Justicia aterrizando

Como gran paso en la actividad que la comisión ad hoc de la Asamblea Nacional y otras organizaciones vienen realizando, en pro de mantener viva la memoria de las y los luchadores patriotas victimados durante el trágico lapso del puntofijismo y hacerles justicia, y en ocasión del 46º aniversario del aberrante asesinato de Alberto Lovera, educador y revolucionario comunista, el organismo parlamentario ha iniciado la segunda discusión del proyecto de Ley de sanciones y reparaciones elaborado, con amor y dolor de solidaridad humana, para que dicha justicia por fin aterrice. La acción continuará dirigida a organizar y promover la participación popular, conservar la llama solidaria y vigilar la aplicación del instrumento legal una vez aprobado.

Familiares, camaradas y amigos de las víctimas sostienen sin fatiga el reclamo justiciero, especialmente desde el inicio del Gobierno revolucionario. Artículos, ensayos, crónicas, novelas, poemas, dramas, canciones, cuadros, filmes, han exaltado la grandeza y dignidad de los hombres y mujeres que vivieron, lucharon y padecieron muerte atroz de manos mercenarias y deshumanizadas en los años que van desde el naufragio de la esperanza del 23 de enero de 1958 hasta el presente de nuevos combates.

No es posible exagerar la justeza de esos reconocimientos, ni cesar la batalla por que los nombres de los torturados, muertos a la vista y desaparecidos bajo el terror puntofijista de los años sesenta y siguientes, con lo cual la “democracia” dejó chiquita a la dictadura que la precedió (victimados en represiones selectivas o en masacres como las de “el Caracazo”, Cantaura, Yumare y El Amparo), no se olviden jamás, ni esos crímenes sigan quedando impunes; como tampoco los de las decenas de compatriotas –obreros, campesinos, estudiantes, profesionales, hombres y mujeres– que en esta propia época de la V República han caído bajo la vesania homicida de los sectores fascistas de la oposición.

Estos nombres, unámoslos por ahora al de Danilo Ánderson, también serán evidenciados y honrados y sus asesinos sometidos al enjuiciamiento que les corresponde. Los seres queridos de esos muertos, los camaradas que los sobreviven –física y moralmente– y el pueblo que los tiene como partes de sus entrañas y sus luchas, clamamos por justicia. Todos juntos debemos potenciar ese clamor hasta lograr que los tribunales salden al fin esa deuda esencial. Si en el Cono Sur se ha iniciado el castigo a los genocidas, ¿cómo satisfacernos con menos en nuestra patria revolucionaria?

El período de la democracia betancourista o puntofijista, que en aquellos años llamábamos también democracia gorila, pudiera calificarse –es mi opinión muy meditada–, como el de mayor envilecimiento de la cuarta república, el más miserable y deshumanizado. Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, entre otros, fueron tiranos o dictadores abiertos, ajenos a la hipocresía y a la doblez. Ellos mandaban contra todo derecho y látigo en mano, sirviendo como buenos capataces, pero por eso no daban pie para equivocaciones. Todos(as) sabíamos a qué atenernos y quienes se les plegaban estaban conscientes de que entregaban honra y decoro, y eran por supuesto una minoría. En cambio, el régimen que nació destruyendo “el espíritu del 23 de enero” se mimetizó con la coartada de la democracia y pudo engañar a la mayoría de la población, hasta el punto de que, siendo más represivo y asesino, más corrupto y ladrón, más desnacionalizado y vendepatria que las dictaduras abiertas, nuestro pueblo tardó cuarenta años en reconocerlo y repudiarlo. Cuánto daño a la moral, a la dignidad, a la identidad. Muchos llegaron a avergonzarse de ser venezolano(a)s, no por ser compatriotas de esos bribones, sino porque ellos les habían llevado a la subvaloración de lo propio y a la mistificación pitiyanqui.

Lo(a)s compatriotas paradigmas de dignidad que entonces los enfrentaron, y que murieron en sus manos, muchos bajo la más innoble de las atrocidades represivas –la desaparición–, hechura de la CIA desgraciadamente estrenada en nuestra patria, hoy se sacuden en sus tumbas pugnando por revivir bajo las banderas de la Revolución Bolivariana, por lo que tienen de hijo(a)s del Libertador. Hágaseles justicia.

Y aquí nombraré alguno(a)s, no es posible hacerlo con todo(a)s, pero ello(a)s lo(a)s representan: Alberto Lovera, Juan Carlos Rojas, Víctor Soto Rojas, Trino Barrios, Donato Carmona, César Burguillos, Ramón y Andrés Pasquier, Felipe Malaver, Alejandro Tejero, Nicolás Montes, Cornelio Alvarado, Rufino Terán, Omar Mendoza, Alberto Rudas Mezones, Antonio Pavón, Noel Rodríguez Mata, Roberto Bastardo, José Pulido Núñez, Ramón Ramos Campos, Domingo Vallejo, Octavio Romero, Jesús Arrieta Castellini, José Petit Colina, Eduardo Navarro, Francisco Palma, Miguel Castillo, Aquilino Camacaro, Antonio y José Arquímides Rodríguez, Luis Hernández, Heriberto Cartagena, Juan Lezama, Luis Trino Gamboa, Manuel Estrada, Juan Bautista Sánchez, Manuel Chirinos, Nicolás Hurtado Barrios, José Manuel “Chema” Saher, Manuel Aguilar, Martín González, Ricardo Navarro, Jorge Rodríguez, Enrique Rodríguez Figueroa, Tito González Heredia, Edgar Lugo, Carlos Novoa, Vicente Rodríguez, Fernando Quintero, Ricardo Acevedo, Ninfa Ortiz, Bartolomé Vielma Hernández, Américo Silva, Jesús Márquez Finol, Olivia Oliva, Carlos Tineo, “Chino” Olivares, Nicolás Beltrán, Rafael Urdaneta, Jeremías Barrios, “Chino” Mendoza Ovalles, Betzabé Rincón, Livia Gouverneur. Todo(a)s están presentes. ¡Honor eterno!

No podrá haber olvido. Porque, como dejó escrito Gilberto Mora Muñoz, uno de esos combatientes de corazón generoso, voluntad de acero y entrega total a la causa del pueblo, quien sobrevivió a todo aquello y nos abandonó hace poco, la impunidad “duele, amenaza y acusa”.

freddyjmelo@gmail.com


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Freddy J. Melo


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