Preferencias

La hegemonía se juega pulgada a centímetro en cada resquicio de la vida cotidiana. La sensibilidad biopolítica de la gente, es el campo de lucha y la clave para hacer inteligible la legitimidad que otorgamos a cada fórmula política. Maffesoli apela a la figura de Tribus Urbanas, para mostrar la emergencia de nuevas formas de filiación que materializan y secularizan prácticas en habitus. Los políticos deberían entender eso. Lo que llamamos “estilos de vida”, no es más que la materialización de ciertos imaginarios portadores de representaciones del mundo y de las cosas, maneras de leer y encarar. Juicios, prejuicios, miedos, lugares comunes, frases hechas, tautologías, juicios enclasados (que expresan las opiniones de una clase distinta a la propia); búsqueda de condiciones materiales de vida a través de sueños y aspiraciones; tienen su expresión estética en gustos, consumos y modas.

Con Bourdieu, la forma distintiva del campo de producción de una hegemonía. Una subjetividad (siempre política) realizándose desde pasiones más o menos intensas, que se fijan a aspiraciones de clase y que tienen también, expresión política concreta en cada coyuntura. La hegemonía es un anaquel que brinda diferentes “conocimientos” disponibles, en un repertorio infinito cerrado de apelaciones para todos los “gustos”. Así, el deseo se aloja, siempre, en un mismo punto de vista. En términos políticos, se creará un cierto antejuicio, una cierta mirada sobre la cosa, que comenzará a actuar como una delgada película de teflón, de la que resbala cualquier argumento de fondo. No hay situación que defina con mayor claridad la pertinencia a una clase, que el lugar que ocupamos respecto a la propiedad. Sin embargo, Bourdieu va más allá: “No existe nada que distinga de forma tan rigurosa a las diferentes clases, como la predisposición objetivamente exigida por las decisiones y preferencias a la hora del consumo político… Allí, en el terreno de la hegemonía ideológica, se juega la suerte de todo proyecto revolucionario”.

Romper con los prejuicios residuales y los enjambres de valores dominantes movilizados, por ejemplo, mediante el miedo, es la tarea principal de los revolucionarios. Conducir la trayectoria de las elecciones aparentemente más inocuas, plasmadas en derivas, que incluso, se expresan en el performance y las técnicas de los cuerpos, es una necesidad de los tiempos que corren. Por eso, toda vanguardia debe preguntarse: ¿Qué tan distante estamos del mundo de los otros? ¿Dicha distancia es la manifestación objetiva de una contradicción en los modos de expresión? ¿Hemos logrado la identificación de clase, condición particular de existencia de nuestro proyecto? ¿Nuestra acción tiene un sello de clase que deje huellas de inscripción en las formas de aceptación y en los actos metafóricos desplazados de, por ejemplo, las clases medias? Hay que preguntarse también: ¿El “gusto”, expresión del deseo, y modo de clasificación de todo lo que se tiene y de todo lo que se es, de las clases subalternas, coincide con la manera como son percibidos nuestros dirigentes, para que se de la identificación? ¿Nuestro programa se sembró en el campo de prácticas que conforman los mundos visibles e invisibles de las clases subordinadas? Si no es así, no hay hegemonía y poco a poco, el espacio de las aspiraciones revolucionarias del pueblo, luego de un momento de auge y efervescencia, se irá desterritorializando, cediendo a la energía modeladora del atraso, persistente en la fuerza de la costumbre. Aquí no hay 5 millones de oligarcas

¿Entonces por qué la oposición permanece alrededor de esa cifra? Que cada quien se revise. Trotsky decía (Programa de Transición), que la decadencia recae en nuestros errores, y, es siempre, responsabilidad de la vanguardia.


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Juan Barreto

Periodista. Ex-Alcalde Metropolitano de Caracas. Fundador y dirigente de REDES.

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