Todo escritor
es una ventana al mundo; no sólo porque es capaz de entender las pulsaciones
de la sociedad, sino porque esas pulsaciones le afectan y le hacen sufrir.
Un escritor es un ser sensible, abierto totalmente al espacio donde
gravita, pero sobre todo, un escritor es un ser real, honorable…,
que trasciende.
Y esa capacidad
de trascender hace del escritor un ser vulnerable a ser atacado, vilipendiado,
golpeado, sacrificado. En una sociedad mediocre, como expresara el filósofo
argentino José Ingenieros, el intelectual es el personaje al que se
tiene que asfixiar, derrotar desde lo elemental que es cerrársele sus
fuentes de trabajo, hasta enlodarlo en las grietas de la confabulación.
El escritor siempre ha tenido el rótulo de estar comprometido con la
sociedad, pero la sociedad, manipulada en ocasiones, nunca se ha sentido
comprometida con el escritor.
A todas estas,
se inicia un año electoral interesante. Hay todo un esfuerzo, por ambos
sectores en confrontación política, por descalificar y exaltar posturas
de bando y bando. Pero el problema que se presenta es en lo vacío de
los discursos. La oposición ofrece estrategias capitalistas para salir
de los problemas endémicos de la sociedad; el gobierno, que mantiene
el poder desde 1998, ofrece profundización de la planificación centralizada
para darle mayor efectividad a la distribución de riquezas. En una
palabra, todos ofrecen “real” y poco se alientan en ofrecer trasformaciones
de fondo. Es muy probable que surjan quienes critiquen mi postura tildándola
de “anti” algo, pero lejos estoy de estar lejos del camino que asumí
hace ya unos cuantos años: anarquista libertario, y convencido que
el camino emprendido desde el 2000, con la nueva Constitución Nacional,
es el acertado para mi país.
A todas estas:
¿cuál es el discurso de fondo que hace falta? Para abordar la cuestión
del programa revolucionario, es necesario partir de preceptos políticos
muy básicos, ya que si bien todas las expresiones requieren de dar
un salto hacia el plano de lo programático, esto es particularmente
sensible para la transición a una Estado Socialista que despierte la
voluntad por construir una “plataforma” que aglutine a todo el colectivo
y no a grupos o subgrupos en el mapa político nacional. La transición
responde, sencillamente, a la pregunta de qué es lo que podemos ofrecer
al pueblo, contrario a la postura de los grupos de propaganda que no
pueden sino ofrecer una visión política e ideológica y en el mejor
de los casos algunas consignas, la organización política-revolucionaria
como línea de acción, como un programa, como una línea táctica,
una estrategia, pero vacíos de objetivos a corto, mediano y largo plazo.
Desde este
punto de vista, se hace necesario marcar un discurso político que supere
la limitación básica de una sociedad democrática en crisis que mejorará
con tal o cual líder; la organización que necesita un país en transición,
debe defender la necesidad de los sectores marginados y desfavorecidos,
pero también debe contar con estrategias para hacer de las luchas cotidianas,
un escenario de revisión, rectificación y reimpulso de todo aquello
que en el marco de las políticas públicas debe accionarse. La cuestión,
entonces, que debe plantearse en un año electoral es: ¿Podemos estar
contentos sencillamente con la propaganda? La propaganda ha sido necesaria
para construir un movimiento social democrático, pero no puede seguir
siendo el foco exclusivo del esfuerzo ¿Podemos estar contentos, con
toda honestidad, con ir detrás de lucha en lucha agitando nuestros
principios? A esta altura, se debe plantear buscar una línea de acción
y pensamiento estratégico, que le de coherencia a nuestra participación
(o no participación) en tal o cual lucha. Es hora de asumir responsablemente
la importancia del movimiento democrático revolucionario y trasformador,
sobre la base de una sociedad que lidere luchas en el marco de un ideal
de futuro que unifique la participación en las luchas por reformas
y cambios en el presente, como aspiraciones que nos inspiran.
Es hora de pensar qué tipo de sociedad, de país, queremos en los próximos, digamos, cinco años. O en cualquier lapso de tiempo concreto. Esta es la gran pregunta que nos debemos hacer de momento, cuya respuesta será de gran beneficio para nuestro movimiento y para hacer a nuestro anarquismo relevante para el pueblo hoy. No en la teoría, sino que en la práctica. El economista libertario Michael Albert, en una charla dictada en Dublín, hacía un comentario certero afirmando que el pueblo en su inmensa mayoría está de acuerdo con nosotros en nuestra crítica a los vicios del capitalismo. Muchos incluso estarán de acuerdo en lo deseable que es la sociedad socialista cuando ésta es explicada correctamente. Pero mientras no seamos una alternativa práctica, con propuestas muy concretas y factibles para el presente, que demuestren que el proyecto democrático revolucionario sí es viable, hay muchas oportunidades siempre y cuando los movimientos sociales expandan su círculo de influencia mucho más allá del mercantilismo electoral.