Ignacio Hernández y Milagros Figuera, prima y bordón de una misma bandola

Escribo desde el dolor insomne, en esta madrugada de agosto, el día en el que la luz de Milagros Figuera, decidió irradiar a perpetuidad sobre la irregular e irreverente geografía de nuestra Caracas cultural.

En medio de esta llovizna lacrimal, la memoria se encamina hacia aquella urbe de finales de los años setenta, década de los ochenta, e inclusive el duro y agitado período de los noventa. Una Caracas tan igual y tan distinta a la que habitamos hoy. Un ejército de quijotes pululaba por los callejones, las escaleras, las esquinas y las aceras de esta ciudad; Luchando contra gigantescos molinos de viento, vestidos de desidia, violencia, invisibilidad. El barrio era la trinchera, el cumbe, la insurrección, la rebeldía. Nunca pudo ser tomado, nunca pudo ser rendido. El cuatro, el tamborcito, el teatro de calle, la oralidad, la poesía, la música, eran los rocinantes de esa aventura quijotesca. Flacos, desgarbados, macilentos; pero a su vez indomables, incansables, omnipresentes. Cualquier escuela, cualquier patio, rancho o cuartucho de bloques rojos, se erigía como cuartel general, base guerrillera, foco de la insurrección, es decir centro cultural. La cultura popular hervía y quemaba la ciudad, movía sus cimientes, amenazaba al poder burocrático y represivo. ¨El Madera¨, se convirtió más que en un símbolo, en un grito de resistencia. Mientras el Sur con Cesar Isella y Tejada Gómez, en la voz de Mercedes Sosa, nos conminaba a ¨caminar por la cintura cósmica del Sur¨ con ¨Todas las voces…todas las manos¨ , los de Marín, con espíritu caribe, se atrevían a subir un escalón más, convocaban a la insurgencia de la cultura, al combate frontal: ¨Todos los barrios unidos, vamos a cantar ahora¨ , porque la ¨lucha es por pan, trabajo y tierra¨ . Canción con todos o Canción de todos, la misma consigna.

Mengua, escasez y carencia era la impronta de la lucha cultural, los proyectos se parían, se sufrían, se luchaban, decenas de muertos quedaron en el camino. No se otorgaban, ni se recibían concesiones, se luchaba con las armas de la organización popular y la participación, no te llevaban las propuestas al barrio, ningún ministro se reunía contigo, el marco legal era el ¨Plan Unión¨, ¨Los Pantaneros¨ y el ¨Grupo Fénix¨, y aun así, esta insurgencia de las ideas, de la palabra, de la tradición, ganó la batalla cultural. Se cuentan por miles los cultores, músicos, activadores culturales, teatreros, maestros, artistas, investigadores, escritores, poetas, grupos de proyección, colectivos y movimientos culturales salidos de las entrañas de la urbe caraqueña. En este punto, no dejó de hablar en ningún momento de Ignacio Hernández, ni de Milagros Figuera, porque ambos artistas fueron partícipes, escritores y protagonistas de esa historia. De aquellos joropos, vienen estas bandolas.

Decir José Ignacio Hernández y Milagros Figuera Tovar, es prácticamente lo mismo, la similitud de la línea de vida en la militancia cultural de ambos, es impresionantemente análoga. Ignacio, caraqueño, catiense, de sonrisa eterna, de optimismo inacabable, Milagros, caraqueña, de la vetusta parroquia San Juan, cuna de poetas y músicos populares, igualmente de sonrisa eterna y optimismo inacabable. Ambos comenzaron su transitar desde muy jóvenes, multi instrumentistas, maestros ejecutantes de las bandolas en sus diversas modalidades, de la guitarra popular, el cuatro, la mandolina, percusión, maracas, entre otros más. Instructores y formadores de infinitas generaciones, los dos, excelentes poetas decimistas, de verbo exquisito, cuidadosos de la métrica, rigurosos con el octosílabo. Más allá de su capacidad pedagógica como docentes, fueron maestros, referentes, que con su sencillez y militancia en la cultura popular tradicional venezolana, se erigieron en faro y guía de generaciones.

No pretendo este escrito presentar un perfil biográfico de estos dos amados amigos, no sería yo ciertamente el más indicado para ello, existirían seguras omisiones, ofrezco disculpas por anticipado, sin embargo, considera un deber acotar que el perfil artístico extraordinario de ambos, refleja muy poco, de la grandeza de estos seres humanos excepcionales. Aquí hay una historia que contar, que tal vez las nuevas generaciones desconocen, nombres que para algunos puedan sonar desconocido, en donde estos hermanos en la cultura fueron partícipes y protagonistas, juntos o por separado: ¨Grupo Catia¨, ¨Son Caminos¨, ¨Churuata¨, Orquesta de Instrumentos Latinoamericanos (Odila), ¨Tambor y Gloria¨, ¨Maizal¨, ¨Destellos de Navidad¨, ¨Entreverao de Raices¨, y más recientemente, "Mónico Márquez y su grupo Estribillo".

Uno, el bandolista, dejó su impronta como instructor y formador de múltiples generaciones de músicos. Fiel a su militancia por la vida, se involucró en el trabajo social cultural, verdadero eje focal de su vida, como ¨La Muchachera de Curiepe¨, el Taller de Cultura Popular para niños en Socopó, el encuentro del Festival Campesino de los Arangues, su infaltable conexión con el movimiento tamunanguero del estado Lara y una de sus hijas predilectas: La Fiesta de las Bandolas. A Milagros, su integralidad, la llevó por los senderos de la narración oral, el teatro infantil, la investigación, la poesía por supuesto y la comunicación popular, más allá de su trabajo como formadora, investigadora y docente, productora y fue conductora del programa radial ¨La Fiesta es con Las Bandolas¨ y una vez que partió Ignacio, rauda y solidaria tomó el testigo del proyecto de la ¨Fiesta de la Bandola¨.

Ignacio y Milagros, compartieron escenarios con un sin número de artistas populares, músicos y agrupaciones de reconocidísima trayectoria en el ámbito musical artístico; nombrarlos se convertiría en un ejercicio inacabable y tedioso. Igualmente, llevó su arte y talento por diversos escenarios internacionales en varios continentes. Siempre miraron al escenario y la tarima, como un medio, como un vaso comunicante, no como un fin, jamás se dejaron seducir por el. La fama y el estrellato, jamás pudo vencer al aula de clases, a la tarea pendiente con sus muchachos estudiantes, al trabajo comunitario, a los sueños de transformación de este país y la sociedad, a través de la revolución transformadora del pensamiento por el medio de la cultura. Los dos fueron Quijote y Sancho Panza al mismo tiempo, permutaban allí constantemente, en el ejercicio de asumir la vida, es decir, la cultura popular tradicional, como un hecho de construcción permanente y cotidiana. Con posiciones críticas frente a la vida, al país, al hecho social y a la praxis revolucionaria. Empecinados perseguidores del sueño de un mundo mejor posible. Milagritos, siempre contundente, con ternura rugosa, áspera a veces, frontal, radical sin cortapisas en lo referente al valor de nuestra música tradicional, inflexible en ese punto. Su hablar pausado y sereno siempre invitaba a la reflexión permanente, una buscadora de luz incansable. Las posturas críticas de Ignacio eran implacables, porque fustigaba con el silencio, siendo el un fiel reflejo de la locuacidad, su silencio golpeaba, invitaba a la repregunta, a la búsqueda de los ruidos, a la falla en la tarea acometida. La calle y la comunidad fueron sus vestiduras preferidas, su casa materna, su hogar.

Ignacio se adelantó en el camino en el mes de febrero de 2022, hace ya tres años y medio. Ciertamente que la comunidad de cultural de Caracas y buena parte del país, lo lloró y lamentó su prematura partida, al igual que hoy genuinamente hacemos lo mismo por nuestras Milagros. Sin embargo, debo confesar que me sorprende y me sorprendo, del penoso silencio que ha sostenido, o que hemos sostenido (porque todos estamos incluidos), el colectivo cultural de esta ciudad, respecto a iniciar acciones para demandar desde las bases sociales culturales de los barrios, comunidades y todos los rincones de Caracas, el justo reconocimiento que merece este digno representante de la historia y gesta del movimiento cultural en la ciudad capital. Un silencio, una inacción que huele a olvido, un mal agradecimiento, una subestimación, ingratitud, indolencia. Tanta memoria corta, nos desdibuja como familia, nos desnuda en nuestras miserias, nos muestra con dureza la opresión del pensamiento colonialista aun arraigado en nuestra lógica de pensamiento.

Solo a manera de ejemplo, Tirsa Álvarez Padilla, fundadora de las Voces Risueñas de Carayaca y quien fuera patrimonio cultural viviente, fue reconocida merecidamente como Premio Nacional de Cultura 2021-2022 Mención Post Mortem. ¿Quién pudiera dudar de la estatura artística, trabajo y siembra de esta cultora que por más de 50 años dignificó la cultura y la tradición de su pueblo Carayaca y de nuestro acervo cultural? Pues obviamente que nadie. Toda Carayaca y sus hijos se sintieron representados en ese justo homenaje, al igual que la cultura popular venezolana. El dato curioso, es que Ignacio Hernández, falleció el mismo día y año en el que Tirsa Álvarez trascendió de este mundo. Omisión imperdonable, una prima rota en la bandola.

Desconozco si la normativa de las bases para el otorgamiento del Premio Nacional de Cultura, permite que el jurado calificador, o algún funcionario o autoridad en materia cultural, pueda tener la potestad de otorgar el premio por vía directa o excepcional, pero lo que si es de conocimiento público, es que las postulaciones en sus distintas menciones, pueden realizar las personas naturales o jurídicas, públicas y privadas; también comunidades organizadas, colectivos y cualquier otra organización o instancia del Poder Popular. Lo cual deja en evidencia que para el periodo de postulación 2023-2024, la comunidad cultural de Caracas, no pudo, no quiso o no se interesó, corrijo nuevamente, no nos interesamos, en armar la documentación que validara la postulación de José Ignacio Hernández para recibir el Premio Nacional de Cultura Mención Post Mortem para esta edición. Segunda omisión de los suyos, ¿cuántos más ocurrirán?

Como aún estamos de duelo por la partida de Milagros Figuera, una de las nuestras, sangre de nuestra sangre, comandante en jefe del primer frente quijotesco de la calle y de la esquina, guerrera del barrio, cultora de cultores, me voy a adelantar al tiempo, para evitar que el olvido y la mala memoria seque el torrente de lágrimas derramadas el día de su despedida, y se repita esta sin razón que golpea el alma con la fuerza del despecho y la omisión.

Por el poder y la autoridad que no me confiere nadie, salvo el afecto y el agradecimiento por estos amadísimos hermanos, voy a convocar entonces a una gran marcha amorosa, al encuentro de la simbología, de la imaginería, de lo telúrico, de la palabra, la energía cósmica. A la tierra, el aire, el fuego de la memoria, al tejido de los recuerdos, al estandarte de la poesía, al escudo de la oralidad, al estanque de las lágrimas, a las cenizas de los ancestros, para que se hagan presente y hablen por nuestro silencio, caminen por nuestra inmovilidad, y hagan por lo que no hemos hecho.

Propongo en primer lugar, en la primera línea de este contingente, a todas las bandolas de Venezuela, las llaneras, orientales, centrales o yabajeras, sin distinción de hechuras o florituras artesanales, desde la más humilde de siete trastes y rasgaduras por el uso, hasta las más refinadas, paridas del jardín de la luthería. Es menester convocar a todos los cuatros del país, desde los que reposan en la sala de cualquier casa, hasta los cuatros de concierto, los del cantor popular, a todas las baterías de instrumentos larenses (cinco, medio cinco y requinto), a los cuatro y medio de la sierra falconiana, que se unan a la convocatoria mandolinas y guitarras populares. Todas las tamboritas de aguinaldos, parranadas y fulías deberán hacerse presentes, de igual manera, los tambores redondos, quitiplas, redoblantes, clarines, cumacos, tambor mina, curbatas, chimbangueles, pipas, furros, panderos y todo instrumento percutivo.

Convoco a las partituras y tablaturas transcritas y ejecutadas por Ignacio y Milagros, sin excepción; pajuelas y cuerdas. A cada décima escrita por ellos, a todo canto salido de sus gargantas. Joropos, pasajes, merengues, golpes larenses, fulías, gaitas y puntos orientales, deben estar pendientes para la formación. A los acordes construidos por la escultura de sus benditas manos, a la poesía escritural de su música. A la vieja cuereta de Mónico Márquez, ya los dúos que quedaron volando por ahí con Gerónima Muñoz, a todos los aplausos cosechados en su tránsito por esta vida, a las lágrimas de cada alumno agradecido. Hago un llamado militante, a todos los claveles rojos que han llevado hasta la tumba de nuestro padre cantor Alí; a la rabia, la escuela y la ternura de Jesús ¨Totoño¨ Blanco, el otro gran laure olvidado de este cuento; y al aliento utópico de los once de Marín, convertidos en agua y peces en el Orinoco, por la gracia de Yemayá y todas las deidades africanas.

En fin, convoco a esta fuerza amorosa para que se reúna con prontitud, y se hagan masa, poder creador del pueblo, y en una procesión cargada de la espiritualidad de nuestra religiosidad popular, se presenten ante la institucionalidad y autoridad cultural del país, con luminosidad reveroniana y energía cósmica simbólica, para dar fe del legado de estos dos artistas, entregándose ellos mismos como documentación, aval y soporte, para la solidaria pretensión de proponer los nombres de José. Ignacio Hernández y Milagros Figuera Tovar, para que sean investidos en términos perentorios, con el Premio Nacional de Cultura Mención Post Morten, en justicia.

En este punto, quisiera sugerir a estas fuerzas mágicas, solo si fuera posible, a que conminen a todos los colectivos, grupos, cofradías, agrupaciones, redes culturales que hace vida en la ciudad de Caracas, a salir de la modorra, aletargamiento o flagrante laxitud, y regresar al espíritu combativo de otrara, para que los acompañemos en esta iniciativa.

El movimiento cultural de Caracas, tiene la obligación y responsabilidad revolucionaria de proponer y construir una agenda desde la participación y el protagonismo. Ceder los espacios, es traicionar esta historia que debemos reivindicar, contar y escribir. El reconocimiento a dos de los nuestros, no tiene ninguna intención autocomplaciente o pretenciosa, tampoco ellos necesitan de esto para que se honre su grandeza y su legado. Pero nosotros, los hacedores de cultura, los creadores, los artesanos de los sonidos, formas y las palabras, los empecinados del trabajo socio cultural, si que nos sentiríamos reivindicados por todos estos años de trabajo en pro de la cultura popular, en esta urbe caraqueña, sincrética y multicultural, cuando finalmente en honor a Ignacio Hernández y Milagros Figuera, en un tono afinado con el artículo 100 de nuestra maravillosa Constitución, con aires sincopados de nuestra venezolanidad, les demos la bienvenida a la fiesta, su Fiesta de las Bandolas.

¡Todos los barrios unidos, vamos a cantar AHORA!



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