Bolivia

¿Qué representa el gobierno del MAS?

El arribo al gobierno de Evo Morales en la mediterránea Bolivia, como es señalado por la amplia mayoría de los periodistas y analistas políticos de todo el arco ideológico prácticamente sin excepción, se da en el marco de un proceso de “giro a la izquierda” en el conjunto de América Latina. Este “giro a izquierda” responde a un fenómeno de rechazo de masas a las políticas neoliberales, radicalización de la lucha de clases, nuevas formas de participación social y popular, así como de una implosión de los sistemas políticos y los partidos tradicionales y el surgimiento de nuevos liderazgos y formaciones políticas.

Aunque indudablemente el fenómeno tiene un carácter continental, presenta de todas formas importantes divergencias según regiones y países.

Sintéticamente podemos decir que en países como Uruguay y Brasil el giro a izquierda se expresó por la vía exclusivamente institucional, a través del FA y el PT respectivamente, que se impusieron electoralmente a los partidos tradicionales. En el marco de que el movimiento popular y la clase trabajadora se encontraban en un reflujo importante en estos países, los resultados están a la vista, con gobiernos que en lo fundamental son pro-imperialistas y continuistas en la política económica e incluso tienen gestiones corruptas. Países como Argentina podrían ser ubicados en un lugar intermedio, porque estuvo presente el fenómeno de la rebelión social, con el surgimiento de nuevas formas de acción popular y de importantes vanguardias como el movimiento piquetero, las asambleas populares y las fábricas recuperadas; pero de todas maneras el “argentinazo” fue canalizado institucionalmente con relativa facilidad por un gobierno centroizquierdista y demagógico que logró restablecer en poco tiempo una fuerte estabilidad capitalista, sin dar grandes concesiones populares ni nada que se le asemeje.

En Venezuela se vive un proceso revolucionario que se ha profundizado en los últimos años al calor de la evolución de la situación latinoamericana, pero que tuvo su prematuro comienzo con el “caracazo” allá por el año 89, por lo que es un fenómeno bastante peculiar. En los otros países de la región andina, donde los estados presentan una fragilidad endémica y las burguesías una debilidad estructural, los procesos políticos y de lucha de clases han sido más convulsivos, aunque carezcan aún de expresiones políticas como sucede en Ecuador. Bolivia es la expresión más radicalizada y profunda de esta región, con un movimiento social potente y organizado que derrocó varios gobiernos en reiterados levantamientos nacionales y que tiene una serie precisa de demandas programáticas.

Las características de la lucha de clases y las realidades políticas de los distintos países le dan una fisonomía bastante heterogénea al proceso latinoamericano, y por ello desde el punto de vista de los gobiernos se presenta un arcoiris difícil de simplificar, que va desde gobiernos reaccionarios pro-yanquis como el de Uribe en Colombia y Fox en México, pasando por un centro neoliberal como es la Concertación chilena, gobiernos centroizquierdistas como Kirchner, Lula y Tabaré, hasta un nacionalismo de izquierda como el de Chávez, y posiblemente el de Evo Morales y el de Ollanta Humala en el Perú[1].

Evo Morales, entre las masas y el imperialismo

La aplastante victoria electoral del Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales, superando el millón y medio de votos y llegando de esta manera al porcentaje histórico de 53,74%, significa una contundente derrota política del imperialismo y la oligarquía local. La derecha y el imperialismo querían evitar a toda costa la llegada al poder de Evo Morales, ha quien ven como expresión de las luchas populares, de los cocaleros, de los indígenas y temen que sea presionado y actúe como rehén del movimiento de masas. En definitiva no lo consideran su gobierno bajo ningún aspecto y no es casualidad que durante años intentaron demonizarlo presentándolo como un “narcoterrorista”. Por eso apostaron “todas las fichas” a Tuto Quiroga, quien a través de la coalición Podemos lideró el reciclaje de viejos partidos presentando una candidatura de una derecha que pretendió mostrarse como “moderna y renovadora”, y que incluso durante la campaña electoral no tuvo decoro a la hora de hacer uso de cierto lenguaje populista a medida que la situación se le iba presentando cada vez más desfavorable.

De todas formas nadie esperaba una victoria por mayoría absoluta, que ni siquiera permitiera a la derecha la especulación sobre una segunda vuelta. Esta votación de masas por Evo Morales es el reflejo político de la emergencia de la Bolivia profunda, de millones de campesinos, indígenas y trabajadores que han participado de las luchas sociales de los últimos años y que comienzan a incorporarse a la vida política repudiando totalmente a los partidos tradicionales de la burguesía y su régimen político de la “democracia pactada”[2]. Lo realmente nuevo y significativo es que expresa un fenómeno verdaderamente de masas que incluye al conjunto de los explotados, lo que implica algo muy distinto a fenómenos de otros países que sin dejar de ser muy importantes no pasan de ser experiencias de vanguardias o en el mejor de los casos de sectores de masas. En estas condiciones la votación por el MAS y Evo Morales, más allá de sus limitaciones políticas, es una victoria que fortalece al movimiento popular frente al imperialismo y la oligarquía burguesa local; abriendo el calendario de la concreción de las reivindicaciones históricas, milenarias de los indígenas y campesinos, de la nacionalización de los hidrocarburos, la reconstrucción del sistema político nacional para erradicar la discriminación, el racismo y resolver los problemas fundamentales de los bolivianos; es decir una etapa que plantea nuevos problemas, desafíos y contradicciones.

Evo Morales es en cierto modo, como señalan muchos analistas, un producto de los Estados Unidos, más precisamente de su política de erradicación forzosa del cultivo de la hoja de coca. El desmembramiento social generado por el Decreto Supremo 21.060, que dio rienda suelta al neoliberalismo cerrando empresas estatales y realizando un ajuste enorme que significó el despido de decenas de miles de mineros y de fabriles, dio origen a re-localizaciones sociales. El movimiento cocalero se forja así a partir de la inmigración a las zonas rurales de los miles de obreros despedidos de las minas, que junto al campesinado local se dedicaron a explotar el rentable cultivo de la hoja de coca en la zona del Chapare. A fines de los ‘80, el imperialismo norteamericano empezó a llevar a cabo a través de la DEA lo que llamaban la “guerra contra las drogas”, por medios exclusivamente militares. Al calor de esta presión del imperialismo, el movimiento de los cocaleros se fue fogueando en una dura lucha social, siendo que además muchos de sus activistas ya tenían experiencia y una conciencia adquirida en sus años como obreros del combativo proletariado minero. A mediados de los 90, Evo Morales se proyectó como figura política alternativa a los partidos tradicionales desde su prestigio en el movimiento popular obtenido como líder sindical.

La agudización de la lucha de clases en los últimos años fue originando una ubicación cada vez más favorable para que el MAS se hiciera de la presidencia, como ya lo preanunciaba el gran crecimiento electoral del año 2002. En las elecciones de ese año la intervención “sucia” de los Estados Unidos a través del embajador en el país acusando a Evo de “narcoterrorista” no hizo más que multiplicar la votación por el MAS, que dio la sorpresa superando el 20 por ciento de los votos e incorporando al Parlamento a 35 diputados de origen campesino e indígena. A medida que el proceso de movilización popular se desarrollaba y radicalizaba, el MAS se fue consolidando como la fuerza política hegemónica, a pesar (o quizá por ello precisamente) de que Evo Morales fue el más tibio a la hora de fomentar las movilizaciones y los bloqueos y negoció permanentemente con la burguesía y la derecha salidas constitucionales pactadas. Este proceder respondió siempre a la estrategia política de Evo Morales de llegar al poder por la vía exclusivamente electoral.

Particularmente, la actuación de Evo Morales y el MAS durante la rebelión popular de octubre de 2003 y durante la efímera presidencia de Carlos Mesa, fue verdaderamente pérfida. Cuando empezaron los sucesos de octubre, Morales estaba de gira reuniéndose con los representantes de la tercera vía de la Europa liberal. Luego volvió y se sumó a último momento a la rebelión popular ya en curso. Su ubicación política no impidió de todos modos que las bases del MAS y particularmente los campesinos y cocaleros hayan participando masiva y activamente de la insurrección popular contra el gobierno asesino y proimperialista del “gringo” Sánchez de Losada. Posteriormente, Morales apostó a la asunción del vicepresidente y fue él el principal sostén del gobierno de Mesa. En los sucesos de junio y julio de 2005 nuevamente, Evo Morales le retiró su apoyo a Carlos Mesa sólo una vez que el levantamiento popular se había desatado, impulsado por la vanguardia organizada en la COB, la COR y las Fejuve, que volvieron a colocar la agenda de octubre en las calles, mientras que Morales la había archivado siguiendo con su estrategia fundamentalmente electoralista y reformista. En medio de movilizaciones de masas impresionantes, que establecían una relación de fuerzas que permitía hacer abdicar a la derecha e imponer una Asamblea Constituyente, el MAS nuevamente apostó a una salida constitucional; cuya expresión concreta en esta oportunidad fue aceptar la promesa de elecciones adelantadas, luego de que se evitó mediante los cortes de carreteras y la movilización la llegada al poder de Vaca Diez, el candidato de la derecha camba, y la sucesión quedó a cargo de Eduardo Rodríguez el presidente de la Corte Suprema.

La votación de masas por el MAS, que hizo campaña levantando las demandas populares; nacionalización de los hidrocarburos y Asamblea Constituyente, ratifican que durante el 2005 era posible derrotar a la derecha mediante la movilización popular, como mínimo imponiendo una Asamblea Constituyente con el pueblo movilizado, lo que hubiese sido mucho más progresivo que una elección presidencial constitucional y una Asamblea Constituyente realizada pura y exclusivamente desde las instituciones estatales sin una participación activa del movimiento de masas, como probablemente sea la que se prepara para mediados de año.

Evo Morales jugó siempre como pivote entre las masas y la derecha local, alentando en algunos casos la movilización popular, reteniéndola, negociando y haciendo concesiones equívocas en otros. No parece muy verosímil ni aquella visión que considera a Evo Morales simplemente como una “distorsión” de la lucha de masas de los últimos años, ni tampoco aquella que lo adula sosteniendo que es lo máximo a lo que puede aspirar el movimiento popular. Como sea, de todas formas no quedan dudas de que actualmente es la fuerza política hegemónica en el movimiento de masas, y que expresa un movimiento nacionalista, democrático y antiimperialista muy profundo entre los explotados.

Hidrocarburos y nacionalización

Las masas bolivianas han tomado conciencia en el transcurso de la experiencia política y social de los últimos años, y fundamentalmente a partir de la “guerra del gas”, de que los hidrocarburos son un recurso estratégico de la nación boliviana. Así se ha llegado a la conclusión de que para que Bolivia deje de ser un país inundado de riquezas y de una pobreza extrema al mismo tiempo[3], los hidrocarburos deben ser recuperados para explotarlos en función de las mayorías nacionales, y no de un puñado de multinacionales como viene sucediendo hasta la actualidad. Además, la memoria histórica del pueblo boliviano no olvida que sus recursos naturales han sido saqueados desde tiempos coloniales, atravesando los ciclos de explotación y agotamiento de la goma, la plata y el estaño.

Si bien el neoliberalismo fue instalado en Bolivia a mediados de los 80, durante la gestión de Sánchez de Losada entre los años 93-97 este proceso fue potenciado mediante las leyes de capitalización que permitieron avanzar en la privatización no sólo de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales de Bolivia (YPFB, fundada en 1936) sino de los ferrocarriles, los servicios de agua y luz, la telefonía y hasta de la línea aérea de bandera. Durante la gestión anterior de Jaime Paz Zamora se había garantizado un marco jurídico para dar rienda suelta a la voracidad de las multinacionales mediante la Ley de Inversiones que disponía entre otras cosas el libre flujo de capitales, la homologación tributaria para empresas nacionales y extranjeras y la libertad para enviar las remesas al exterior.

Producto de que una serie de estudios en el suelo boliviano hacían prever la existencia de enormes reservas gasíferas, llegaron media docena de nuevas empresas multinacionales y las que ya estaban operando consolidan posiciones. A partir del año 97 se descubrieron en Bolivia una cantidad de reservas de gas de una magnitud tal que convirtieron a Bolivia en una potencia gasífera regional. De los 151,9 trillones de pies cúbicos (TCF) que existen en la región, el 36% es boliviano, el 24,2% argentino, el 13,2% venezolano, el 8,5% peruano y el 17,8% de Trinidad y Tobago. Pero además los pozos de gas en Bolivia son altamente codiciados por las multinacionales porque son de secano, lo que significa que pueden ser explotados inmediatamente, distinto de otros países como Venezuela donde el gas se debe explotar junto al petróleo[4].

Las multinacionales comenzaron a explotar estas enormes riquezas gasíferas en base a contratos leoninos que implicaban impuestos por un porcentaje ridículo del 18%. Durante el período neoliberal la oligarquía y el imperialismo se volvieron insaciables, por lo que las masas tuvieron que realizar luchas nacionales, derribar gobiernos y dejar un tendedero de muertos del movimiento popular, para que las clases dominantes concedan algo. Fue así que se llegó al referéndum de los hidrocarburos, donde ha iniciativa del MAS se votó un aumento impositivo del 18 al 50%. Tantos las empresas como el entonces presidente Mesa consideraron “confiscatoria” esta legislación, lo que desencadenó la crisis de junio de 2005 y la renuncia del presidente. Esta legislación no implica una nacionalización, sino simplemente el control del Estado del gas “en boca de pozo” y una suba de impuestos al 50%. Estos nuevos contratos petroleros son los que va a aplicar Evo Morales, y probablemente a su vez, comience a ensayar a través de la reestructuración de YPFB lo que hace Chávez con las empresas mixtas, donde comparte la explotación de los recursos naturales prácticamente “fifty-fifty” con las compañías privadas extranjeras. Este plan estatista-nacionalista del MAS es la única forma de poder aumentar los ingresos estatales para otorgar concesiones populares sin expropiar a las multinacionales, quienes de todas formas la tacharon de “confiscatoria”, aunque luego de la victoria del MAS, reconociendo la nueva relación de fuerzas la mayoría de ellas, como Petrobrás y la Repsol, ya han declarado que acatarán la nueva legislación. Tanto Morales como García Linera aseguraron que el nuevo gobierno defenderá la propiedad privada y que las empresas capitalistas tienen derecho a obtener beneficios, pero que para ello deberán aceptar los nuevos contratos o sino tendrán que abandonar el país. En este marco, un proyecto de verdadera nacionalización con expropiación y gestión obrera de los pulpos petroleros solo puede provenir de un proceso de mayor movilización, conciencia y organización revolucionaria de las masas.

La derecha y el separatismo oriental

Aunque la derecha y el imperialismo no están derrotados ni muchísimo menos, con el triunfo electoral del MAS han recibido una verdadera ’bofetada’ política. La elección fue histórica por varias razones. En primer lugar por la cantidad de personas que participaron del proceso electoral, que llegó al 84%, una cifra que no se registra en ningún país del mundo. Sectores de los explotados que en general son apáticos a la política y la participación electoral, se volcaron a votar masivamente por el líder indígena. Es la expresión del resurgimiento social y político de los sectores más explotados y oprimidos de la sociedad. Esta participación extraordinaria de los sectores populares, fue lo que permitió que Evo Morales superara lo que nadie esperaba, el 50% de los votos. La emergencia de las mayorías nacionales explotadas es tan categórica, que derrotaron a los partidos tradicionales incluso en su propio terreno, el de la “democracia pactada” y a pesar incluso de las “depuraciones” realizadas por la Corte Electoral. Por otra parte, la votación plebiscitaria de un 66,6% en La Paz refleja que sectores importantes de las clases medias votaron por el MAS, como lo demuestra por ejemplo que haya resultado ganador el candidato a diputado uninominal Guillermo Becar en la acomodada zona sur, donde se combinó el votos de sectores medios con el masivo apoyo de los campesinos de las afueras de la ciudad de La Paz.[5]. Las motivaciones del voto al MAS de sectores de las clases medias -como bien dice Stefanoni- fueron diversas, desde la demanda de cambio hasta un razonamiento curioso: “si gana un bloqueador quizás se acaben los bloqueos”. Incluso en este marco, no deja de sorprender la votación de un 33,17% en Santa Cruz de la Sierra y un 31,5% en Tarija[6], lo que le permitió al MAS obtener un diputado por cada departamento. La derecha aspiraba a consolidarse en la zona oriental para impulsar desde allí, como viene intentando hacer, un separatismo regional contra el poder central. Si bien la reacción ha ganado las prefecturas de Santa Cruz y Tarija, la excelente performance del MAS en su propia tierra no era lo que esperaba para establecer una relación de fuerzas favorable para ejercer presión sobre el poder central. Además, esto en el marco de una derrota monumental en occidente y teniendo en cuenta que en el departamento de Santa Cruz la Corte Electoral hizo una depuración fenomenal en la colonia de San Julián y el Plan Tres Mil que se sabe son lugares que votan masivamente por el MAS[7], son todos datos que reflejan que las elites orientales que detentan el poder petrolero han quedado a la defensiva. La nueva burguesía oligárquica santacruceña no quiere ceder absolutamente nada, lo que significa que va a tener tensiones permanentes con el gobierno del MAS y aunque ha quedado un poco más debilitada luego de la paliza electoral, su poder económico continua intacto y va a seguir alentando y amenazando con el separatismo regional como un método de extorsión.

No es algo nuevo en la historia boliviana el chantaje “separatista” cruceño de las clases dominantes cuando la clase obrera y el movimiento popular occidental comienzan a radicalizarse. Durante el gobierno de Torres y el surgimiento de la Asamblea Popular, en los meses previos al golpe comandado por Bánzer, Paz Estensoro y los norteamericanos y brasileños, la derecha ya venía “calentando” el ambiente con una campaña separatista, regionalista y racista[8]. La experiencia histórica enseña que un operativo separatista alentado desde la zona chaqueña y amazónica iría directamente enlazado con un plan golpista de conjunto, que si bien parece improbable en el corto plazo, no puede descartarse de ninguna manera como posibilidad. No son buenos indicios tanto las actitudes implacablemente represivas que ha tenido la amplia mayoría del ejército nacional durante las últimas rebeliones populares, como la ubicación de una base militar estadounidense en la frontera con Paraguay. La fuerza de la reacción proviene en primer lugar de su base económica, por lo que el control de los pozos petroleros y la confiscación de tierras para repartirlas a los movimientos campesinos, serían las primeras medidas serias orientadas a neutralizarla. Además, los movimientos sociales deberían presionar al gobierno para que realice una verdadera depuración del ejército, que comience en primer lugar por juzgar y encarcelar a todos los militares y sectores civiles implicados en la muerte de luchadores populares; así como en avanzar en el armamento popular para defender el proceso y al gobierno de eventuales planes golpistas, para evitar las matanzas en el campo, para la defensa de los barrios y para que nunca más un campesino o un minero sea asesinado como ocurrió bajo los gobiernos anteriores. Si no se avanza en el armamento de masas, y esto es lo que reformistas y gradualistas parecen empecinados en negarse a aprender de la historia, se corre el riesgo de repetir la historia trágica de gobiernos con apoyo popular como el de Allende en Chile[9] o el de Torres en la Bolivia de los años 70.

Los movimientos sociales y la clase trabajadora

La experiencia de los movimientos sociales bolivianos de los últimos años quizá sea la más radical y profunda, como práctica de base y auto-organizada, de todo el continente. A partir del año 2000 se abrió una nueva fase de la lucha de clases que comenzó como un proceso fundamentalmente rural y local, y con el tiempo fue tomando características más urbanas y adquirió una proyección política nacional.

Los movimientos sociales conformados al calor de la lucha contra el neoliberalismo tienen nuevas características históricas, producto de la reestructuración material, económica y social, que ha transformado profundamente a Bolivia a partir del año 85. El despido masivo de mineros y fabriles durante ese año desmanteló la base de la vanguardia histórica del movimiento popular, la Central Obrera Boliviana. La desaparición de las grandes empresas públicas y privadas con obreros sindicalizados y de contrato fijo implicó el derrumbe de la fuerza social de la COB, cuya influencia ha quedado reducida a la organización de algunos sectores de la clase trabajadora, entre los que se destacan los trabajadores del magisterio y la salud y los mineros de Huanuni, la última empresa semi-estatal[10].

El corte que dio impulso al proceso de recomposición social y política de las masas, comenzó con la llamada “Guerra del Agua” que expulsó a la norteamericana Bechtel de Cochabamba en abril del 2000. Esta experiencia fue el preanuncio de lo que sucedería a nivel nacional, porque combinó en una lucha por la defensa de los recursos naturales y contra la privatización de la vida social a sectores rurales y urbanos, obreros, jóvenes desocupados, campesinos e indígenas; aunque todavía sin poder superar el ámbito de una lucha meramente regional. Las movilizaciones y bloqueos de septiembre-octubre de ese mismo año anunciaron la definitiva emergencia del campesinado como actor social de masas, principalmente indígena-aymara, a través de la CSUTCB[11] y de las organizaciones cocaleras de los Yungas y el Chapare. Este resurgir de las luchas populares tuvo su expresión política en el progresivo deterioro de los partidos tradicionales y en el surgimiento de nuevas organizaciones políticas, cuya primera expresión nacional fue el empate técnico que logró el MAS de Evo Morales en las presidenciales del 2002 con Sánchez de Losada. El proceso de luchas sociales continuó en febrero de 2003 con la rebelión contra el “impuestazo” y dio un salto cualitativo en el “octubre boliviano” del mismo año que derribó a Sánchez de Losada y empezó a unificar al movimiento popular tras las consignas de Asamblea Constituyente y la nacionalización de los hidrocarburos.

El salto cualitativo que implicó la “guerra del gas” estuvo dado principalmente por el papel de vanguardia asumido por las juntas vecinales de El Alto, en una lucha iniciada por los campesinos aymaras del altiplano en contra de la venta de gas a Chile. El papel asumido por la FEJUVE[12] y la COR[13] de El Alto fue un factor homogeneizador imprimiéndole a la lucha un carácter más urbano, nacional y político. Es que la combativa ciudad de El Alto es la expresión de la emergencia de una nueva clase trabajadora, que se ha hibridado con un movimiento popular donde conviven diversas identidades. “En su hibridez, El Alto contiene -y condensa- al conjunto de la nación plebeya que se articuló en torno a la “defensa del gas”, en un sentido histórico y político: allí están gran parte de los 24 mil mineros “relocalizados” por el decreto 21060 (1985) que cerró las minas de la Corporación Minera de Bolivia; los migrantes aymaras del Altiplano afectados por el minifundio y la pobreza de sus comunidades (incluyendo provincias con fuerte tradición de organización y autogobierno, como Omasuyos, y su capital: Achacachi); y un ejército de jóvenes, desocupados, trabajadores precarios y comerciantes informales que da cuenta de los procesos de desarticulación social, pérdida de certezas colectivas e hibridación entre trabajadores y desocupados, resultantes del ciclo de reformas “modernizadoras”, implementadas desde mediados de la década del 80 por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y los partidos de la “democracia pactada”, bajo el asesoramiento de los organismos financieros internacionales.”[14]. De ahí que parezca correcta la elección de la COR regional de actuar de manera subordinada y en conjunto con las juntas vecinales, dado que en El Alto se concentran identidades territoriales, étnicas, obreras e incluso aspectos rurales porque la mayoría de los alteños en época de cosecha van a trabajar al campo.

En rigor se ha desarrollado una proletarización creciente de la sociedad, pero sobre la base de una precariedad laboral y una desindicalización masiva. Esta realidad es la que impone que en la actualidad la perspectiva clasista esté más relacionada con una reconstrucción político-cultural[15] de una identidad proletaria heredada y experimentada en cuanto tal, que por un peso social objetivo debilitado en relación a las grandes concentraciones y núcleos fundamentales del viejo proletariado ya extinguido.

Nacionalismo, lucha social y estrategia política

El MAS no es una corriente histórica, como podía ser el antiguo ’nacionalismo revolucionario’, porque precisamente se ha convertido -en muy pocos años- en una fuerza de masas sobre las ruinas de aquel. El MNR, que fue el partido del viejo nacionalismo burgués de las décadas del 40 y el 50, presenta un derrotero análogo al del peronismo argentino, ya que pasó de ser el gobierno que forjó el capitalismo de estado ha ser la punta de lanza del neoliberalismo. El giro a la derecha del MNR en los años 60 cuando se impuso la línea de Silez Suazo y el acuerdo con los militares ganando a sectores del campesinado para una línea anti-obrera y reaccionaria, significó la separación de la estructura “emenerista” de la ’izquierda movimientista’ y en particular de su vanguardia minera. Pero aún así el ’nacionalismo revolucionario’ como ideología y proyecto de nación seguía siendo hegemónico entre las fuerzas obreras y populares. Así se volvió a manifestar en el proceso de los ‘70, cuando luego de romperse el acuerdo militar-campesino y de nacionalizarse la Gulf Oil, una vertiente radicalizada del ’nacionalismo revolucionario’ liderada por el general Torres surgió del seno del ejército y llegó al gobierno apoyado por el movimiento de masas. Aquí, si bien no existían milicias obreras que habían sido desarmadas a partir del año ‘64, la conciencia de clase de los trabajadores y los sectores populares era relativamente más avanzada que en la década del ‘50, lo que dio origen a la experiencia de la Asamblea Popular y a que el propio gobierno la reconociera y comenzara a hablar de transición al socialismo y a ofrecer mayoría de los ministerios a la COB. En ambos procesos la fuerza hegemónica fue el nacionalismo revolucionario, que respondía a una radicalización significativa del movimiento de masas pero sin llegar a articular una ideología y una política obrera revolucionaria. Aunque el proceso actual es menos radicalizado social y políticamente que los procesos mencionados y sobre todo es muy distinto desde un punto de vista histórico, responde a una lógica similar, en el sentido de que el MAS se ha transformado en una fuerza política de masas y ha llegado al poder producto de un proceso de radicalización de la lucha de clases, que refleja aspiraciones democráticas, nacionalistas y antiimperialistas de masas[16].

El proceso de desmantelamiento del capitalismo de estado y su paulatino reemplazo por el neoliberalismo, fue resquebrajando naturalmente al nacionalismo revolucionario como fuerza popular, al compás del debilitamiento estructural del aparato estatal-institucional; las estructuras sindicales y corporativas; y los partidos políticos tradicionales. El nacionalismo revolucionario tuvo su última experiencia durante el gobierno de Torres en los 70, y luego continuó un nacionalismo institucional y degradado con la UDP que se esfumó a partir del 85. A partir de entonces, el MNR se convirtió en un partido integrado al régimen político que sostuvo el neoliberalismo, completamente alejado de cualquier referencia popular.

Aunque es evidente que el MAS es subproducto de un movimiento de masas nacionalista y antiimperialista, todavía no está claro cual será su curso político, lo cual depende no sólo de su propia iniciativa sino de la dialéctica de las presiones del movimiento de masas y el imperialismo.

¿Retomará el gobierno de Evo Morales efectivamente un curso de tipo nacionalista y antiimperialista? ¿Será capaz de movilizar a las masas para enfrentar al imperialismo? ¿De ser así, se parecerá más a lo que históricamente fueron las direcciones pequeñoburguesas como el 26 de Julio cubano o el sandinismo, o lo que actualmente representa el nacionalismo de izquierda chavista? ¿O se consolidará como un partido nacionalista como fue el MNR, producto de un movimiento de masas, pero al cual se dedicó a congelar e institucionalizar de manera bonapartista?. Realmente es muy difícil saberlo, y por eso sólo se pueden abrir algunas hipótesis y esperar para ver como se desarrolla el proceso político. Por el momento, el gabinete de Evo Morales parece reflejar una perspectiva nacionalista desde el punto de vista económico y políticamente de mediación y conciliación de clases, e integración de los movimientos populares al Estado; mezclando figuras como Soliz Rada[17] (un viejo intelectual-técnico nacionalista desarrollista) con dirigentes de los movimientos sociales como Abel Mamani de El Alto y Casimira Rodríguez, dirigente del gremio de Trabajadoras del Hogar que ella misma ayudó a organizar y fundar.

Este nuevo gobierno de carácter nacionalista, tiene la particularidad de tener una composición campesina y plebeya, y la diferencia histórica de ser el primer gobierno encabezado por un líder popular de origen indígena. Hay quienes sostienen que el hecho de que el presidente y el gabinete tengan un fuerte componente indígena no tiene ninguna importancia y no asegura nada sobre el futuro político del gobierno[18]. Esta aseveración si bien advierte contra la superficialidad de cierto “romanticismo” que ronda la pluma de muchos periodistas e intelectuales “progres” y “multiculturales”; desde un unilateralismo de signo contrario corre el riesgo de recaer en una visión etnocentrista que no observe el carácter histórico que contiene desde un punto de vista tanto político como cultural la llegada al gobierno de un líder indígena. Quizá no signifique nada para muchos “izquierdistas”, pero eso no quiere decir que no lo sea para millones de obreros y sobre todo campesinos de origen indígena, lo que parece -dicho sea de paso- un poco más importante. Sostener que el hecho de ser indígena no garantiza nada desde el punto de vista de la orientación política es cierto sólo relativamente, porque la importancia de la identidad indígena debe ser interpretada concreta e históricamente, no en abstracto. En primer lugar porque en Bolivia el racismo blanco de la “republiqueta” fundada en 1825 es un elemento de opresión para la mayoría de los explotados bolivianos. Y además, en el proceso de la lucha de clases de los últimos años el rol de las comunidades indígenas no sólo le ha dado combatividad sino que sobre todo ha sido fundamental al momento de garantizar masividad, organización y persistencia en los bloqueos que paralizaron el país impidiendo la libre circulación de mercancías y servicios de transporte.

Evo Morales concentra su base social más importante en este masivo campesinado-indígena que puebla el territorio boliviano. También tiene base entre los trabajadores y “comerciantes” informales urbanos, así como en sectores nada despreciables de las clases medias. Esta influencia es la expresión de la capacidad del MAS para capitalizar políticamente la unificación que el movimiento social estableció a través de las demandas de Asamblea Constituyente y nacionalización de los hidrocarburos, en una perspectiva que aún desde un punto de vista reformista ha sido muy superior al estrecho horizonte tanto del sindicalismo combativo, pero en ocasiones sectario y vanguardista de Jaime Solares de la COB, como del nacionalismo aymará que predica Felipe Quispe, quien perdió la personería jurídica por reunir menos del 3 por ciento de los votos válidos.

Del millón y medio de personas que votaron por el MAS en todo el país, no todos han participado de las luchas nacionales ni son parte activa de las organizaciones populares, y en ellos posiblemente se ubiquen los sectores menos concientes del proceso. Por su parte, los sectores cocaleros son base privilegiada de Evo Morales, tienen una relación de años y depositan una confianza plena en quien consideran su líder natural y prácticamente indiscutido[19]. Al contrario, las bases que agrupan las FEJUVE y la COR de El Alto, así como la COB, han sido los sectores mas combativos e intransigentes en las luchas de los últimos años, y muchos de ellos tienen desconfianza en Evo Morales por su actitud conciliadora y reformista durante las rebeliones populares, aunque por lo pronto -como se puede comprobar en los altísimos porcentajes que obtuvo el MAS en El Alto, La Paz, Oruro y Potosí- votaron masivamente por su candidatura.

En política no existe la exactitud propia de los cálculos matemáticos, lo que limita la posibilidad de hacer pronósticos que no contengan un margen de error considerable. Pero esto no significa lo contrario, es decir que se pueda plantear que todo es igual de probable[20]. Evo Morales llega al gobierno como subproducto de la lucha popular, y aunque pretende ser moderado no puede defraudar a sus bases en algunos puntos claves: aumentar los impuestos a las multinacionales -lo que no es una “nacionalización” pero le permite aumentar los ingresos estatales-, convocar a la Asamblea Constituyente y terminar con las políticas de erradicación de la coca. Como hemos dicho, el MAS girará a izquierda o derecha en función de la presión que pueda ejercer el movimiento de masas y del espacio que le deje el imperialismo, y en ese sentido la existencia de un movimiento popular combativo y dispuesto a la lucha, y en particular de una vanguardia autoorganizada y radicalizada con cierta capacidad de movilización, hace prever que el gobierno de Evo Morales no puede “hacer lo que quiera”. Hay que tener en cuenta, además, que el propio MAS no es homogéneo y que hay muchos cuadros y militantes que no están dispuestos a aceptar una política demasiado conciliadora.

Pero mas allá de los vaivenes del gobierno del MAS, es imprescindible para el futuro de la clase trabajadora y el pueblo boliviano constituir un ala izquierda, consecuentemente socialista y revolucionaria, que al mismo tiempo que acompañe el proceso y haga frente único con el gobierno contra eventuales ataques de la oligarquía y el imperialismo, le exija cumplir la “agenda de octubre” y dispute hegemonía al reformismo y el nacionalismo de izquierda en los movimientos sociales[21]. Pero para ello hay que acompañar el proceso y la experiencia en su conjunto, sin sectarismo y con tácticas adecuadas para los distintos momentos políticos, so pena de recaer en un “radicalismo” superficial que conduzca inevitablemente a la esterilidad y que lejos de colaborar a estrechar los lazos entre las masas de explotados y la vanguardia combativa no hará más que ampliar la distancia existente, condenando a ésta al sectarismo marginal. Muchos sectores de la vanguardia obrera y popular boliviana tienen el mérito de pelear porque las organizaciones sociales y sindicales sean independientes del estado y del gobierno y por mantener la “agenda de octubre”, lo que es una cuestión de importancia estratégica ya que es lo único que puede impedir en última instancia que el proceso sea congelado e institucionalizado, pero al mismo tiempo sostienen en muchos puntos posiciones sectarias, vanguardistas y anti-políticas.

La perspectiva de intervenir solo en la lucha social y sindical, aunque sea desde posiciones más radicales, es una limitación muy importante, porque el desafío es proyectarse al plano político. Por ejemplo, la campaña electoral era una buena oportunidad para realizar una agitación de masas apoyando críticamente la candidatura de Evo Morales y el MAS, dirigiéndose de esta manera al conjunto del pueblo desde posicionamientos verdaderamente antiimperialistas, es decir, clasistas y socialistas. En este sentido es muy importante la posición de aquellos dirigentes sociales que sostienen la necesidad de construir un Instrumento Político de Trabajadores que reagrupe a la vanguardia en una perspectiva revolucionaria y de independencia de clase, para desde allí establecer un diálogo con el movimiento de masas y las bases campesinas del MAS.

ANEXO.

El “capitalismo andino-amazónico” de García Linera

Estado, política y economía

El flamante vicepresidente electo en la fórmula con Evo Morales, el intelectual Álvaro García Linera, ha declarado durante la campaña electoral que el proyecto del MAS es constituir lo que él denomina un tipo de “capitalismo andino-amazónico”. Como su función en el transcurso de la disputa electoral fue estrechar la brecha existente entre el líder indígena y sectores importantes de las capas medias de la sociedad, la moderación de su discurso en varias cuestiones responde en gran medida a la resolución de este problema político. Pero además, puesto que García Linera se ha transformado en el nuevo ideólogo del MAS, resume el proyecto estratégico de gestión estatal que pretende tener su próximo gobierno, que consistiría como él mismo explica en “...la construcción de un Estado fuerte, que regule la expansión de la economía industrial, extraiga sus excedentes y los transfiera al ámbito comunitario para potenciar formas de autoorganización y desarrollo mercantil propiamente andino y amazónico (...) Hoy pensamos que, al menos, podemos idear un modelo para que lo comunitario deje de estar subsumido de manera brutal a la economía industrial, evitando que lo moderno exprima y quite todas sus energías a lo comunitario, potenciando su desarrollo autónomo. Para ello contamos con el Estado y con el excedente de los hidrocarburos nacionalizados.

El triunfo del MAS abre una posibilidad -prosigue Linera- de transformación radical de la sociedad y el Estado, pero no en una perspectiva socialista (al menos en corto plazo), como plantea una parte de la izquierda. Actualmente hay dos razones que no permiten visualizar la posibilidad de un régimen socialista en nuestro país. Por un lado existe un proletariado minoritario e inexistente políticamente; y no se construye socialismo sin proletariado. Segundo: el potencial comunitarista agrario y urbano está muy debilitado. (...) Lenin proponía soñar con los ojos abiertos, lo que significa tener la capacidad de mirar el horizonte estratégico, pero saber manejar la táctica. El capitalismo andino-amazónico es la manera que, creo, se adapta más a nuestra realidad para mejorar las posibilidades de las fuerzas de emancipación obrera y comunitaria a mediano plazo. Por eso, lo concebimos como un mecanismo temporal y transitorio”[22].

El sociólogo Linera, que ha pasado en muy poco tiempo de propagar un autonomismo indigenista basado en las teorías de Negri y Holloway ha abrazar el estatismo capitalista, desarrolla una serie de argumentos interesantes de porque él se decide por la “táctica” de apostar a un desarrollo capitalista para la Bolivia de las próximas décadas. Dicho sea de paso, con este discurso García Linera ya le está dando a su gobierno un carácter ideológicamente más conservador que el de Chávez, porque aunque sea desde un punto de vista abstracto y retórico el presidente venezolano ha iniciado el debate sobre el “socialismo del siglo XXI”, lo que contribuye -aún de forma contradictoria y confusa- a relanzar el ideario socialista.

La apuesta de Linera consiste en retomar el viejo capitalismo de Estado, que se inició en los años 30 con los militares nacionalistas y se potenció luego de la revolución del 52, y fue sistemáticamente desmantelado por el neoliberalismo que comenzó a instalarse desde mediados de los 80. El capitalismo de Estado de los 50 con el nacionalismo revolucionario en el poder, que incluyó la nacionalización efectiva de las minas de estaño y una reforma agraria, fue el reflejo de la mayor relación de fuerzas impuesta por las masas bajo el modo capitalista de producción. El capitalismo de Estado cumplió un doble papel de respuesta al atraso boliviano. En primer lugar, fue la forma de encarar un proyecto capitalista nacional desde el Estado porque no existía una burguesía orgánica que pudiera llevarlo a cabo. Así el capitalismo fue consolidado casi pura y exclusivamente desde el aparato estatal. Por otra parte, la centralización estatal de la economía fue la forma de fortalecer relativamente un andamiaje estatal e institucional históricamente débil, de características “orientales”[23] para usar un término gramsciano, más aún frente al doble poder establecido por las milicias obreras de la COB posteriormente a la revolución del 52. Bajo el régimen del capitalismo de Estado, el gobierno nacionalista del MNR, trabajó sistemáticamente para desarticular y derrotar políticamente el doble poder impuesto por la COB, lo que implicó en primer lugar la progresiva reconstrucción del ejército burgués regular. Este proceso culminó hacia 1964 con una victoria política de las clases dominantes, que ganaron para si al campesinado y sellaron una alianza social reaccionaria contra el proletariado.

Es decir, que más allá de las conquistas indiscutibles que significaron para la clase obrera y los campesinos bolivianos la nacionalización de la economía y la reforma agraria, dada la incapacidad del proletariado de conquistar el poder y dirigir políticamente este proceso, a mediano plazo la burguesía y el imperialismo derrotaron a la clase trabajadora. Esta experiencia histórica permite ver la relación dialéctica que existe entre política y economía, y entre tareas democrático-burguesas y socialistas. Garcia Linera apunta a un problema real, en este estricto sentido, cuando señala que el “capitalismo andino-amazónico” es una cuestión táctica[24]. Porque en los países semi-coloniales y en particular en algunos particularmente atrasados como es Bolivia, hay muchas tareas de carácter nacional democrático-burgués que están inconclusas todavía; pero que no pueden ser realizadas más que mediante un proyecto socialista. Incluso más, luego del “estado mínimo” neoliberal, la recuperación de espacios de la economía capitalista por el Estado constituye un proceso progresivo y de conquistas parciales que son siempre importantes. Pero aún así es indudable que no existe ninguna posibilidad de desarrollo nacional de las fuerzas productivas sino se parte de expropiar a las empresas capitalistas que realizan una explotación mercantil de los recursos naturales y sectores estratégicos de la economía, que deben ser explotados en función de las necesidades sociales y naturales, y no mediante la lógica depredadora del mercado capitalista.

Pero el problema es sobre todo político, porque la cuestión no es sólo qué tareas deben ser llevadas a cabo, sino por quién y de que forma. Así el proyecto de reflotar el capitalismo de Estado de García Linera y el MAS constituye no una opción táctica sino estratégica porque pretende reflotar la repetición de un fracaso histórico; que consiste en la artificialidad de realizar desde la gestión del Estado capitalista lo que una burguesía (anti)nacional, retrógrada y proimperialista es completamente incapaz de llevar a cabo por su condición históricamente caduca como clase social progresiva.

En Bolivia sucede lo que señalaba agudamente José Carlos Mariátegui para el Perú, es la historia de un doble fracaso: el de la construcción de una nación y de un desarrollo capitalista moderno. El peso del colonialismo en la formación económica y unas clases dominantes sin “espíritu capitalista” bloquearon la posibilidad de un desarrollo capitalista progresivo. El proyecto de reconstruir la Nación se imbrica entonces con la necesidad de construir el socialismo y la vía política de su realización es la acción de las fuerzas populares mediante la unión revolucionaria de obreros y campesinos[25].

Las opciones estratégicas son, entonces, políticas. Linera y el MAS han optado por el camino del salvataje estatal a la caducidad histórica de las clases dominantes, cuando el único camino verdaderamente nacionalista y antiimperialista consiste en reconstruir la nación boliviana sobre nuevas bases sociales, a través de la proyección política revolucionaria de la clase trabajadora y los millones de campesinos e indígenas pobres.

Buenos Aires, 16 de febrero de 2006


Notas:

[1] Ollanta Humala aún no es gobierno y ha soportado una campaña mediática permanente en su contra, fundamentalmente de parte de la derecha que pretende favorecer a la candidata neoliberal y proimperialista Lourdes Flores de cara a las elecciones de abril, que todavía es la mejor posicionada a pesar de que Humala creció rápidamente en las encuestas con su discurso nacionalista antineoliberal. El caso de Ollanta Humala viene suscitando una serie de discusiones, porque su origen como fundador del movimiento castrense “etnocacerista” le da a su liderazgo un carácter confuso e incluso un tanto “oscuro” por ciertas prácticas mafiosas del mismo. Desde distintos sectores, se lo caracteriza como un “nacionalista de derecha” e incluso se lo ha tachado directamente de “fascista”; lo que parece en principio un tanto exagerado. Pero más allá de estas especulaciones, el hecho político es que Humala ha crecido en las encuestas y se ha transformado en un referente político nacional a partir de sus posicionamientos nacionalistas, antiimperialistas y antineoliberales, y más específicamente declarándose aliado de Chávez y Evo Morales. Humala sostiene que su nacionalismo puede albergar a sectores derecha, producto de que sectores del empresariado nacional están a punto de desaparecer por las políticas neoliberales y a pesar de ser de derecha se verían entonces identificados con un proyecto nacionalista. Al mismo tiempo, se declara ideológicamente más cercano a los legados de Haya de la Torre y Mariátegui que al nacionalismo de Velazco Alvarado.

[2] Se denomina así al pacto que hicieron los partidos tradicionales mediante el cual para llegar a la presidencia se debe obtener más del 50% de los votos o en su defecto decide el Congreso quien es el presidente, lo que siempre permitió acuerdos entre los partidos tradicionales para evitar la llegada al poder de cualquier candidato que no estuviese debidamente integrado al régimen político.

[3] El 67% de la población es pobre, el desempleo ronda el 9% y la desigual distribución del ingreso provoca que el 10% más rico se queda con el 32% y el 10% más pobre capta sólo el 1,3%. Revolución democrática en Bolivia, Pablo Stefanoni, Le Monde Diplomatique, Enero 2006

[4] La lucha por la nacionalización de los hidrocarburos, Walter Chávez, La Insignia, Bolivia, 6-7 de junio de 2005.

[5] Revolución democrática en Bolivia, Pablo Stefanoni, Le Monde Diplomatique, enero de 2006.

[6] Cálculos propios sobre la base de los datos publicados en el Acta de Cómputo Nacional Elecciones Generales 2005 de la Corte Nacional Electoral, www.cne.org.bo.

[7] El nuevo mapa político boliviano, del Centro de Documentación e Información Bolivia - CEDIB, www.inprecor.org.br.

[8] Veáse para más información El poder dual en América Latina, René Zavaleta Mercado, Siglo Veintiuno Editores, primera edición 1974.

[9] Luego del fallido golpe en julio de 1973 conocido como el “tanquetazo”, las fuerzas populares organizaron una movilización de masas frente al Palacio de la Moneda que exigía mano dura con los sectores civiles y militares comprometidos con la intentona golpista, la disolución del Congreso y la entrega de armas al pueblo. Es conocida la anécdota que cuenta que el propio Secretario General del Partido Socialista le dijo al oído a Salvador Allende “Hazles caso, Chicho, hazles caso!”. Allende se dirigió al público y sus primeras palabras que lo dijeron todo fueron: “Soy demócrata y moriré siendo demócrata”. En septiembre del mismo año el gobierno de Allende fue derrocado y se desató la sangrienta dictadura de Pinochet.

[10] Bolivia, un laboratorio de inclusión democrática, Álvaro Garcia Linera, Le Monde Diplomatique, Julio 2005.

[11] Siglas de la Central Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia.

[12] Federación de Juntas Vecinales.

[13] Central Obrera Regional.

[14] El Alto, ciudad aymará y rebelde, Pablo Stefanoni.

[15] Para abordar este problema teóricamente, véase La experiencia y el conflicto en la identidad de clase, Jorge Sanmartino, en Revista Socialismo Revolucionario Nº2, Enero de 2005.

[16] Las diferencias históricas son tajantes, teniendo en cuenta por ejemplo, que Víctor Paz Estensoro del MNR ganó las elecciones en el año 51 con 54.000 votos -no votaban los analfabetos, es decir, la amplia mayoría de los indígenas- mientras que Evo Morales lo ha hecho con más de 1.500.000. Pero el proceso revolucionario del 52 a pesar de su radicalidad que implicó nada más ni nada menos que una situación de doble poder, tuvo sus desencadenantes en aspiraciones democráticas y antiimperialistas. La revolución de abril se desató particularmente por el fraude e intento de golpe realizado por la “rosca”. Fue la dirección de la clase obrera minera, que años antes había votado las Tesis de Pulacayo, lo que radicalizó el proceso y lo desarrolló en un sentido clasista. Y la debilidad estatal-institucional desencadenó un desplome muy rápido del aparato estatal y represivo. Aún así, las expectativas en el gobierno del MNR eran hegemónicas incluso entre la clase obrera y por ese motivo fundamental el gobierno pudo limitar la revolución a un proceso nacionalista-burgués. En este sentido las discusiones en el trotskismo sobre la “responsabilidad” del POR en que el proletariado no allá podido tomar el poder, más allá de la certeza de tal o cual posición, omiten esta realidad.

[17] Las diferencias del gabinete con gobiernos como los de Argentina, se pueden ver por ejemplo en que el nuevo ministro de hidrocarburos ha acusado a Néstor Kirchner de ser “vocero de la Repsol” desde sus columnas periodísticas en reiteradas oportunidades.

[18] Decir simplemente "yo soy indígena o vengo de orígenes humildes o populares", no garantiza nada, entrevista con James Petras, Efraín Chury Iribarne, en www.rebelion.org.

[19] Lo cual no quiere decir que no ejerzan presiones como se puede comprobar actualmente por parte de las federaciones cocaleras con el pedido de expulsión de la DEA y demás agencias estadounidenses de la zona del Chapare, demanda que por el momento no ha sido cumplida por el gobierno.

[20] Esto es muy típico en los análisis de ciertas corrientes de origen trotskista, que en función de “atajarse” barajan todos los escenarios posibles. Así, por supuesto, siempre pueden decir después que “acertaron” y se “cumplieron sus pronósticos”, al igual que un jugador de ruleta puede decir que “acertó” luego de haber apostado en todos los casilleros. Pero esto tiene como trasfondo contradicciones teóricas propias de un marxismo de tinte espontaneísta. Porque los mismos que consideran que la posibilidad de un gobierno revolucionario de obreros y campesinos está siempre presente, y no se concreta por la “traición” permanente de las direcciones sindicales y políticas, consideran al mismo tiempo que esas mismas masas que iban a conformar el hipotético gobierno revolucionario pueden ser fácilmente “engañadas” por un reformista rematado. ¿Es dialécticamente lógico que las mismas masas, con el mismo nivel de conciencia, estén tan sujetas a sus direcciones que sea igual de probable la posibilidad de que hagan una revolución proletaria y dirijan un Estado revolucionario, a que sean engañadas por todo tipo de reformistas?. Acá se deja traslucir una interpretación profundamente espontaneísta y anti-hegemónica de la dinámica de los procesos revolucionarios y la constitución de los sujetos históricos, donde siempre se combina una visión tan maquiavélica de los dirigentes como idealizada del movimiento de masas.

[21] En este sentido, para nosotros es un buen ejemplo la posición que han adoptado en Venezuela los dirigentes clasistas de la UNT .

[22] El “capitalismo andino-amazónico”, Álvaro García Linera, Le Monde Diplomatique, enero de 2006.

[23] “En Oriente, el estado lo era todo, la sociedad civil era primitiva y gelatinosa; en Occidente existía una relación apropiada entre estado y sociedad civil, y cuando el estado temblaba, la robusta estructura de la sociedad civil se manifestaba en el acto. El estado sólo era una trinchera avanzada, tras la cual había un poderoso sistema de fortalezas y casamatas (...) La sólida estructura de las democracias modernas, tanto como organizaciones del estado como en cuanto complejos de asociaciones en la sociedad civil, son para el arte de la política lo que las “trincheras” y las fortificaciones permanentes del frente son para la guerra de posición. Convierten el elemento de movimiento, que solía ser el “todo” de la guerra, en algo meramente “parcial”. Esta cuestión se plantea para los estados modernos, pero no para los países atrasados o para las colonias, donde todavía siguen en vigor formas que en todas partes han sido superadas y se han transformado en anacrónicas.” Antonio Gramsci, La política y el Estado moderno, editorial Planeta-Agostini. Más precisamente, “En Bolivia, la clase obrera utilizó con éxito una característica de la realidad que era la debilidad estructural del aparato del Estado, la débil articulación del sistema estatal, su falta de instalación precisa en el tiempo. Es una clase que creció a expensas del poder estatal de sus enemigos, aunque todavía, si así puede decirse, sin vencerse a si misma, o sea, sin pasar de su formidable fuerza espontánea a su organización como partido proletario.” El poder dual en América Latina, René Zavaleta Mercado, Siglo Veintuno Editores, primera edición 1974.

[24] No siempre las cuestiones meramente económicas son centrales en si mismas, sino que es fundamental en el marco de que proceso político y social son realizadas. Por ejemplo, León Trotsky, en su condición de miembro dirigente del gobierno bolchevique, sostuvo que el gobierno revolucionario se vio obligado a expropiar rápidamente por las necesidades de la guerra civil, pero que no hubiese sido lo mejor desde un punto de vista de una transición exclusivamente económica. Más aún, frente a la pregunta de un periodista norteamericano en marzo de 1918 de si la intención del partido gobernante era expropiar a los propietarios de las plantas industriales en Rusia, Trotsky respondió: “No, no estamos listos todavía para hacernos cargo de toda la industria. Esto vendrá a su tiempo, pero nadie puede decir cuán pronto. Por ahora, esperamos pagarles de las ganancias de una fábrica un cinco o seis por ciento al propietario sobre la inversión actual. A lo que apuntamos ahora es más al control que a la propiedad”. (Control obrero y nacionalización, entrevista con León Trotsky, en Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, compilación de escritos de León Trotsky, CEIP, Buenos Aires). Luego de la guerra civil, la implementación de la NEP, que daba lugar a cierto margen de libre mercado y acumulación para revitalizar las fuerzas productivas destrozadas por la guerra imperialista y la civil sucesivamente, fue una medida económica que puede ser considerada de orientación capitalista y de apertura al mercado mundial. Sin embargo, aquí la clave era el control de los trabajadores a través del Estado y del partido bolchevique. En este sentido la política “determina” la economía.

[25] Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, José Carlos Mariátegui, Editorial Gorla, Buenos Aires, 2005.

*Corriente Praxis, Argentina



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