Increíble: Sin proponérselo, Marx ayudó a la baja autoestima del asalariado[1]

La baja productividad de la burocracia de mediano/bajo escalafón.

Es pública y muy notoria la baja productividad del trabajador de bajos ingresos relativos porque en paralelo quienes ganan menos ya se sienten subvalorados como personas, humillados frente a quienes ganan más, como si estos fueran mejores seres humanos por el sólo hecho de haber aprendido en academias públicas-gratis u onerosas-unos cuantos trucos o tecnicismos que, de paso, son de estricta propiedad social, tanto lo aprendido en las instituciones públicas como en las "privadas".

Es que, aunque nos caiga mal,  hasta las ideas o invenciones que salgan de algún cerebro en particular ya están alimentadas por el cúmulo mismo de enseñanzas previas recibidas de esa misma sociedad a la que luego tendemos a convertirla en clientes de nuestro trabajo, de nuestra producción, sociedad a la que luego pretendemos cobrarle como cosa muy personal lo que en verdad pertenece a la sociedad como conjunto. No es la maestra la dueña de lo que nos enseñó, a ella la enseñó otra maestra, y esta también tuvo la suya. 

Estamos, pues, ante un craso y viejísimo error arrastrado todavía en nuestra Administración Pública.   Y lo cometemos tanto como profesionales, como técnicos, todos ellos con marcadas e innegables diferencias no menos técnicas porque en nuestra sociedad coexisten los más abismales niveles de calidad laboral ante tanta desigualdad de oportunidades para vivir, para estudiar esto o aquello.

Así es la sociedad comercial, la sociedad burguesa que hace de cada persona el principal productor de mercancías o de bienes precargados de ganancias para alimentar nuestro ego, “nuestro” particular bolsillo, y luego nos quejamos de que el comerciante de la esquina es carero y quien se quiere hacer rico vendiendo 4 papas.

Ocurre que cuando se les fija salario a un trabajador sólo se le valora el valor de su fuerza de trabajo[2], y de esa amanera hacemos abstracción o queda por fuera el poseedor de dicha fuerza. Es una macabra y perversa realidad a la que nos acostumbraron a aceptarla como una verdad incuestionable. Es una verdad, si a ver vamos, pero una verdad burguesa o clasista.

Hasta las literaturas marxiana y marxista cayeron en ese craso error, por omisión y carentes de mala intención alguna. Así, a pesar de admitirse la plusvalía como parte perteneciente al trabajador asalariado, y hecha suya por el patrono, con ello se dejó  sentado  que al asalariado sólo se le paga-"o se le pague"-el valor de la cesta básica en concordancia, NO con sus necesidades personales, sino según su PREPARACIÓN TÉCNICA, en igualadísima valoración como se hace con  una máquina o con una materia prima.

Ese detalle del plusvalor hecho plusvalía lo tomaron en serio los capitalistas y se refleja en el tratamiento que sigue dándole el Estado socialista o parasocialista al trabajador: ""quien más “aporta” técnicamente, entonces más debe ganar"". O sea, en esta sociedad se premia a los privilegiados porque sólo de estos es sacar mejores notas, o sólo de los “privilegiados” es ser más conformista con el statu quo.

Cuando una Administración ha intentado mejorar los bajos sueldos del trabajador de bajo rango técnico, para ir reduciendo esa abismal brecha entre  la paga de unos pocos frente a la devengada por el grueso de la nómina, brecha justificada también sólo por razones meramente técnicas, aquellos salen pegando el grito en el cielo. El reciente ajuste salarial, cargado de las mejores intenciones de parte del Ejecutivo Nacional, ha respondido a ese reciclaje que se limita a pagar  según lo aportado por el trabajador en su cargo específico, salvedad hecha de los servicios gratis que viene prestándole a los trabajadores, pero que estos en su mayoría no pueden apreciarlo en su justa medida porque este trabajador nuestro sólo sabe del billete que aparece en el sobre de pago, y todo lo demás lo ve como obligación del gobierno de turno. Tampoco se trata de nivelar salarios y pagas a los que groseramente se les paga y cobran algunos profesionales; se trata de salarios dignos envolventes de una renta que permita vivir sin apuros económicos. En cuanto al estímulo para conseguir  mejores pagas, basta con que cada quien tenga dónde trabajar y desempeñarse vocacionalmente con el aprendizaje más armonioso con sus aptitudes y proclivaciones.

Los mejores pagados aducen, y no les faltan razones técnicas, que ellos merecen esa mejor paga porque “se quemaron las pestañas”, como si unos graduados no las hayan quemado, y sólo ellos sí.

Desde luego,  aunque tales pestañas no hayan sido quemadas de verdad porque de nadie puede ser un secreto que en nuestras escuelas, liceos y universidades   se han graduado profesionales y técnicos de variopintas cualidades técnicas, y hasta por razones de otras índoles  menos por las académicas, con las pocas excepciones que sí las hay y las ha habido, pero hablamos de la mayoría como suele hacerse en las apreciaciones estadísticas*.

Por ejemplo: decir portero ya es denigrante, ya connota   que se trata de un  “pobre loco”, cosas así, pero no es así, sólo que en este sistema, valemos según ganemos así se trate de un  verdadero loco enchufado por recomendaciones políticas, por sus apellidotes, o sencillamente porque tiene  “palancas con las cuales subir al cielo”.

Me consta de graduados universitarios que ejercieron elevados cargos académicos y quienes no pasaron de 3r. grado de Primaria.

[1] Véase: Manuel C. Martínez M., PRAXIS de EL CAPITAL. Esta obra, por cierto, ignoro si fue “fusilada”, pero, si así hubiera ocurrido de todas maneras quedaría satisfecho porque el conocimiento individual no nos pertenece en privado, aunque las relaciones burguesas hayan dispuesto lo contrario. Sólo me ha preocupado   recibir menos retroalimentaciones positivas o negativas-no vendría al caso-que las que he esperado porque en ellas va el posible mejoramiento de nuestras apreciaciones, de nuestros yerros y aciertos. El egoísmo intelectual pareciera no ser exclusivo de los “escuálidos” o de la gente burguesa o proburguesa. Desgraciadamente, entre la gente de pensamiento socialista, contradictoriamente, está presente esa mala influencia social ya que les ha tocado vivir entremezclados y beber en las mismas fuentes con/de esos antivalores del egoísmo burgués.

 

[2] Este hallazgo se lo debemos a Karl Marx, El Capital, obra completa.



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Manuel C. Martínez


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