En la Venezuela Bolivariana nos atacan como en Vietnam

Somos una familia que ha decidido vivir con la mayor suma de felicidad posible. Para lograrlo, hemos asumido la Agroecología como herramienta para concretar nuestro desarrollo sustentable, como lo dice muy claramente el artículo 305 de nuestra constitución. Esto implica organizarnos socialmente, unirnos los pobres de esta tierra para recuperarla: iniciar el contraéxodo, de las montañas y las ciudades a las que nos empujaron los oligarcas ladrones y asesinos de toda latinoamérica hacia los valles fértiles y productivos que nos pertenecen por sembrarlos con el sudor de nuestra frente. Y una empresa como esta no puede quedarse en las medias tintas.

De nada nos sirve recuperar la tierra y entregarla a las multinacionales que nos siguen envenenando la sangre hasta lo más hondo de nuestras células, condenando a nuestra descendencia a malformaciones congénitas. Se llevan nuestros suelos, en los que ya no crecerán otros alimentos y, envenenados, terminan en el caño más cercano que se lleva nuestra casa en una creciente. Nos transculturalizan con monocultivos en lugar de simplemente aceptar nuestros conucos capaces de alimentar a cientos de familias soberanamente. ¿Para quién recuperamos los valles fértiles y productivos?

Somos una familia. Decidimos sembrar nuestra comida, sana y soberanamente. Pero esto aún no es posible en la República Bolivariana de Venezuela a pesar de que La Ley nos ampara. Porque las avionetas que traen las entrañas cargadas de inmundicia, veneno que llena las arcas capitalistas, vomitan sobre nuestra comida. ¿Sólo en lo que nos comemos? No. También sobre nuestras casas, sobre nosotros: hombres trabajadores, mujeres embarazadas, niños, bebés que aún no saben hablar para protestar.

El maíz híbrido de nuestro vecino, soportó la plaga el año pasado. Luego el sorgo lo perdió, comido por las plagas que ya no respetan a la avioneta. Este año, el maíz necesitó más veneno que el año pasado. Y a otros vecinos que hace 5 años que lo producen, la ganancia apenas cubre los gastos. Luego a poner potreros y, devolverle la tierra a los latifundistas que no pierden la oportunidad de dar tres lochas para engordar su ganado, ¡perdón!, bolsillo.

Mientras tanto, nosotros no podemos sembrar maíz. Porque la mayor suma de felicidad posible implica no comer veneno. Entonces, la plaga que resista las avionetas, nos comería todo nuestro maíz criollo limpio. Pero sembramos y producimos otras cosas que nos alimentan muy bien a nosotros y a muchos más. A pesar de la opinión de los técnicos agrícolas, este año hemos producido 50.000 kg de yuca, 3.000 kg de cambur y topocho, 1.800 kg de carne, 1.000 lt de leche, todo agroecológico, en sólo 33 hectáreas y sin financiamiento alguno. Y también producimos muchos otros rubros menores que hemos utilizado para nuestro alimento cotidiano y el de nuestros vecinos: yuca, topocho, ñame, ocumo, batata, cambur, plátano, frijoles, aguacate, auyama, quinchoncho, huevos, cochinos, leche y queso. Hacemos jugos con caña panelera, parchita, malva, greifrú, limón, guanábana, mango, merey; condimentamos la comida con ají dulce, oréganon, culantrón. ¡Ah!, me olvidé que también sembramos lechoza; ah, pero a esas las mató el herbicida de la avioneta. ¡Lástima!, ya no le vamos a poder dar a los vecinos tampoco.

Somos una familia; la gran familia agroecológica. El 28 de junio hicimos una reunión familiar en Barinas, vinimos desde los estados: Mérida, Lara, Yaracuy, Miranda, Portuguesa, Maracaibo, Trujillo, Cojedes, Caracas y, Barinas, claro. Y como somos bolivarianos, había gente de varios países para la reunión: Bolivia, Paraguay, Brasil, México, Ecuador, Colombia, El Salvador, Uruguay, España y Venezuela, claro. Y nos conformamos en un Consejo, porque cada uno de nosotros representó en ese encuentro, una organización social de base autónoma, luchadora, que busca la mayor suma de felicidad posible. Y este Primer Encuentro Nacional de Organizaciones Agroecológicas, con más de 40 organizaciones sociales de base, lo realizamos en tierras rescatadas. Pero no lo suficientemente rescatadas, porque mientras nos comíamos la yuca con el cochino agroecológicos, el demonio del mal nos escupió su desperdicio de guerra, esta vez desde los tractores bolivarianos.

En Vietnam, el DDT mató muchos bebés que nunca pudieron protestar, ni siquiera salir de sus confortables matrices, mató muchos campesinos y muchas trabajadoras. Como hoy en Colombia lo hace el glifosato. Nosotros no nos cayamos, seguimos la lucha por la Soberanía Agroalimentaria, por nuestros Derechos Humanos y también por los de los que hoy nos envenenan. Porque los pequeños productores, nuestros vecinos, tan pobres como nosotros, son obligados por los fondos de desarrollo agrícola del gobierno a sembrar veneno... han sido transculturalizados; los técnicos agrícolas también... también los gerentes de los fondos. Pero el mundo por el que luchamos, incluye también a sus hijos e hijas... si es que pueden salir de las matrices de sus madres.



Miembro del IPIAT – Barinas
Acompañante de la Cooperativa Agroecológica 56 Mama Pancha
Integrados al Consejo Socialista Nacional Agroecológico - COSONA


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