas calmo; menos emocional pero más entusiasta y feliz por el hecho revolucionario. La formación teórico política juega un papel importante en todo esto, pero mucho más la convicción política de que la sociedad y el mundo deben cambiar, hacia un mundo y una sociedad justos y en igualdad.

El amor a Chávez ha debido convertirse en compromiso por el socialismo y no quedarse paralizado en ese desasosiego, en la sospecha de que muera la “presencia de Chávez” con la caída de sus herederos en el gobierno (caída física, moral, política, o las tres a la vez).

Hay que entender que Chávez despertó en muchos la esperanza de que podíamos cambiar la sociedad y vencer al fatalismo adeco capitalista. Y que, independiente de Chávez, todos fuimos él o como él, cuando se declaró  en rebelión contra el sistema. Quizás le faltó tiempo al comandante para dejar en herencia, más que un gobierno y un sentimiento de amor por él, la transformación de ese sentimiento en convencimiento, una la idea clara y encarnada de que es posible construir una sociedad liberada de la ignorancia, moral y políticamente nueva.

Pero no fue así. Por un lado quedó el sentimiento de amor y por el otro el gobierno. Y entre uno y el otro la mala fe de los agentes reformistas y de la derecha. El nuevo reformismo que ahora hace vida en la sangre del mando político del país, que presionan para la restauración socialdemócrata y capitalista.

El sentimiento de amor a Chávez no alcanzó  para traspasar la barrera de las emociones y entusiasmar al corazón de la gente para continuar la transformación de la sociedad por encima del mismo gobierno y de la derecha. Ese sentimiento no creó las doctrinas necesarias, la conciencia del deber social sobre el egoísmo, el miedo, la comodidad.

Y el gobierno, que de Chávez solo heredaría el cáncer en su forma espiritual, tampoco se ocupó de motivarlo a la lucha en el espíritu, a formar su carácter con el ejemplo que legó Chávez en la memoria, en la televisión, pero sobre todo como imperativo moral revolucionario en sus “hijos” distraídos.

El amor a Chávez no es suficiente para aguantar tantas contradicciones y tanta incertidumbre. Ese miedo de perder al Chávez símbolo es lo que queda. Y lo peligroso es que mute de miedo a  intolerancia a la crítica; en persecución política, en cansancio del sistema nervioso. Hace falta que los que ahora aman a Chávez, con ese amor ciego a todo lo hace y dice el gobierno, madure en un acto racional, más serio, crítico. Que lo que ahora es un sentimiento ciego se convierta en clarividencia, en conciencia convencida de que hay que cambiar como persona y que hay que cambiar la sociedad.

Hasta ahora al gobierno le ha bastado con manipular ese amor menguado y enfermo. Pero a la revolución le hace falta mucho más que eso, necesita críticos, crítica, entusiasmo por la crítica y por la revolución socialista. Criticar es estar pendiente de lo que pasa y nos pasa. Es estudiar, investigar y preocupación por el destino de todos y no solo por lo personal.

No somos iguales. Un ministro no está en la misma situación que el Chavista de a pie. El presidente si acaso sabe cuánto cuesta un paquete de arroz, él solo se come sus raciones y ya. Pero, si Maduro se quiere inmolarse en esta revolución, y si Diosdado también está dispuesto a hacer lo mismo por la revolución, nosotros estaríamos dispuestos igual ellos hacerlo, pero a condición de saber que estamos defendiendo la misma revolución que ellos, los mismos valores, las mismas metas, la misma estrategia.

Es distinto inmolarse jugando para los dos bandos; peleando con contra el imperio, denunciando a la derecha fascista, condenando al capitalismo y a la vez armando cualquier tipo de negocios con los capitalistas nacionales e internacionales. Que inmolarse en el desasosiego y la duda, testigos de cómo la sociedad se descompone y todo se viene abajo… ante un gobierno pasmado, incapaz de tomar decisiones, en espera no se sabe de qué para tomar decisiones políticas.   

Por más amor que tengamos a Chávez no es suficiente gritarlo, aplaudirlo, llorarlo, es tiempo de demostrarlo en la acción revolucionaria verdadera. Hay que estar listos moral y políticamente para la  defensa de la revolución de Chávez, la moral, la socialista, la que tenía como el enemigo principal al capitalismo. Y no ésto que se hoy vende como revolución donde tenemos al capitalismo como un “aliado”. Vamos a pelear y a defender el legado de Chávez contra el capitalismo, que es el imperialismo, y que son los dos uno solo, el padre de los peores males que hoy azotan a nuestra sociedad y al mundo entero.



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Héctor Baiz

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