La historia no es un bien para recrearse en él sino una herramienta para transformarla

El pueblo bolivariano es un pueblo en marcha transformando su historia

El comandante y líder indiscutible del proceso revolucionario insiste machaconamente en la necesidad de profundizar los cambios, especial y particularmente en el ámbito de la ideología, equivalente a decir, en el pensamiento, en la conciencia y los valores de vida revolucionarios. Tiene razón el comandante Chávez, sino cambiamos la forma de pensar egoísta, individualista y materialista heredada del viejo sistema, los cambios podrían devenir en maquillaje gatopardiano condenado a ser absorbido más temprano que tarde por el sistema y la cosmovisión capitalista.

Empezaremos a ver, -como ya ha sido denunciado- muchos “revolucionarios” enquistados en la administración pública o beneficiarios de las políticas sociales y económicas de la revolución repitiendo el mismo comportamiento insolidario, utilitario y excluyente que caracterizó a los beneficiarios del régimen puntofijista. Sería bueno recordar que en su momento, antes de que invadieran las urbanizaciones de clase media con su grosera opulencia, los adecos (social demócratas) eran considerados tierruos, patas en el suelo y chusma por la pequeña burguesía del estatus casi con el mismo desprecio con que hoy lo hacen con los “despreciables chavistas”, podría ser sólo cuestión de tiempo, acomodos y desgaste para que el chavista empiece a ser aceptado y absorbido por los valores pequeño burgueses a menos que se ponga rápido remedio.

Allá por los años sesenta, cuando un buen número de jóvenes se entregaba con ilusión a la utopía del “la toma del cielo por asalto”, el filósofo marxista Ernst Bloch dio a conocer un trabajo cuyo título era: “Carismas de un pueblo en marcha”. El trabajo se refería a los carismas y dinamismos interiores que son necesarios para que un pueblo haga historia transformadora. Transformar la historia a partir de la etapa heredada requiere de unos carismas especiales, necesita de unos valores espirituales específicos sin los cuales el objetivo profundo de los cambios suelen quedarse en superficiales y epidérmicos.

Hoy, como ayer, la propuesta de Ernst Bloch posee la frescura joven de la verdad. La Revolución Bolivariana ha nucleado un pueblo en marcha empeñado en la tarea de construir y ser portador de una sociedad de justicia, equidad e igualdad. ¿En que forma y bajo que carismas ha de estar presente el espíritu revolucionario para que este pueblo se mantenga en marcha, no retrograde y para que esta marcha sea creadora?. Veamos:

Bloch se refería a los dones, valores o presencias que un pueblo en marcha necesita para hacer una verdadera revolución y las enumeraba como: lo profético, lo cantor, lo medical y lo regio. Nos referiremos al carisma o don de partida:

EL PROFETISMO RADICAL:

Sin profetismo radical no hay revolución. Un pueblo sin el carisma profético pierde su capacidad de analizar el presente y, sobre todo, de tender utópicamente hacia el futuro. Pierde impulso revolucionario, se estanca y termina retrogradando. El profetismo –hoy podríamos llamarlo el carisma contralor- es el don que se manifiesta en la persona que no transige con los acomodos del presente sino que se abre, siempre, dolorosamente, a la promesa de justicia e igualdad.

El profetismo hace que se digan las cosas como son a todo riesgo, que se digan por qué las cosas están mal con lenguaje y conducta que no admita componendas: las cosas se ponen mal cuando hay ausencia de una radical fidelidad al pueblo y la revolución. El carisma contralor arranca de constataciones reales, con objetividad y sin especulaciones porque lo que en definitiva le interesa es poner al descubierto la causa radical del mal y no cebarse en los errores del camarada.

Porque pone las cosas al descubierto, sin matizarlas o ideologizarlas, y porque sitúa al camarada frente a las exigencias inapelables de la Revolución, el profetismo puede resultar tremendamente antipático, duro y desabrido, una presencia muchas veces indeseada e intolerable.

Ahora bien, la diferencia entre un profeta y un simple precursor de calamidades o un sembrador de calumnias es su amor vibrante por el pueblo, su fidelidad a la revolución. Ciertos camaradas pueden olvidarse de la Revolución, pero la Revolución no se olvida del pueblo, está en el pueblo, es el pueblo. El profeta es alguien que capta en toda su dimensión esta realidad y por eso no se es profeta porque se denuncia sino porque se anuncia siempre la esperanza. Donde no hay anuncio de esperanza no hay verdadera profecía revolucionaria.

¿Por qué es tan importante la presencia de lo contralor y profético dentro de la Revolución? El profetismo tiene que ser para la Revolución una “terapia de shock”, una curación a través de la sacudida que produce poner al descubierto la realidad ambigua o corrompida allí donde se encuentre y, sobre todo ello, la difícil esperanza que vincula la justicia y equidad revolucionarias al hacer honesto y apasionado de sus líderes y cuadros. Sin el elemento profético, el revolucionario se vuelve amorfo, no sabe exactamente para qué existe, pierde su orientación y el sentido de su misión. El revolucionario necesita de lo profético como el pan de la levadura.

En este momento particular de la revolución bolivariana, cuando buena parte de sus objetivos fundamentales están por realizarse es fundamental este profetismo contralor, denunciador y orientador que impida su desvío hacia los ámbitos del mero reformismo. En este momento revolucionario, cuando debemos conquistar la pasión sagrada por la Revolución en el alma de nuestro pueblo para que avance por encima de manipulaciones hacia la victoria el 26 de septiembre, la exaltación de las esencias revolucionarias se hace imprescindible.

EL 26 DE SEPTIEMBRE VOLVEREMOS A REFRENDAR LA VICTORIA

¡PATRIA SOCIALISTA… O MUERTE!

¡¡¡VENCEREMOS!!!

martinguedez@gmail.com


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Martín Guédez


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