Las guerras que vienen

Los bochornosos y tristes desenlaces que para las fuerzas armadas de los Estados Unidos de América han tenido las guerras libradas por ese país luego del final de la segunda guerra mundial, debían haber conducido a la única superpotencia del mundo actual a buscar caminos de paz para intentar mantener su hegemonía global en el terreno de la economía y la política, como líder del capitalismo mundial. Así lo indicaría la lógica más simple.

Pero el asunto no es tan lógico, ni tan simple. Sencillamente porque,
si bien las inocultables debacles en el terreno militar han llevado a
la nación estadounidense -como entidad sociopolítica- a una situación
de crisis económica por efecto de su astronómica deuda interna y
externa incompatible con si liderazgo mundial, contradictoriamente,
las guerras repercuten opulentamente en el complejo militar industrial
y demás corporaciones que comúnmente se identifican como el poder real
estadounidense.

Por increíble que parezca, siguiendo un patrón fundamentalista
neoliberal capitalista, los resultados de las guerras imperialistas de
Estados Unidos aportan resultados inversamente proporcionales al
gobierno central (la nación y la ciudadanía) y a los consorcios que
rigen la nación sin haber sido electos y representan apenas un uno por
ciento de la ciudadanía.


Las mayores conflagraciones recientes, las de Vietnam, Irak y ahora
Afganistán, han concluido con las fuerzas militares de Estados Unidos
abandonando esos países agredidos “con el rabo entre las piernas” y el
sabor amargo de haber sufrido muchos miles de bajas propias, mientras
que los grandes consorcios se llenan los bolsillos como abastecedores
de material bélico, combustibles, agua potable y vituallas a las
fuerzas atacantes y, en la medida que la situación lo permita, a los
atacados.


No es que hayan faltado los esfuerzos por hallar fórmulas para limitar
o disimular las bajas propias. El uso de un número cada vez mayor de
minorías e inmigrantes en los combates –promovidos o aceptados
deliberadamente para ese fin- ha dado algún resultado, pero
insuficiente.


La utilización de tecnologías que alejan a los militares propios del
peligro de entrar en combates cuerpo a cuerpo así como los cohetes y
bombas “inteligentes”, condujeron a los actuales drones o aviones  no
tripulados que se suponen capaces de infligir golpes y otras
atrocidades impunemente a los defensores del país agredido.
Para diligencias de inteligencia, sabotaje, apoyo táctico u otra
actividad que imprescindiblemente requiera presencia en el terreno, se
generalizó el uso de mercenarios, eufemísticamente designados como
contratistas. Mas recientemente, se está hablando de la utilización de
“contratistas” extranjeros para evitar que ciudadanos estadounidenses
asuman riesgos actuando como contratistas y sean capturados sin la
protección de los tratados internacionales de trato a los prisioneros
de guerra.


Una vez consumada la ocupación de un país, o una parte de ésta,
comienza para las corporaciones el muy remunerativo negocio de
abastecer a un mercado cautivo, sin competencia que acerque los
precios al valor de las mercancías.


Luego vendrá (si llega) el fabuloso negocio de la reconstrucción de
las ciudades en ruinas, casi sin infraestructura y con los servicios
públicos mas elementales destruidos. Un cuadro dantesco para el
gobierno local que tendrá que asumirla por las decenas de miles de
civiles muertos, pero maravilloso escenario de oportunidades para las
corporaciones llegadas en hombros de los ocupantes.


El gobierno invisible se ocupará de controlar que los medios
fundamentales de información (mainstream media) cubran las espaldas de
la Casa Blanca a fin de habilitarla para las nuevas guerras por venir.
La prensa, la televisión, los libros, las películas, hablarán de
retiradas estratégicas y no de humillantes derrotas de las fuerzas
armadas de Estados Unidos. Tal fue el caso en Vietnam y en Irak, y
nadie duda que lo será en el corto plazo en Afganistán.


De cualquier manera, tendremos que acostumbrarnos a la idea de que las
derrotas estadounidenses en las guerras que promueve Washington, no
serán suficientes para lograr que el imperio deje de imponer a la
humanidad, una tras otra, guerras devastadoras en cualquiera de los
muchos oscuros rincones del Tercer Mundo de que hablaba George W.
Bush.


Será necesaria una toma de conciencia del problema por la opinión
pública mundial. En primer lugar la estadounidense, que ya ha
comenzado a mostrar capacidad para identificar al verdadero criminal:
¡El famoso 1%!

Marzo de 2012

manuelyepe@gmail.com



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Manuel E. Yepe

Abogado, economista y politólogo. Profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, Cuba.

 manuelyepe@gmail.com

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