La esperanza como problema político

Las perversiones, manías, trastornos y otros síndromes psicológicos tienen carácter político y pueden ser leídos en clave de diván así lo creía al menos Félix Guattari y Gilles Deleuze quienes en su anti-edipo hablan del capitalismo como esquizofrenia para Deleuze el carácter político de toda practica puede observarse desde la microfísica de lo individual hasta cubrir el abanico de los comportamientos molares colectivos. Así el devenir maniaco del hedonismo narcisista es propio también del fascismo, particularmente vampírico y venenoso en su vedetismo o la demagogia política que tendría su expresión como síndrome de mentiroso compulsivo. Son despliegues que complementan las compulsiones neuróticas, por ejemplo el comportamiento de ciertos y reducidos sectores de la clase media obsesionados por el orden que encubre su misantropía clasista o la de políticos que confunden el miedo y la apatía con la paz.

Recordemos que Deleuze trabaja de manera especial a Sade y a Masoch dándole el rango de pulsiones articuladoras del comportamiento social y de los dinamismos aberrantes en los que se torna especialmente pervertido el ejercicio del poder. Para este filosofo el contrato masoquista es una relación causal de subordinación en donde el masoquista no es exactamente un ser que quiera ser castigado sino que asume el castigo a titulo de condición previa, suerte de alcabala y no fin en si mismo, porque sabe que solo experimentara placer después del castigo . Es una relación premio-castigo donde uno y el otro no pueden ser capaz de separar y desagregar, desde aquí analiza entonces el comportamiento del pueblo alemán durante el régimen fascista, la veneración a un líder que propina simultáneamente castigo y premio, castigo y sacrificio como pre-condición para acceder al estadio de placer, de modo pues que el miedo se transforma en sumisión y resignación, de, "suerte de doloroso miedo agradecido".

Lacan, por su parte en su texto kant con Sade, ignora a Masoch y refiere que los personajes de Sade expresan una crítica al absolutismo, en él hay un rechazo al secuestro del significante AMO, el sadismo es el fin del bien platónico en donde la ley es la síntesis del bien común. El pensamiento irónico de Sade coloca la verdad de la ley del lado de la maldad. Sade reflexiona con humor "hay un retorno permanente de la ley al fantasma religioso, al dios supremo de la maldad que cosifica a todo lo que soporta el peso de la ley" (Lacan), el ser supremo de la maldad construyendo su goce aplicando su LEY sobre la negación de los seres jurídicamente creados, dirá Lacan "los tiranos nunca nacen en anarquía y uno los ve erigirse solo a la sombra de las leyes o basarse en ellas". Esto constituye la esencia del pensamiento de SADE su odio por el tirano. El tirano ejerce hablando el lenguaje de las leyes que hace e interpreta, no tiene otro lenguaje. Tiene necesidad de la sombra de las leyes, los héroes de Sade se encuartan investidos de una extraña anti-tiranía, hablando como ningún tirano podría hacerlo nunca, instituyendo un contra lenguaje. Por eso cuando las voces de la calle expresan un momento político se hacen libertarias, son anti-tiránicas y anti-masoquistas.

De manera que siguiendo esta indicación deleuziana de leer políticamente el psicoanálisis y viceversa o al estilo de Derrida de-construyendo políticamente a Lacan podemos aproximarnos a la nueva peste emocional (W.REICH) engendrado por el capitalismo. ¡Dios sea loado en sus paradojas! .recientemente apareció una noticia en la BBC de Londres que de ser contada sin recurrir a la fuente pasaría por una exageración o una mentira (Qué es el síndrome de la resignación, la misteriosa enfermedad que solo ocurre en Suecia. www.bbc.com o El misterioso coma de los niños de Suecia https://elpais.com )

Se trata del síndrome de la resignación aparecido en Suecia a finales de los años 90, este mal afecta a jóvenes exiliados en busca de asilo, que vienen de sufrir estados de shock postraumáticos, comienza de manera progresiva: indiferencia, desmotivación, aislamiento, soledad, frustración hasta llegar a la completa inhibición y a un estado de postración donde los individuos dejan de caminar, comer, hablar, ni siquiera pueden abrir los ojos, y pareciera que están ciegos, sordos y mudos, cuando los resultados y análisis clínicos arrojan un estado general saludable en el paciente. A estos individuos se les tiene que colocar pañales, como también sondas para alimentarse.

No se sabe a ciencia cierta que lo causa, pero pueden durar en este estado incluso años. Algunos pocos han logrado superar esta sensación y salir de este cuadro de encierro psicológico. En el Reino Unido en los años 90 se detecto un trastorno similar denominado síndrome de rechazo generalizado. La pregunta es: ¿puede transpolarse a toda una sociedad el carácter político del síndrome de la resignación?, es decir, ¿Puede la desesperanza apropiarse de la subjetividad política colectiva deshaciendo la constitución de los sujetos políticos? ¿Puede la resignación producir indiferencia, aislamiento, soledad y frustración que produzca una parálisis colectiva erigiéndose en la columna vertebral del comportamiento político colectivo?, ¿Quién sacaría provecho de tal contaminación, de semejante contagio que tendría como puente de partida la ruptura despolitizada con las construcciones de realidad dominante?

 

La política como producción de esperanza

Cuenta una leyenda roja, debidamente documentada por los historiadores, que Lenin convocó a una reunión urgente a sus colaboradores más cercanos. Nadie conocía las razones de aquella extraña invitación. Al llegar al kremnlin el último de los invitados, la concurrencia fue reunida y recibida con una copa de champagne. Por una puerta entró Lenin con una sonrisa, levantando su copa dijo: "Camaradas brindemos por la Comuna de París, nuestra primera inspiración, duró 72 días. Nosotros hoy cumplimos 73 en el poder. Ojalá ésta, nuestra experiencia, sea eterna esperanza para los explotados del mundo, pero por sobre todo, sea digna de orgullo para nosotros y ejemplo a seguir en el presente y el futuro, como La Comuna". Cuando Lenin murió, quiso ser enterrado con un pedazo de la bandera de Babeuf, la roja bandera de La Comuna de París. Lenin nunca perdió la esperanza revolucionaria de que algún día el reino de la libertad sepultara para siempre al reino de la necesidad.

Esta evocadora historia da cuenta de la esperanza que tenían estos hombres y mujeres en torno a la revolución rusa. "Temían al fracaso, pero no sabían qué hacer y por dónde comenzar", refiere S. Žižek en 20 lecciones leninistas. A estas alturas, ya sabemos qué pasó con la pretensión de construir un modelo de democracia directa desde la vida cotidiana; en qué vino a parar el proyecto de los sóviets, luego de la NEP y del imperio del estalinismo.

¿En qué consiste la esperanza leninista? En la posibilidad de que las masas salgan de la opacidad recuperando su voz y haciendo de esta voluntad de poder. Como anunciara Foucault, donde hay Poder hay Resistencia. Por eso surge la posibilidad de un modelo de democracia sin precedentes, desde una comunidad conectada en una red global de una multitud espontánea y creativa, capaz de resistir y de generar una alternativa al actual orden.

El proyecto de la multitud no es uno, es multiplicidad de multiplicidades, son líneas de fuga, campos de probabilidades. Un lugar de y para la diversidad, en donde sin dejar de ser diferentes podemos estar juntos desde la asimetría y el paralelaje que entraña la identidad de nuestras luchas y, de allí, la producción de nuestros significados que permiten articular, pensar, comunicarnos y actuar juntos, en red común, abierta y expansiva. Multitudes demoniacas. Lugar sin nombre –requisito indispensable para un exorcismo–. "Mi nombre es legión, porque somos muchos y distintos", le contesta enigmáticamente a Cristo el poseído. El endemoniado es yo y nosotros: Multi-tuto; multi-todo. Un atributo que supera cualquier posibilidad de cosificación. Legión es reunión para la guerra, es en sí misma una potencia capaz de actuar en común, de colaborar entre sí y de crear nuevos hábitos; es, por supuesto, una amenaza. Una fuerza maldita que teje su urdimbre en rizoma. Ante los teólogos cristianos y su esfuerzo por demostrar que hay un solo dios, surge la tensión de aquello que no se deja domesticar por el número, ni reducir a la nonada de lo uno. Lo dicho en singular es el nombre de la pluralidad que se niega al corte unisex, prêt-á-porter y talla única del modelo dominante y sus lógicas. No puede ser reducido lo inconmensurable. Unidad entre modo extenso y forma de expresión. El número es el principio del orden y la multitud se niega a ser contada, "¡Eso tiene que ser cosa del diablo…!", gritan los monoteístas. Los burócratas de todo signo, desde sus bien fundadas y conocidas ambiciones, no pueden tolerar aquello que les niega y acecha, aquel tormento que sobreviene de un fantasma como el del 27-F, por ejemplo, capaz de alterar lo privado y lo público. Ante tal pretensión de estallido, los dogmáticos apelan por el extremo centro: normalizar e institucionalizar, liquidar cualquier posibilidad de revuelta, gritan "¡Anarquía, anarquía!" porque no entienden la relación entre poder y potencia y las formas autónomas del sujeto que de esta tensión emanan. ¿Será posible proyectar desde tal autonomía una nueva soberanía capaz de regirse a sí misma, e ir más allá de sí misma? Los burócratas monoteístas sienten escalofríos en la nuca cada vez que la multitud se muestra en la calle, más allá del concepto.

Podemos resumir la pesadilla de las multitudes de esta manera: Fiódor Dostoievski escribió en 1873 Los demonios. Infección proliferante. Fuerza oscura y siniestra la que se cierne sobre Moscú (¿será una visión premonitoria del futuro bolchevismo, en clave jungiana?). Siervos recién emancipados reclaman tierras y comida, el orden reinante se hunde poco a poco. Las buenas y decentes personas comienzan a comportarse como poseídos. Una siniestra conspiración subterránea está en marcha. ¿Seremos nosotros los cerdos en los que entraron los demonios luego que Cristo exorcizó al pagano? ¿Correremos igual suerte que ellos, corriendo en estampida hacia un abismo? ¿Serán los medios el exorcismo cotidiano que necesita la multitud de cerdos para mantener amarrados sus demonios?

Entender la naturaleza e intención de esos demonios nos acerca de nuevo a Marx, quien en su introducción a los Grundrisse de 1859 nos habla de: 1. Comprensión de las tendencias históricas; 2. Abstracción real; 3. Situarse en cada antagonismo y descifrar sus contradicciones; 4. Leer los lenguajes que de ello se deriva, es decir, con Foucault, establecer las formas de poder-saber-subjetividad; saber-poder-lenguaje, presentes en cada nuevo texto de la realidad. Dar con el modo de producción de subjetividad de donde derivan las condiciones de una hegemonía. Periodizar y jerarquizar todo esto, es lo que Marx denominaba Método. Suerte de ontología de las prácticas y los conflictos, las crisis y los desequilibrios. "La importancia de Marx y Lenin en la teoría del conocimiento, estriba en haber impuesto definitivamente el punto de vista de lo concreto productivo que capta a lo concreto como productividad social. La eminencia de la inserción de la subjetividad productiva (el General Intellect de la clase) es fundamental", dice Negri (2006: 228). Lo que más tarde Foucault llamará "colocarse sobre el terreno". Para Marx la crítica al capital es poner en crisis los discursos que legitiman y materializan la metafísica del mercado y ésta es la relación entre lo abstracto y lo concreto. "Como no emocionarse ante toda esta objetividad"

Es crear una lengua extranjera que desmonte el gran relato civilizatorio del mercado. Esa lengua debe explicar que no hay punto fijo y único para comenzar las transformaciones y que el sujeto no es cosa sino la genealogía de un devenir, los instantes acontecimientos de un proceso son los distintos momentos del sujeto.

En El testamento del doctor Macube (1931), Friz Lang muestra a un personaje perseguido, acosado por una voz que entona palabras extrañas e intrusas que resuenan desde un cuarto, una pared, aquí y allá; asaltando la tranquilidad de "la normalidad". Aquel hombre echará mano de un exorcista, la casa está embrujada, como en un cuento de Poe, hay que salir, pero la voz persiste en su persecución. Ahora reaparece en cada estancia que ocupa aquel hombre. Lo dicho localiza al sentido al interior de un orden de delimitación. Dicho orden es de suyo una "presencia". Un predicado sin el cual no hay sujeto y este predicamento, como el verbo, organiza la acción y los creyentes saben que primero fue el verbo. Para Ridley Scott, en Aliens (1983) se trata de una presencia extraña y metafórica, es el mal que no sabe de sí mismo; suerte de forma de vida autónoma y paradójicamente parásita, como la voz, el lenguaje y el sentido. Exterioridad interior que nos produce claustrofobia. También, en La cosa, de John Carpenter (1973), hay un "algo" que se opone al vacío. Un ente que se designa desde el significante mismo y que se niega a ser nombrado; lo cual produce terror. Los que se asomaron alguna vez al cine y vieron Tiburón, de Steven Spielberg (1975), saben de qué les hablamos. Ninguno de estos filmes admite secuela aunque todos tienen. Son crónicas de la singularidad. Un poco más allá, tenemos a Groucho, Harpo y Chico. Siempre alguno es Ello en estado puro; inocencia primitiva y salvaje y sin palabras que apenas se comunica (¿?) y si lo intenta usará una cornetica para sustituir o más bien transformar el sentido en gesto, por el ademán, erosionando, disolviendo siempre cualquier solemnidad. La sensibilidad del arte siempre ha estado pendiente de estas cosas.

Habría que hacerle una claustrofobioscopia a aquellos conceptos que hoy sirven de cárcel y manicomio. Lugares vacíos que ya no explican nada, significantes flotantes que en su vaciamiento se extraviaron, pero que se erigen como fronteras, como límites de aquello, de lo otro que aspira a la insurgencia emergente. Un estudio del punto crítico y de agotamiento de los conceptos que pasan a ser lugares del sentido que en su terquedad terminan como el sombrerero loco de Alicia, perdiendo todo sentido; sitios que se oponen inútilmente a las nuevas anomalías salvajes del discurso. Nos referimos a las nuevas voces que comienzan a ser pronunciadas por las prácticas. Ruidos que se instalan en las certezas, sembrándolas de fecundos y creativos momentos de duda y re-flexión; momentos de desplazamientos telúricos que van creando el conatus de nuevas zonas de reconocimiento desde donde respirar y resistir, para asediar al capital y sus lógicas. Después de todo, los conceptos son tan sólo palabras que surgen desordenadas y que alguien coloca sobre la mesa en una conversación, alterando el curso de los significados. Así, aparece de cuando en cuando Babel, haciendo ininteligible aquello que antes era un credo compartido.

La voz del poder y su ley intentan acallar estas voces balbuceantes que ya no entienden nada del lugar del poder y de los temas que habla, es el momento del quiebre el nacimiento de la nueva lengua, como por ejemplo cuando apareció en el escenario político Chávez re-significando la cosa política y en este mismo movimiento fundando una esperanza. Esto nos demuestra que los concepto a veces envejecen y pasan a ser como la toz, golpes de voz que no tiene nada que ver con lo Real ni nada que significar. Deleuze recomienda, a propósito de la lectura del sentido, que nunca nos preguntemos qué cosa quiere decir un concepto, sino a qué situación remite; habla de las conexiones y de las energías que portan, que dejan o no pasar bien esto, bien aquello. Una palabra es el golpe de voz que va ocupando los espacios de silencio dejados por conceptos y categorías que piden urgente reemplazo. Palabras del lenguaje ordinario, resignificadas por el clima de los tiempos que corren. "Pero si esto es cierto, sólo la ética de los discursos –como ciencia de la liberación, de la constitución de las prácticas del mundo– puede refundar al lenguaje de manera adecuada", asegura Negri (1993: 28). Prácticas y discursos que no salen a la luz inmediatamente, que se mantienen sumergidas y ocultas por la opacidad que produce la fetichización del valor sobre la cosa, pero que de cuando en cuando se hacen plano de consistencia de una línea de visibilidad que sacuden los cimientos petrificados. Como el gato de Alicia, que promueve alguna clave y luego desaparece estando allí. Suerte de universo paralelo de las representaciones, que con su gravedad invisible afecta el devenir. Segunda voz o dimensión adicional del sentido, que se superpone al acontecimiento. Pero para algunos, todo cambia menos los conceptos.

Como le ocurre desgraciadamente a un personaje de Borges (Funes el memorioso) para quien si la realidad no se parece a lo que él piensa, peor para ella.

No es que se agota el arco de tiempo de su legitimidad, es que algunos malintencionados quieren perturbar la verdad al ponerla en tensión y entredicho, como los hermanos Marx en sus películas. Para los dogmáticos, los conceptos son objetos de culto y no entienden que éstos de vez en cuando se rebelan contra sí mismos. Como en el síndrome de la mano extraña, recogido en el cine en varios filmes, como El club de la pelea (David Fincher, 1999), en donde nuestro propio puño nos golpea en la cara y nos toma por el cuello. Las palabras son lugares en donde construimos las certezas, pero éstas son grutas profundas que contienen fracturas y distintos planos y niveles de funcionamiento. Estratos de opacidad o líneas de visibilidad. No son simples marionetas que tinglamos a nuestro antojo, a veces abusamos de ellos y por eso tinglan de nosotros hasta separarnos de las prácticas, justo en el momento en que el objeto que pretendían representar mutó, se movió, o simplemente desapareció. Porque la realidad se cansa de sí misma y prefiere reclamar de nosotros una nueva nomenclatura. Lo que merece ser nombrado de otra forma, es el objeto mutante mirado por el voyeurismo de la palabra, desde la rendija del sentido. Objetivar requiere de una relación abstracto-concreta que reclama un diálogo entre palabra y acontecimiento. No de aquellos que prefieren tirar de la palanca para que el objeto incómodo y punzante de la realidad desaparezca de nuestra vista, para que no siga socavando nuestras cómodas poltronas intelectuales. Porque preferirían que lo real no siga jugando, creando y recreando una nueva triada: mirada-lenguaje-deseo.

No se puede negar que los tiempos de las prácticas son experienciarios, auténticas fábricas del devenir; lugar en donde nacen los conceptos.

 

La esperanza como solución al conflicto

Gilbert Durand y Luis Garagalza lo sabían. Los occidentales vivimos bajo el influjo del mito de Pandora. Hija de Hefesto y Atenea, la bella Pandora heredó todas las cualidades de los dioses: gracia, persuasión, habilidad manual. Pero Afrodita, celosa, le transmitió el pérfido engaño y Hermes, la facilidad de la palabra seductora. Zeus envió a la tierra a Pandora y, con el propósito de castigar a los hombres, le entregó una vasija cerrada con órdenes de no abrirla. Epimeteo, hermano del luego malogrado Prometeo, sucumbió a la seducción de Pandora y la desposó. La muchacha le ofreció a su marido la caja, para tener la excusa de abrirla y saciar su curiosidad. Le quitó la tapa, y al momento todos los horrendos males allí encerrados se esparcieron por el mundo. Sólo la esperanza no echó a volar, se quedó apoyada al borde del envase vacío y desde allí se mostró a los hombres. Su no estar presente, su animar la espera, la hace ser hija del deseo. Esa es su paradoja. Su ausencia es su presencia. Su no estar hace de sí misma un lugar que concita el acontecimiento, que prefigura el porvenir. El mito no aclara qué cosa es la esperanza, pero induce a tenerla y experimentarla, a sentirla, a vivirla. Es decir, la esperanza no es un sueño o un anhelo. Es una narrativa, es un conjunto de prácticas, un ir haciendo. Por eso, es siempre revolucionaria. ¿Es la esperanza una virtud?, ¿es buena o es mala?, ¿está, nietzscheanamente hablando, más allá del bien y del mal? Los griegos clásicos se preguntaban estas cosas.

Esto significa que la esperanza es verbalizable y, como todo aquello que puede ser dicho , se trata de un asunto político, es decir la esperanza es del orden del deseo político y hace cuerpo sin órgano con la maquina política de las practicas. Es decir, por eso la esperanza es lo último que se pierde.

Lo que sí sabemos es que los mitos son, de algún modo, inconsciente colectivo y por eso superan la prueba del tiempo, es decir referencia sagrada. En ella no hay finitud, desde allí los héroes construían su inmortalidad. Tomás de Aquino le asignó a la categoría de las Virtudes teologales, junto a la fe y la caridad, en oposición a la apatía, la desesperación y la petulancia. Y Dante aseguraba que en las puertas de los infiernos estaba grabada esta frase: "Aquí se pierde toda esperanza", para subrayar que las penurias serían eternas. Homero advertirá que su fuerza era tan poderosa que convocaba a Las Musas y a Las Gracias.

No perdamos de vista que la esperanza podría ser también un monstruo de Pandora, por eso ante ella mucha "desidimonia" o respeto por los dioses, ya que podemos tener la esperanza de cosas terribles; es decir, una esperanza negativa. Esto significa que la esperanza no es necesariamente ética.

Lo importante de todo esto es que la esperanza funda al yo, pues es del orden de la decisión y, por lo tanto, del libre albedrío. Por lo que reta al destino. Para la esperanza poco importa que los signos de los tiempos contravengan la voluntad. El héroe enfrenta la circunstancia y logra su objetivo. De manera que la esperanza es un ingrediente de la libertad que no se enajena a promesa alguna; busca su propio destino y en ese sentido se emparenta con La Fortuna. La esperanza no es ocultamiento y opacidad; al contrario, es línea de visibilidad que se muestra al borde como un horizonte de posibilidades, pues es en sí misma la línea de sutura entre lo real y lo imaginario, de allí su espesor y dimensión inagotable. Ambos elementos constituyen también "el sentido" de lo real que opera como contexto histórico-social, es decir, con la esperanza como concepto nacen las condiciones de posibilidad de un proyecto materialista. Pues si la esperanza se aferra a una solución metafísica pierde sentido; sería su contrario, promesa y, como tal, dimensión metafísica del discurso, falso performativo que subordina a la esperanza, a un esperar siempre inconcluso e inacabado. Suerte de asignatura pendiente jamás cursada.

Cornelius Castoriadis nos dice que los ingredientes de la esperanza son dos términos griegos: legein y teukhein. El primero significa distinguir, elegir, reunir y contar; y el segundo, adaptar, fabricar, construir, hacer. Del primero se deriva leyenda y logos. Del segundo techné o técnica, modo de hacer. Uno asume el representar, la forma, el decir, la expresión. El otro, la operación, el funcionamiento. Mientras la esperanza es del orden de la decisión, la promesa lo es de la sumisión. Por eso la promesa, al igual que Afrodita, tiene envidia y quiere acabar con la esperanza. Allí donde la esperanza crea, la promesa inmoviliza. La promesa puede fundar una esperanza falsa, pues no depende de nosotros sino de quien promete. La promesa expropia de la voluntad al sujeto.

Un dispositivo conceptual debe ensamblar la fuerza de la voluntad y los ingredientes de la esperanza: logos, narrativa, sentido del tiempo y capacidad para organizar la acción. De modo que el concepto es, en sí mismo, sentido del devenir acontecimiento de nuestras prácticas.

La genealogía de dicha producción genera fabrica de sujetos, esta producción es reconocida por A. Negri "como comunismo que surge de la experiencia directa de la corporeidad colectiva del proletariado social. Es el trabajo vivo reconociéndose y solidarizándose consigo mismo, decía Marx el comunismo se asoma como practica socialista desde la cotidianidad comunista de la vida secreta y clandestina de las masas" el comunismo es la esperanza de la carne y el deseo es decir de la biopolítica ontológica del acontecimiento sin nihilismo, se trata de la utopía concreta del ir haciendo. Como el marino que pone el espolón de proa rumbo al horizonte. Cualquiera diría que el horizonte no es real, pero esta allí orientando al marino. Ese es el comunismo en la epistemología de Marx, la esperanza que nos guía, por eso nosotros los revolucionarios jamás perdemos la esperanza. Se trata entonces de superar los discursos demagógicos y oportunistas del inmediatismo, esta línea asciende por Maquiavelo cruza por Espinoza se detiene en Marx y se materializa en Gramsci. Se trata de enfatizar el papel del trabajo vivo como substancia de la potencia de todo poder constituyente que no se cosifica ni se burocratiza, por eso en estos días que corren, que, como diría Derrida parafraseando a Shakespeare, si el tiempo se encuentra fuera de quicio debemos mantener viva la esperanza en que otro mundo es posible. La esperanza es una convicción y como diría Ezra Pound, precisamente cuando todos los indicadores muestran un Infierno, es necesario imaginar un Paraíso, y mantener viva la esperanza.



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Juan Barreto y Héctor Sánchez

Periodista. Ex-Alcalde Metropolitano de Caracas. Fundador y dirigente de REDES.

 juanbarretoc@gmail.com      @juanbarretoc

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